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Año Cero

SUGAR GATES

La conspiración del azúcar

Día tras día se acumulan evidencias científicas que demuestran lo perjudicial que resulta el consumo de azúcar para nuestra salud, una sustancia cuya alarmante nocividad contrasta con el uso indiscriminado que la industria alimentaria ha hecho de la misma durante décadas. En su insaciable expansión, el Imperio del Azúcar no ha dudado en reducir calidad en favor de un mayor beneficio, en comprar voluntades científicas y gubernamentales para silenciar sus perjuicios o bien en parapetarse, cual lobo con piel de cordero, tras la estela saludable de estrellas del deporte y el mundo del espectáculo.

Seamos claros desde un primer momento para que nadie se lleve a engaño: el azúcar refinado en un autentico veneno, la causa de trastornos y patologías de gravedad variable que se han convertido en verdaderas pandemias a escala global, así como el centro de una poderosa y ramificada industria que se enriquece con su consumo masivo, sin reparar como tantos negocios que piratean nuestra salud en los daños que ocasiona. Daños conocidos y sistemáticamente silenciados que se ceban de manera alarmante en la vulnerable población infantil, y que en conjunto provocan un creciente sobrecoste económico para los sistemas sanitarios públicos no sólo por el tratamiento de los enfermos que genera, sino por los que evita mantener sanos al frenar campañas más directas y explícitas de prevención. Ya hay países en vías de desarrollo que se ven asfixiados simultáneamente por hacer frente a la desnutrición por falta de alimentos y a la obesidad creciente que padece otra parte importante de su población en los núcleos urbanos. La industria del azúcar sabe que es corresponsable de patologías crónicas tan graves como la diabetes B; sabe que el consumo de su producto está detrás de la obesidad y de todas sus lacerantes complicaciones; sabe que su ingesta está íntimamente ligada a las afecciones cardio y cerebro vasculares; sabe que se acumulan evidencias sobre su relación con ciertos tipos de cáncer e incluso alzheimer; y sabe, entre otras muchas cosas más, que su materia prima es altamente adictiva al actuar directamente sobre los centros de recompensa-placer de nuestro cerebro.  Lo sabe y en la defensa de sus intereses comerciales no ha dudado en poner en práctica estrategias que no solo resultan éticamente cuestionables, sino que en ocasiones han sido claramente delictivas. Quien piense que estamos tiñendo de amarillismo éstas páginas instando a los lectores a contagiarse de un alarmismo injustificado deberían echar un vistazo a los llamados Papeles de Adams. Los 391 documentos que desde 2015 vienen ruborizaron a las instituciones estadounidenses en materia de salud pública al poner al descubierto la execrable estrategia de la industria azucarera, fueron bautizados así en honor de Roger Adams, un reputado e influyente profesor y experto en química orgánica que durante décadas estuvo en nómina de la Sugar Reserach Foundation, ejerciendo además como asesor en la International Sugar Research Foundation. El hecho de que Adams fuese además presidente de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia permite entrever el alcance de la amarga trama en la que estuvo involucrado. Al fallecer su archivo pasó a manos de la Universidad de Illinois y fue allí donde husmearon los investigadores de la Universidad de California, Stanton Glantz, Cristin Kearns y Laura Schmidt, divulgando en diferentes publicaciones científicas las reveladoras y demoledoras conclusiones devenidas del análisis de dicho material. La más reciente, la publicada el pasado mes de septiembre en la revista de la Asociación Americana de Medicina, en un artículo en el que denuncian que las empresas azucareras habían pagado a prestigiosos científicos de la Universidad de Harvard para que cargaran la responsabilidad de las afecciones cardiacas en el colesterol y en las grasas saturadas, dejando fuera de toda sospecha al azúcar. Marcos Hegsted y Fredrick Stare, profesor y jefe respectivamente del Departamento de Nutrición de la Escuela de Salud Pública de la citada universidad, fueron contratados como asesores del comité científico de la Sugar Research Foundation, entidad que les encargaría una revisión de todos los estudios relevantes realizados hasta entonces sobre las posibles causas de las afecciones cardiacas. Como punto de partida, tal y como ahora de denuncia, el informe debía indultar a toda costa a los azucares, algo que parecían tener meridianamente claro ambos científicos a tenor de lo manifestado por el propio Hegsted en su correspondencia con el órgano presidido por Adams.  “Somos conscientes de su interés particular en los hidratos de carbono y abordaremos el asunto tan bien como podamos”, escribiría el experto, un comentario que asombra de manera aún más contundente cuando se comprueba que Hegsted había sido precisamente el autor de varios estudios que relacionaban directamente el consumo de azúcar y las enfermedades cardiacas, estudios en los que la glucosa en sangre aparecía como un claro marcador de la ateroesclerosis. No es, ni de lejos, el único caso.

