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La magia, el misterio y el hermetismo suelen encontrar una cómoda vía de expresión a través del arte, ya sea como fuente de inspiración o como eje temático, por medio de su presencia en la experiencia vital de los artistas, o también como consecuencia de la creencia en que ese arte procede directamente de dimensiones trascendentes y no humanas, que utilizan al artista como instrumento para manifestarse en nuestro mundo. En la vida y en la obra del pintor grancanario Antonio Padrón es posible reconocer la impronta del misterio…nadie como él sintió plasmó con tanta precisión las creencias y los rituales mágicos vinculados con el mundo curanderil y hechiceril de Canarias.

 

Pasear por la Casa Museo Antonio Padrón, recientemente remodelada y abierta al público con mayor amplitud y una redistribución de los espacios que contribuye a realzar la obra del pintor galdense al que está dedicada, es un auténtico placer y una oportunidad permanente para el aprendizaje y el asombro. Es espacio se ha transformado para dar mayor proyección a un museo que el pueblo de grancanario de Gáldar siente como propio, un rincón cercano y afable de un hogar comunitario. A su favor tienen una excelente materia prima, la obra de un genio del arte canario y español, un artista con una biografía que deja espacio a lo mágico e inaccesible, aspectos que sutil y elegantemente han sabido poner en valor los responsables del museo sin que ello suponga una distracción para con el conjunto de su obra. Las creencias que albergó, la fascinación que sintió por la magia que aún sabía manejar el campesinado de su tiempo y por los hilos invisibles que parecían regir el destino de las gentes, y las noticias sobre los fenómenos aparentemente inexplicables que de unos años para acá parecen acontecer en el lugar, son deslizadas por quienes mejor conocen sus obras a través de moderadas insinuaciones, susurros que contextualizan pero dejan al mismo tiempo un margen amplio a la interpretación individual. El misterio es explícito en una parte de la obra de Antonio Padrón Rodríguez, mientras que en otras sólo se intuye. Lo mismo sucede con la ambigüedad ligada a sentirse observado o acompañado por una presencia invisible comunicada por algunos visitantes, frente a la contundencia que han representado unas pocas apariciones. Todo ello ha llevado a pesar a un creciente número de personas que de alguna manera, más allá de una valoración romántica y subjetiva, Antonio Padrón sigue velando por el espacio que en vida fue su estudio y casa, timoneando quien sabe si también la gestión que se hace de su legado.

El remodelado museo que muestra su obra está ubicado en el corazón de la antigua Ciudad de los Guanartemes, a escasos metros de su histórica iglesia de Santiago de los Caballeros, incorporando ejemplares innovaciones tecnológicas que por un lado garantizar la completa accesibilidad de instalaciones y contenidos, y por el otro permiten una aproximación a las obras más amplia. Modernos códigos QR permiten a través de tablets y smarphones, o bien de pantallas táctiles estáticas, acceder en varios idiomas e incluso en lenguaje de signos, a la interpretación de cada obra y cómo las mismas han inspirado trabajos literarios y musicales.

Sintiendo su presencia…

Padrón nació el 22 de febrero de 1920 y en menos de seis meses, cuando apenas alcanzaba los diez años de edad, perdió a su padre y a su madre. Es bastante probable que sus tíos no lograsen mitigar esa orfandad, influyendo sobremanera la pérdida de su madre en una obra donde la mujer ocupa un papel primordial. Los años que pasó en el ejército le iniciaron en la música y la pintura, pero no será hasta 1942 cuando comience sus estudios de Bellas Artes en Madrid, regresando a Canarias como profesor de dibujo en 1951. Un discreto número de exposiciones individuales y colectivas, así como algunos premios recibidos antes de su prematura muerte con 48 años el 8 de mayo de 1968, apenas permiten apreciar la verdadera dimensión de su obra, todavía en proceso de ser inventariada al completo.

