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Por aquí, por esta web y comunidad, nos apasiona la criptozoología, esa disciplina científica que intenta arrojar luz, aunque casi nunca lo termina de conseguir, sobre la posible existencia de grandes animales por descubrir, ya sea por no haber sido descritos oficialmente por la zoología, o bien por considerarse que llevan extintos mucho, o poco tiempo. En todo caso, los relatos de testigos, las leyendas y el folklore tradicional, suelen ser fuente a las que se recurre con frecuencia para establecer cierta línea en el tiempo, y contextualizar testimonios de nuevo cuyo o algún que otro dudoso resto biológico, huella o documento audiovisual. En este territorio fascinante irrumpió con fuerza hace unos años, en 1989, la folclorista Addrienne Mayor, quién sostuvo en diferentes trabajos y apasionantes libros, que el hombre antiguo había creado algunas criaturas fabulosas, como los grifos, dragones, gigantes, pájaros de trueno, etc., a partir de la observación de los fósiles de dinosaurios o grandes mastodontes. Básicamente, al enfrentarse al enigma de los huesos fosilizados, y en función de su cultura y capacidad creativa, había imaginado cómo serían aquellas osamentas cuando estaban vivas. Su libro, El Secreto de las Ánforas, es fundamental, y sobre el mismo pudimos intercambiar impresiones con ella directamente hace algunos años.

Mayor llegó a proponer, por ejemplo, que las cabezas de elefantes halladas en algunas islas griegas en épocas en las que los elefantes ya se habían extinguidos de esos lugares, había dado origen a la creencia en los cíclopes. Y afinando aún más la puntería, relacionó a los fabulosos grifos, con más de 5000 años de antigüedad, con los Protoceratops, parientes de los Triceratops, con cuerpo de león, alas y cabeza de águila con pico, entre otros atributos. Su teoría planteaba que los pueblos nómadas de Mongolía, buscadores de oro en aquellas duras tierras, se encontraban en los yacimientos con estos restos fosilizados, dándoles forma física y creando leyendas como la de que custodiaban el oro. Personalmente la idea me pareció, y aún me lo parece, interesantísima, pero en estos días hemos conocido un estudio que parece desmontar tal posibilidad.

Sus autores, Mark Witton y  Richard Hing, paleontólogos de la Universidad de Portsmouth, Reino Unido, sostienen en un artículo publicado en Interdisciplinary Science Reviews, que la propuesta de Mayor flaquea en varios puntos, como por ejemplo en el hecho de que los yacimientos de oro del Desierto del Gobi y los de dinosaurios, no coinciden y están a muchísimos kilómetros de distancia unos de otros. De hecho, aseguran que no existe ningún yacimiento de oro importante donde los fósiles estén presentes. También plantean que los afloramientos fósiles son muy segmentados, parciales, de manera que no verían nunca esqueletos completos, algo que sólo podrían hacer sí excavaran con delicadeza los restos. También argumentan que el aspecto del animal ha ido variando o que no está claro que su origen esté precisamente en estos territorios. En resumen, sin restar valor a los geomitos, apuestan por una visión más críticas de este asunto.

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