El mismo equipo de investigadores ya denunció el pasado año, en dicha ocasión a través de la revista PLOS Medicine, que la misma estrategia torticera había sido utilizada por el lobby de la industria azucarera en el territorio de la salud dental, articulando desde mediados del siglo pasado un plan destinado a ocultar las evidencias científicas que vinculaban el consumo de azúcar y las caries. El objetivo consensuado por una treintena de empresas del sector era claro: evitar a toda costa que los programas de salud pública auspiciados por el gobierno estadounidense promovieran campañas de información y reeducación alimenticia que aconsejaran reducir el consumo de azúcar. Para proteger sus intereses la industria destinó fondos a través de la Sugar Research Foundation que favorecieran un abordaje tangencial del problema, vertebrando un plan de despiste al más puro estilo de los trileros callejeros financiando hasta 270 proyectos de investigación centrados en elaborar una vacuna contra la caries o bien identificar enzimas que rompieran la placa dental. Casualmente los mismos proyectos estaban siendo financiados abiertamente por las propias empresas. Pero, oh sorpresa, ni uno sólo de dichos estudios se centró en estudiar el efecto del azúcar en los dientes, algo más que sospechoso siendo precisamente ese su negocio…nada por aquí, nada por allí, trilerismo en estado puro. Sin embargo el despropósito e inmunidad con la que las azucareras timoneaban los planes de salud en el país debía esperar al año 1971 para alcanzar los niveles más ruborizantes. Fue ese año cuando el Programa Nacional de Caries Dental promovido por el gobierno a expensas de las orientaciones de su Instituto Nacional para la Investigación Dental (NIDR), presentó una estrategia de abordaje que se basaba en un 78% en las recomendaciones aportadas en 1969 por la Sugar Research Foundation, llegando a estimarse como poco práctico para la salud pública el recomendar la disminución en el consumo de azúcar. Casi tan descarado como que el director del NIDR, Philip Ross, se convirtiera en 1969 el presidente de la International Sugar Research Foundation, entidad del lobby que tan sólo un años después, en 1970, ya contaba entre sus asesores con todo el equipo de NIDR. Tanto para el equipo formado por Glantz, Keams y Schmidt, como para la práctica totalidad de la comunidad médica de EE.UU., esta manipulación que recuerda mucho a la desarrollada por la industria tabaquera y también a la que hoy nos indigna en el ámbito de la banca, las agencias de calificación y los organismos y representantes públicos, supuso retrasar en más de 30 años la puesta en marcha de medidas correctoras eficaces para atajar el problema de la salud dental. ¿Sorprendente? Sin duda, pero el lector no alertado palidecería sí se le ocurre visitar en este mismo instante la web de la Sugar Research Foundation y cliquear en la pestaña dedicada al azúcar y las caries. Entre otros reveladores comentarios podemos leer como sentencian que “La relación entre la cantidad de azúcar que se consume y los niveles de caries en las personas es en realidad muy débil. La frecuencia con la que se consume es una mejor, y aun así pobre, forma de predicción. Los métodos dietéticos como formas de prevenir la caries no han demostrado tener eficacia. Los medios más eficaces para prevenir la caries son el uso habitual de pastas dentales con fluoruro acompañado de prácticas adecuadas de higiene oral”