Personalmente descubrimos al pintor y a su obra indagando en los fenómenos aparentemente inexplicables que concurrían en su antigua vivienda y estudio. Es decir, que nos aproximamos a su apasionante trabajo como consecuencia de haber querido saber cuanto había de cierto en los testimonios que, de cuando en cuando, sostenían que una presencia espectral deambulaba ocasionalmente por el jardín interior que forma parte de las instalaciones, presencia que también se dejaba sentir por medio pasos y ruidos de origen en apariencia inexplicable en habitaciones que estaban vacías. Esos fenómenos parecen seguir ahí, tener continuidad en el tiempo, pero se viven de una manera por completo normalizada por parte de los empleados del museo, que sonríen con complicidad y encogen de hombros cuando se les pregunta sobre el asunto. Tal y como nos confiaron años atrás y hoy en día nadie niega, algunos hechos se centran en lo que en vida fue el estudio del artista y también el lecho de su muerte. Allí, quien sabe sí como producto de la sugestión, parecen intensificarse esas sensaciones. Un informante nos comentaba varias anécdotas sorprendentes, como la repetida manera en la que un instrumento musical del artista aparecía, día tras día y sin explicación, en una posición diferente a la que era colocado. “Es imposible que el timple se mueva sólo, no hay opción para ello, sin embargo notas o escuchas algo y cuando acudes ya está otra vez recolocado, siempre igual”, nos confiaba el testigo. Aunque como hemos dicho es en esa parte del inmueble donde más parece notarse su impronta, los fenómenos más llamativos fueron especialmente intensos años atrás en otra edificación ubicada a unos metros de distancia, la casa en la que vivió el pintor y donde falleció. Esta parte del inmueble albergó durante años unos despachos del Misterio de Justicia y hoy siguen parcialmente ocupados por los juzgados de lo social. Fue al refugio de sus escaleras donde un empleado de los mismos nos confirmó hace más de tres lustros, amparándose en el anonimato, que aquellas salas administrativas fueron durante una buena temporada un crisol de fenómenos sin explicación, aunque no excesivamente molestos. Las mesas aparecían revueltas, algunos pesados archivadores levemente desplazados de su ubicación y las alteraciones en la corriente eléctrica afectaban tanto a las bombillas como a algunos aparatos como la fotocopiadora o el fax. Es imposible saber sí esos fenómenos tienen algo que ver realmente con Antonio Padrón o si la asociación es inevitable por acontecer en un espacio común, su estudio y su domicilio. La mayoría de los testigos parecen tenerlo claro. Hace menos de un año, en una nueva visita al lugar con motivo de un acto que homenajeaba al pintor, tuvimos la oportunidad de recoger algunos testimonios adicionales, como el de una artista residente en la isla que acudía con frecuencia al museo para, literalmente, recibir consejos de Antonio Padrón. “Simplemente vengo, paseo por el museo, procuro estar un buen rato en el jardín, y llega un momento en el que siento su presencia, tengo la certeza de que está ahí. No recibo información verbal, es otra cosa. Después, mi proceso creativo se desarrolla”.

Pintando la magia

Pero más allá de estos fenómenos, que como al que esto escribe pueden servir de reclamo, sorprende descubrir la manera en la que lo enigmático puede rastrearse en la vida y en la obra de nuestro protagonista, a través de un interés en lo atávico y ancestral, en su fascinación por el arraigo de creencias y prácticas mágicas que rayan la superstición. El pintor grancanario poseía una personalidad introvertida y un especial interés por cuestiones esotéricas y mágicas. Como curiosidad que delata esa inquietud intelectual por lo oculto cabe señalar que Antonio Padrón contaba en su biblioteca con obras cuando menos curiosas y en su tiempo prohibidas, como es el caso de una copia de un libro de magia salomónica incautado siglos atrás por la Inquisición en Canarias. Ese libro, que en origen fue un ejemplar manuscrito de las Clavículas de Salomón incautado por la Santa Inquisición en Canarias, seguramente fue consultado por el pintor quien sabe sí buscando identificar elementos del aquel grimorio en las prácticas de curanderas, hechiceras y echadoras de cartas que pudo contemplar en su Gáldar natal y retratar con una fidelidad casi fotográfica. Tampoco debemos pasar por alto el pequeño y laberíntico jardín que el propio Padrón diseñó y cultivo con sus propias manos, un espacio al que dotó con una pequeña fuente cúbica con chorros que fueron colocados a conciencia para conseguir el sonido perfecto. Parece ser que su forma y dimensiones, el azul de su color y otros detalles fueron meditados a conciencia por el pintor, así como la de todo el conjunto, donde es posible encontrar especies vegetales de todos los continentes,  algunas de las cuales son consideradas sagradas en diferentes culturas.

En cuanto a la obra pictórica es fácilmente reconocible su fascinación por los antiguos cultos y rituales a la naturaleza, a la Madre Tierra, convencido de que el eco de las prácticas de los antiguos canarios realizadas según las crónicas históricas y la tradición popular por una estirpe de sacerdotisas conocidas como harimaguadas, se podía rastrear en su tiempo en la actividad de santiguadoras, curanderas e incluso echadoras de cartas. Por eso dentro de su estilo pictórico indigenista abundan las representaciones de estas mujeres “mágicas” y reverenciadas dentro de la cultura agraria canaria, siendo una constante la reproducción de ídolos indígenas que siguen el modelo estilístico del más famoso ídolo localizado en un yacimiento arqueológico de Canarias, el conocido como “Ídolo de Tara”. De hecho existe un cuadro que muestra precisamente a este ídolo en una escena que completan dos mujeres que tienen, curiosamente, el mismo aspecto que la pieza que sostienen¡ También se muestra de forma explícita y muy evocadora rituales propiciatorios de la lluvia, de la fertilidad en las mujeres o como cura para el mal de ojo, prácticas que también contienen un remanente ancestral que evoca las ceremonias que los antiguos guanches realizaban en sus propios santuarios y recintos sagrados. Las referencias a ese pasado preeuropeo tan presente en Gáldar también son plasmada en el uso de colores y formas geométricas que recuerdan claramente a los motivos decorativos del yacimiento arqueológico más importante del municipio y el más célebre de toda Canarias, la Cueva Pintada. En sus representaciones también tiene presencia elementos mágicos como gallos, muñecos tótem, brujas, lagartos, pócimas e incluso tiradas de cartas, que aparecen de forma recurrente en algunas de sus obras. De hecho, en varias de nuestras visitas hemos tenido el pálpito, la impresión compartida con su entusiasta director Cesar Ubierna, de que las tiradas de cartas que muestra el pintor no son aleatorias, intuyendo que no fueron dejadas al azar sino con un mensaje ligado al conjunto de los cuadros en las que aparecen. En alguien que fue tan preciso en los detalles no encaja reproducir sin orden y concierto algo tan interpretable como una tirada de cartas.

Sin duda resulta interesante pensar en cómo un inquieto Antonio Padrón asistía en su tiempo a estas ceremonias y sesiones, grabando sus detalles para después reproducirlos en sus obras. Por momentos algunos de sus cuadros, cómo ya hemos indicado, parecen fotografías de esas íntimas ceremonias. Esta posibilidad y nivel de detalle motivaron que Ubierna y su equipo realizaran un valioso trabajo de investigación etnográfica en el que se invitó a la gente mayor del pueblo a contemplar éstas obras pidiéndoles que las “leyeran”, que describiesen lo que reflejaban. El resultado, plasmado en un documento audiovisual revelador y entrañable, permitió corroborar esa precisión y al mismo tiempo reparar y entender ciertos elementos y símbolos que no habían sido interpretados adecuadamente, y que cobraban significado gracias a la memoria popular. Algunos de los sujetos que participaron reconocieron detalles reflejados en los cuadros y presentes en las ceremonias en las que estaban inspirados.

Padrón murió mientras pintaba La Piedad, una muerte al parecer intuida y un motivo pictórico éste último que también ha sido el último abordado antes de su muerte por otros grandes artistas. Ubierna nos había confiado que la muerte de Padrón, en brazos de su asistenta, parecía reproducir precisamente ese cuadro. Y precisamente ella, a quien pudimos conocer hace escasos meses, nos confirmó ese punto. Estamos ante una obra en el que los personajes miran al cielo, un rasgo muy definido precisamente en los últimos cuadros que pintó y que cuesta no interpretar en clave premonitoria.

Lo mejor, sin duda, es visitar el museo y dejarse transportar al interior de aquellos recintos reflejados sobre el lienzo, como es el caso de su obra “Mujer Infecunda” en el que una mujer sabia intentaba conseguir que una joven se volviese fértil como el campo en el que vivía, derramando semillas sobre su vientre en un gesto de magia simpática. En nuestro contacto con el museo no puede pasar inadvertido tampoco su emblemático cuadro Paisaje de Aulagas, donde Padrón parece haber representado el fenómeno del Rayo Verde junto a cinco gaviotas, un efecto natural que en el pasado dio origen a diversidad de creencias, entre ellas su presumible condición de puerta entre mundos. Posiblemente, Antonio Padrón, por momentos, pudo transitar entre esos mundos y viajar a su anhelada isla mágica de San Borondón, un territorio que también representó en diversidad de ocasiones. Seguramente lo hizo en forma de las aves que tantas veces representó y que siempre han sido el vehículo del alma humana y su encuentro con la eternidad.