Antes de volver con más hilarantes ejemplos de la fragante ambigüedad,  el imaginativo rigor y los burdos intentos de persuasión barnizados de solidaridad que rezuman los textos del portal de este organismo, pongamos un ejemplo adicional de manipulación y fraude científico a favor del negocio del azúcar. El ejemplo nos lo brinda un estudio con participación española publicado en la revista Plos Medicine en diciembre de 2013, que fue encabezado por la doctora en Farmacia y profesora titular del Departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Navarra, Maira Bes Rastrollo. Junto a su equipo evaluaron 17 revisiones científicas que analizaban estudios que indagaban en la relación entre el consumo de bebidas azucaradas y la obesidad en adultos, adolescentes y niños, pero centrándose en examinar la conexión existente entre el tipo de resultado obtenido –influencia o no influencia entre azúcar y obesidad- y la existencia o no de patrocinio en las investigaciones por parte de empresas del sector.  “El principal hallazgo de nuestra evaluación –describe el artículo- fue que los investigadores con patrocinio,  o que había declarado conflictos de intereses con las compañías de alimentos o bebidas,  tenían cinco veces más probabilidades de presentar una conclusión de no asociación positiva entre el consumo de bebidas azucaradas y el aumento de peso o la obesidad que aquellos informes que no tienen patrocinio de la industria o conflictos de interés” Es decir, que existía una tendencia a exonerar a las bebidas azucaradas de su responsabilidad en el aumento de peso y el desarrollo de la obesidad sí quien realizaba el estudio estaba patrocinado por la industria alimentaria. Parece bastante obvio, pero hay que ponderar los perjuicios que se derivan de semejante obviedad: las conclusiones pueden ser erróneas, contrarias a la protección de la salud de los consumidores e influir de forma determinante y permisiva en la toma de decisiones médicas y en políticas de salud pública.

Azúcar, producción e industria

De los 169 millones de toneladas de azúcar que se producirán en el mundo en la campaña 2016-2017, alrededor del 80% procederá de la caña de azúcar cultivada en países tropicales, mientras que el 20% restante se procesará a partir de la remolacha azucarera cuyo cultivo se centra en zonas templadas. Según los datos del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, Brasil, India, la Unión Europea y Tailandia copan más del 50% de dicha producción, seguidos por China, EE.UU, México, Pakistan, Rusia y Australia. De acuerdo con el mismo informe, el consumo humano estimado será de unas cuatro toneladas más, unos 173,6 millones de toneladas, con India, la Unión Europea, China, EE.UU y Brasil encabezando el ranking. Según las últimas estimaciones y a modo orientativo la media anual de consumo en el Mundo sería de 23 kg por persona, 32 kg en EE.UU y 37,1 kg en la U.E. En cuanto a España producimos alrededor de 500.000 toneladas al año en cultivos de remolacha y consumimos unas 1.300 toneladas, unos 25,5 kg por persona. Químicamente no hay diferencia entre azúcar de caña y azúcar de remolacha, y aunque la inmensa mayoría de la producción va destinada a alimentación, una parte también acaba en la alimentación animal, la industria farmacéutica e incluso en productos como venenos o abonos.

Lo que llamamos habitualmente azúcar, azúcar común o de mesa, es en realidad sacarosa, un disacárido formado por una molécula de glucosa y otra de fructosa. En esencia es un hidrato de carbono que está presente de forma natural en muchos alimentos de primera generación que consumimos, es decir, que forma parte de su composición natural. En la caña y en la remolacha abundan, de ahí que sea la principal fuente de abastecimiento de la industria. Para generar el azúcar la materia prima debe ser procesada mediante un complejo proceso que incluye la utilización de sustancias químicas potencialmente peligrosas, como hidróxido de calcio, hidróxido de sodio y dióxido de azufre, este último un gas tóxico e irritante que entre otras cosas provoca la conocida lluvia ácida. La cantidad y forma de uso de tales sustancias es bastante segura, según la propia industria y los avales de los organismos de supervisión gubernamentales, quedando apenas residuos de los mismos en el producto final, aunque la acumulación de los mismos a largo plazo podría acarrear en el futuro nuevas e inesperadas complicaciones. En contra de lo que el lobby azucarero intenta defender, difícilmente el azúcar puede ser considerado un alimento, pues es una sustancia químicamente pura, que aporta lo que en nutrición se conoce como “calorías vacías”, es decir, sin ningún otro nutriente, sólo sus 4 calorías por gramo.