 

 

Cuadros Antonio Padrón

NIÑA DE LAS MARIPOSAS

La riqueza simbólica de algunos de los cuadros de Antonio Padrón ha generado auténtica fascinación entre algunos estudiosos de sus obras. Es el caso de Alejandro García, quien tras varios años de análisis en 2007 publicó un detallado estudio dedicado a este pequeño cuadro pintado en 1950. García sostiene que números, colores, posiciones de la manos y otros elementos encriptan claves cabalísticas y astrológicas. Las protagonistas de piel verdosa, con ojos negros, muestran sus manos en una escena en la que se representan seis mariposas, símbolo ancestral de la inmortalidad del alma que unidas en este cuadro formarían una constelación. Según este autor el tono verdoso de la piel apunta a un símbolo tanto de fecundidad como de la lividez de la muerte, una ambivalencia que lo aproxima a Osiris, dios de la vegetación y de los muertos. “El cuadro nos habla del alma (la individualidad) en su viaje a través de la edad (el tiempo) y a través de la muerte (la vida, la transformación, la trascendencia)”, sostiene el estudioso, todo reforzado por los ojos negros o vacíos y lo que parece una puerta o umbral a la espalda de ambas figuras. Finalmente, cabría señalar la posición de las manos, que estarían formando gestos de poder o “mudras”, como el de bendición que muestra la niña con su mano derecha.

ECHADROA DE CARTAS

Jesús Guerra se aventura en la tercera entrega de la obra homenaje Escritos a Padrón a realizar un análisis del cuadro Echadora de Cartas, fechado en 1960.

El dos de oro. Alguien que se ve en una encrucijada teniendo que elegir entre dos caminos.

Cuatro de Espadas. Es una carta de recogimiento, de aislamiento voluntario, un hombre que descansa. Y descansa porque siente que ha perdido la luz que lo guiaba, que anda sin rumbo y así no puede continuar el camino.

Dos de copas. Implica la conjunción de dos partes, ya sea un contrato de trabajo o el comienzo de una relación amorosa estable y formal. Aquí la cuestión es que se comienza una unión y que existe compromiso por ambas partes.

Seis de bastos. Es una carta que puede interpretarse en dos direcciones. Vemos a un guerrero que sale en busca de la victoria que ya ve en sus manos, o vemos al triunfante vencedor que regresa en medio de vítores y cánticos de alabanza. Lo que subyace de esta carta es la sensación de que todo va a ir bien.

Tres de copas. La interpretación primera de este arcano menor, es la de celebración. Nos habla de resultados satisfactorios, de recompensas tras una gran dedicación que suponen un gran orgullo para el sujeto.

Sota de oros. Representa la dedicación a un fin, el ansia por progresar en una dirección determinada y destacar en la profesión elegida. Suele tratarse de una persona joven y dinámica, pero bastará con que te sientas así por dentro para que hagas tuya esta Sota de Oros.

MUJERES EN EL INTERIOR DE LA CUEVA

La representación de elementos de la cultura nativa y preeuropea de Gran Canaria se hace más evidente en la última etapa del pintor. Padrón sintió fascinación por la Cueva Pintada, el yacimiento más espectacular de todo el archipiélago, ubicado a escasos metros de su casa. Incluso, por su condición de pintor parece ser que fue consultado sobre su conservación, embarcándose en la aventura de investigar los materiales y técnicas que los antiguos canarios utilizaron con vistas a lograr los mismos colores. De todos sus cuadros, en opinión de Antonio Manuel González Rodríguez es Mujeres en el interior de una cueva, pintado entre 1966 y 1967, el mejor ejemplo de esa fascinación. “Una figuras femeninas, claramente aborígenes, rodeadas de cabras, tinajas y cuencos con leche, realizan sus tareas domésticas en el interior de una cueva o caverna con indudables connotaciones antropomórficas. A través de sus “ojos”, de sus aberturas, se divisa un paisaje escarpado, de grandes montañas basálticas, que recuerdan el inmenso macizo del Tamadaba, visto desde los barrancos del Juncal. (…) El deseo de profundizar en las raíces, en las entrañas mismas de la tierra, llevó al pintor, en los últimos años de su vida, a indagar en las posibilidades artísticas y vitales de un acercamiento al universo de los ancestros, como si tratara de remontarse al paraíso primigenio, en busca de unas señas de identidad. En este sentido, cobra particular importancia el que denominara, en cierta ocasión, a los primitivos habitantes de la isla “nuestros primeros padres”

José Gregorio González.

 

 

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