La gran conspiración del azúcar trata principalmente del azúcar blanca refinado y de las cerca de 60 sustancias que sin llamarse “azúcar” son azucares añadidos usados habitualmente por la industria alimentaria, conocidos en la jerga médica y del sector como “azúcares ocultos” La moderación en su consumo es la irrenunciable condición sí decidimos mantenerlos en nuestra dieta habitual, pero esa decisión sólo la podemos tomar con criterio desde la libertad que nos garantiza el acceso a una información veraz no sólo sobre sus efectos, sino sobre su presencia en lo que comemos. Y es ahí donde los azúcares ocultos representan una verdadera amenaza como veremos. En cuanto a los falsos azúcares morenos que con frecuencia encontramos en los puntos de venta constituyen un problema relacionado principalmente con el fraude comercial, al venderse sin ninguna justificación a un precio superior algo que por lo general no es lo que dice ser.

El lector se preguntará los motivos por los que existe tanto azúcar añadido y oculto en los alimentos. Las razones son diversas y la mayoría bastante obvias.

  • La principal es porque mejora con su dulzor el sabor de los alimentos elaborados, corrigiendo acidez, amargor o bien ocultando cosas peores.
  • En segundo lugar, por su efecto inhibidor sobre el agua que contienen o se añaden a los alimentos, es un buen conservante.
  • Una tercera razón es que interviene en procesos de fermentación y en reacciones químicas que generan sabores y olores que hacen más sabrosos y atractivos a los productos.
  • Y una cuarta tiene que ver con que su presencia en los alimentos aumenta la temperatura de ebullición y reduce la de congelación, lo que amplía sustancialmente el margen de procesado del producto.

A éstas razones habría que añadir al menos una más, quizá la principal para el sector y la que no se menciona: es un producto muy barato compatible con casi todo que aumenta el peso final del producto.  A mayor peso con menor coste, mayor rentabilidad¡

Azúcar y azúcares: ocultos y añadidos

Aunque con matices, todas las posturas en favor y en contra del azúcar coinciden al indicar que el consumo moderado es, al menos en teoría, el mejor interruptor para evitar sus efectos nocivos, pero lo cierto es que no podemos consumir moderadamente algo que nos invade y está presente en los alimentos más insospechados. Sin que tengamos manera de identificarlos¡ Ahí radica la discusión. Para la industria y sectores afines el concepto “consumo moderado”, sumado a los de “dieta variada” y “actividad física” se han convertido en el mantra con el que pretenden exonerarse de cualquier responsabilidad. El lobby se atrinchera en ese difuso espacio trasladando al consumidor la responsabilidad de los problemas derivados del exceso en la ingesta de azúcar, al tiempo que alimentan estrategias gubernamentales de salud pública que confluyen en ese otro gran mantra, el “balance energético”, que invoca aquello de calorías consumidas por calorías gastadas. Es decir, comemos más de lo que gastamos en nuestra vida cada vez más sedentaria. Así es como eluden su papel en la pandemia de obesidad que afecta al mundo, que desde 2015 cuenta con más personas obesas que personas en su peso o por debajo del mismo, según datos de la Organización Mundial de la Salud. En cuanto al resto de problemas de salud que se vinculan con el azúcar, como ya hemos venido explicando, la industria hace oídos sordos, financia investigaciones que o bien descarten o relativicen ese vínculo o que directamente culpen a otros nutrientes como ha ocurrido con las grasas, luchando a brazo partido con los legisladores para mantener el uso de su oro blanco en una zona de confort, oculto en el etiquetado de los alimentos. Y es ahí donde se están librando las más recientes batallas, y de cómo se diriman dependerá que el gran público conozca la verdad sobre lo que come, único camino para realmente poder optar por un “consumo moderado” real.

Pongamos por ejemplo, como recomienda la OMS, que la cantidad de azúcar total que ingerimos en un día no supere el 10% del total de las calorías diarias que necesitamos, y que a ser posible que se sitúe en el 5%. Esto supone unos 50-25 gramos diarios de azúcar, entre 18-9 kg al año. Ya hemos visto las medias de consumo a nivel mundial, europeo y nacional, por lo que queda claro que estamos muy lejos de dichos objetivos. De momento podemos controlar el azúcar que nosotros usamos para endulzar el café, la leche o algún postre casero, pero el azúcar está presente en una cantidad increíble de alimentos. A la bollería, galletas, repostería, chocolates y chucherías diversas, cuyo consumo se ha elevado de manera alarmante, hemos de añadir la importante presencia de azúcar en bebidas refrescantes y de frutas, confituras y salsas, pan, cereales, embutidos, conservas y todo tipo de alimentos preparados como pizzas, pastas, cremas, sopas, postres y derivados lácteos, etc.. La elaboración de todos esos alimentos y su contenido en azúcar escapa a nuestro control, gracias en parte a un etiquetado inespecífico, de manera que el consumo moderado de azúcar es hoy por hoy una entelequia, máxime si observamos que según algunas estimaciones casi el 75% de los alimentos procesados llevan algún tipo de azúcar añadido.  En la información nutricional de las etiquetas los fabricantes incluyen en el epígrafe de los hidratos de carbono un escueto desglose con “de los cuales, azúcares”, sin concretar si esos azúcares son añadidos o parte de la materia prima con la que se elabora el producto. Ahí está una de las claves de la información transparente. Al consultar los ingredientes en estos alimentos procesados nos topamos con términos como sacarosa, glucosa, fructosa o caramelo que con relativa facilidad podemos reconocer como azucares añadidos. También puede resultar algo sencillo asociar al azúcar los términos jarabe de glucosa y jarabe de maíz, que además son sustancias mucho más dulces y baratas que el azúcar, y que por lo tanto se usan masivamente. Pero, ¿pensamos en azúcar cuando leemos en el etiquetado ingredientes como malta de cebada, dextrina, dextrosa, zumo concentrado de fruta, miel, miel de caña, jarabe de malta, jarabe de arroz, melaza, panocha, maltosa o maldodextrina? La respuesta es bastante evidente, no pensamos en ellas como azúcar, pero lo son. Echando mano casi al azar de algún producto de nuestra despensa o nevera podemos verificar la intencionada confusión que reina en los etiquetados. En unas galletas pertenecientes a una gama que se publicita como saludable con reclamos como “integral con copos de avena”, “alto en fibra” y “aceite de girasol alto oleico”, encontramos que de los 63 gramos de hidratos de carbono 22 son azúcares. Cuando acudimos a los ingredientes encontramos que le han añadido azúcar al conjunto, pero que también la contiene individualmente el chocolate y los cereales procesados que se han combinado en la galleta. ¿Cuánto azúcar añadido tiene? Difícil, ¿verdad?

Recordemos una vez más la horquilla de consumo recomendada por la Organización Mundial de la Salud, entre 50 y 25 gramos diarios de azúcar…con 100 gr de esas galletas ingerimos 22 gr de azúcar; con un zumo de frutas variedad piña y uva de 200ml son 26 gr de azúcar, y con un refresco de naranja o cola de 330 ml oscila entre 25 y 35 gr. Difícil, sin duda.

Pero quizá las cosas mejoren en un futuro no muy lejano sí prosperan iniciativas que se están impulsando en países como Estados Unidos e Inglaterra. En este sentido la Agencia de Alimentos y Medicamentos de EEUU trabaja en una regulación más específica del etiquetado que obligue a los fabricantes a especificar cuanta azúcar es añadida e incluso la calidad de la misma. También hay países que pretenden que los zumos de frutas dejen de ser considerados equivalentes al consumo de fruta diaria. Y  Reino Unido quiere poner a las bebidas azucaradas un impuesto a partir del próximo año, siguiendo la estela de países que ya lo aplican como Francia o Méjico, desde 2011 y 2014 respectivamente. Estas acciones podrían tener un efecto cascada y extenderse a otros países, generando en el caso del impuesto un efecto disuasorio sobre los fabricantes y los consumidores, además de revertir en unas arcas públicas que deben hacer frente a los costes médicos de los trastornos y patologías derivadas del consumo excesivo de azúcar. El impuesto en dichos países con niveles alarmante de obesidad ha reducido el consumo de esas bebidas y aumentado el de agua, de manera que parece efectivo. Sin embargo ni el etiquetado más detallado ni el impuesto a bebidas y productos azucarados son, ni de lejos, objetivos fáciles de alcanzar a pesar del apoyo que en líneas generales reciben estas iniciativas del ámbito de la ciencia y de organismos especializados en salud. Las empresas, evidentemente, se resisten y desarrollan estrategias para evitarlas. Sirva como ejemplo la trama que desveló el periódico El País en febrero y diciembre de 2013, cuando informaron como la compañía Coca-Cola y el propio gobierno de Estados Unidos a través de su embajada, habían presionado al gobierno de Artur Mas en la Generalitat de Catalunya para que diera marcha atrás en su iniciativa de poner un impuesto a las bebidas azucaradas en su comunidad.

Priorizando la salud

Aunque las campañas de desinformación, a través de la negación directa o de relativizar los efectos del azúcar digan lo contrario, las evidencias científicas le atribuyen una conexión directa con diferentes enfermedades. Además del exceso de calorías vacías que conducen al sobrepeso transformándose el azúcar sobrante en grasa, está muy estudiada la manera en la que su metabolismo sobrecarga el hígado provocando problemas en el mismo, generando además alternaciones hormonales con la insulina, así como en el equilibrio de la grelina y la leptina, hormonas que regulan la sensación de hambre y saciedad respectivamente. Por este camino, como es lógico, se llega al desarrollo de la diabetes, una grave enfermedad que además de ceguera y amputaciones, pueden conducir a la muerte y que afecta a nivel mundial a 1 de cada 11 personas, unos 422 millones de adultos, cobrándose anualmente 1,5 millones de vidas.

La hipertensión, la acumulación de grasa abdominal, el aumento de triglicéridos y el desequilibrio en detrimento de la salud de los niveles de colesterol HDL y LDL, se derivan también de los excesos de azúcar en sangre.

También se ha visto una conexión con el cáncer, ya que desde hace casi un siglo se sabe que las células cancerígenas son “adictas” a la glucosa, se alimentan de ellas con una voracidad mucho mayor que las células normales. A pesar de que las principales instituciones en oncología no quieren criminalizar su consumo y sitúan su conexión con el cáncer en relación con la mayor incidencia de algunos tumores en sujetos obesos o diabéticos, la realidad científica prescinde de rodeos y habla abiertamente de una relación causa-efecto. Así lo hizo una investigación española dirigida por la Dra. Custodia García Jiménez en la Universidad Rey Juan Carlos, publicada en febrero de 2013 en la revista Molecular Cell. El estudio demostró que los niveles altos de azúcar en sangre estimulan la actividad de la proteína b-catenina, un factor que promueve el desarrollo de las células tumorales en intestino delgado, mama, ovario, páncreas, colón etc. En junio de 2016 serían las páginas de Nature las que dieran luz a otra investigación de la Dra. García Jiménez centrada en la hiperglucemia y un mayor riesgo de desarrollar cáncer de hígado. Además resulta significativo que otros equipos de investigación estén trabajando en frenar la proliferación de ciertos tumores precisamente abordando el problema desde la dependencia que las células cancerosas tienen de la glucosa.

A pesar de lo indicado, como es fácil comprobar la inmensa mayoría de las iniciativas que pretenden regular y frenar el consumo de azúcar se justifican desde la necesidad de atajar y revertir esencialmente el problema del sobrepeso y la obesidad, propiciando así de manera implícita un efecto dominó de mayor alcance. Tal y como señalamos antes y manejando datos compilados por el Imperial College de Londres y publicados en The Lancet en abril de 2016, por primera vez existen en el planeta más personas con sobrepeso que con un peso normal o inferior al determinado por nuestro índice de masa corporal. Entre 1975 y 2014 se triplicó en los hombres y se duplicó entre las mujeres el número de obesos, calculándose que existen más de 1.900 millones de personas adultas mayores de 18 años en esta situación. Según las OMS, 41 millones de niños menores de 5 años tenían sobrepeso o eran obesos en 2014, duplicándose los casos en África hasta alcanzar los 10 millones y rozando los 20 millones en Asia. Algunos indicadores cifran en 2,8 millones el número de muertes anuales por esta causa, calculándose el impacto en la economía mundial en 2 billones de dólares según reveló en 2014 la consultora McKinsey & Co.

Pensar en el sobrepeso y la obesidad como un factor exclusivamente estético es un grave error. La OMS vincula dicha situación con un mayor riesgo de padecer:

 

  • enfermedades cardiovasculares (principalmente las cardiopatías y los accidentes cerebrovasculares), que fueron la principal causa de muertes en 2012.
  • trastornos del aparato locomotor (en especial la osteoartritis, una enfermedad degenerativa de las articulaciones muy discapacitante), y algunos cánceres (endometrio, mama, ovarios, próstata, hígado, vesícula biliar, riñones y colon).

 

A todas éstas, ¿qué dice el Imperio del Azúcar? Para saberlo, volvemos al cándido discurso que usan en la web de la International Sugar Research Foundation. Allí, como vimos antes, admiten a regañadientes el vínculo entre caries y consumo de azúcar, insinuando eso sí la endeblez de las evidencias. Y de ahí no pasan. De acuerdo con la información que proporciona la obesidad es culpa del sedentarismo y de dietas con mucha grasa; la diabetes 2, de la obesidad, y ésta, ya hemos visto, es culpa de las grasas y la poca actividad; finalmente las enfermedades cardiovasculares se previenen con dietas variadas, pobres en grasas y ejercicio, siendo el azúcar un coadyuvante que en ausencia de grasa, hará la dieta “más agradable al paladar” ¿Le parece al lector una tomadura de pelo? No es nada comparado con otros argumentos esgrimidos, como el hecho de apelar a que la producción de azúcar en una importante fuente de ingresos para muchos países en desarrollo, una fuente de energía barata para países pobres que sufren malnutrición, un ingrediente de soluciones de rehidratación oral destinadas a prevenir la deshidratación infantil en países pobres, y un producto idóneo para ser enriquecido con vitaminas y minerales y afrontar así los problemas de desnutrición. Conclusión: ¡el azúcar ayuda a construir un mundo mejor, más justo!

 

José Gregorio González

 

¿Sabías qué?

La Organización Mundial de la Salud aprobó en 2015 una directriz sobre la ingesta de azucares en adultos y niños. Durante la fase de elaboración de las recomendaciones, las instituciones de diferentes países y siete organizaciones de la industria del azúcar presentaron alegaciones de cara a perfilar el documento. Según una investigación realizada publicada por la propia OMS, aunque las empresas presionaron la OMS mostró una elogiable resistencia. La principal conquista de las azucareras fue la de aumentar la frecuencia de la palabra “baja” para referirse a la calidad de las evidencias en contra del azúcar

TENTÁCULOS EN EL DEPORTE Y LAS CELEBRITIES

Durante las pasadas olimpiadas se asistió en diferentes países a un repunte del activismo en contra de la promoción de las bebidas azucaradas y la comida basura en la gran cita deportiva. Numerosos colectivos y profesionales se posicionaron ante algo que consideraban completamente contradictorio con la salud y que definieron como un genuino “carnaval de la comercialización de la comida basura”, con algunas multinacionales como MacDonald, Kellogg y Coca Cola en el punto de mira. Estos grupos esperan invertir esa tendencia de cara a Tokio 2020, evitando que estas marcas patrocinen equipos o invadan los espacios publicitarios, algo muy frecuente en el mundo de las celebreties. Según Marie Bragg, profesora y coordinadora de un estudio promovido desde el Centro Médico Langone de la Universidad de Nueva York y publicado en Pediatrics, la inmensa mayoría de los productos que anuncian estrellas como Rihana, Beyoncé, Pitbull, Timberlake o Swift no son saludables. Se basa en el análisis de unos 600 anuncios realizados por 163 estrellas del pop entre los años 2000 y 2014 en EE.UU. promocionando bebidas y alimentos. No sólo no son saludables ni invitan a estilos de vida sanos, sino que casi en su totalidad su consumo sistemático genera problemas de sobrepeso, diabetes, etc. Azucares y grasas saturadas, incorporadas a refrescos, bollería, comida rápida, etc., son las protagonistas de unos spots presentados por personajes que son tomados como modelo y ejemplo a seguir por niños y adolescentes. El estudio indica que no se encontró ni un solo spot en el que se fomente el consumo de frutas, verduras, legumbres o cereales integrales, convirtiéndose la investigación en una denuncia y en una oportunidad para rectificar.

¿Sabías qué?

The New York Times destapó en 2015 el escándalo de la Global Energy Balance, una organización formada por científicos que buscaba desvincular la obesidad del consumo de bebidas azucaradas, volcando toda la culpa en la falta de ejercicio físico. Detrás del grupo disuelto por la polémica estaba Coca Cola, que puso sobre la mesa 1,5 millones de dólares para financiarlo?

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