Historia Antigua de la isla de El Hierro
Asteheyta: la fábula que emerge de la historia
Miguel A. Martín González
(historiador, profesor, fundador y director de la revista Iruene)
¿Dónde se localiza la mítica Asteheyta?
La necesidad, en una tierra agreste y sedienta, comprometió a los antiguos pobladores de la isla de El Hierro (los bimbache), a forjar destrezas, mitos e ilusiones capaces de compensar todo tipo de carencias y penurias a las que estaban sometidos. Consolidados en una estrategia económica de subsistencia eminentemente pastoril, se adaptaron a la oferta de pastos que la isla ofrecía tanto en los distintos espacios o pisos de vegetación como en los tiempos de sus disposiciones gracias a un sistema de trasterminancia (desplazamientos cortos de los rebaños) de costa a cumbre.
..”Y, como el principal sustento de los herreños era el ganado, ya que por la sementera no les pusiese cuidado la falta del agua, poníanles por los yerbajes y pastos para el ganado. Y así, cuando veían tardar las aguas en el invierno, juntábanse en Bentayca, donde fingían estar sus ídolos, y alrededor de aquellos peñascos estaban sin comer tres días, los cuales con la hambre lloraban y el ganado balaba, y ellos daban voces a los dioses ídolos, que les mandasen agua”… (Abreu Galindo, 1977) *1. El origen de algunos relatos sobre lugares míticos, de topónimos extinguidos, de ideas veladas, de alguna manera se mimetizaron y ocultaron en algún lugar de la montaña. El recuerdo quedó registrado en la memoria de las letras de un relato verdadero, de un significativo valor, más allá de cualquier sentido de ficción o ilusión que el fraile franciscano Abreu Galindo recopiló a finales del siglo XVI, siendo la única referencia de la que disponemos para desenmascarar el rostro vivo o el emplazamiento de aquella mistérica y sagrada morada llamada Asteheyta.
Continúa la narración de la siguiente manera: “Y, sí con esta diligencia no llovía, uno de los naturales, a quien ellos tenían por santo, iba al término y lugar que llamaban Tacuytunta, donde está una cueva que decían Asteheyta, y, metiéndose dentro e invocando los dioses ídolos, salía, de dentro un animal en forma de cochino, que llamaban Aranfaybo, que quiere decir «medianero»; porque, como aquellos gentiles veían que por sus ruegos no alcanzaban lo que pedían, buscaban medianero para ello. Y a este Aranfaybo, que era el demonio, tenían ellos en lugar de santo, y era amigo de Eraorazan. Y, como salía, lo tomaba y lo llevaba debajo del tamarco a donde estaban los demás esperando con sus ganados, alrededor de aquellos peñascos; y andaban todos dando gritos y voces en procesión, a la redonda de aquellos dos riscos, y llevando el cochino debajo del tamarco. Y, como el demonio es grande artífice de cosas naturales, hacía llover, porque fuesen ciegos tras su adoración. Y, si vía el que llevaba el cochino que era menester más agua, teníase consigo este demonio y, cuando le parecía que había llovido lo necesario, largábalo y volvíase a su cueva, a vista de todos”…
Nos encontramos ante un relato histórico-legendario extraordinario de un acontecimiento primordial donde se mezclan lugares específicos (Bentayca o Tacuyunta), animales, humanos, personajes relevantes y seres divinos: dioses (Eraorazan) y medianeros o genios (aranfaybo). Peregrinaciones, cánticos, rezos, ruegos, plegarias, danzas dirigidas a los dominios de lo sobrenatural, distintiva por su carácter ritual y mágico en una representación colectiva de gran intensidad que afecta a toda la Isla y que formaba parte de una escenificación cósmica de un acto fabuloso, donde se combina lo terrenal con lo sobrenatural.
Esta invocación concreta es extraordinaria por ser un tiempo de calamidad como es la falta de lluvias. Contiene un paradigma de significado profundo de origen divino, pues se representa en y como un escenario dramático, lo cual presupone o nos hace entender que la misma actitud -aunque sea con variantes ceremoniales- debía repetirse ordinariamente todos los años. Afirma Mircea Elíade (1994)2 que el mito es una realidad extremadamente compleja, que podría abordarse e interpretarse de diferentes maneras, a menudo complementarias… Al conocer el mito, el sujeto conoce el “origen” de las cosas y por consiguiente puede llegar a dominarlas y manipularlas a voluntad. No se trata de un conocimiento “externo” o “abstracto” sino de un saber que se “vive” ritualmente ya al narrar ceremonialmente el mito, ya al efectuar el ritual para el que sirve de justificación.
Circunstancias similares vinculadas a rituales para provocar la lluvia también las encontramos en otras islas del Archipiélago Canario. En varias de ellas se documenta una práctica que consistía en reunir ganado en cercados -baladeros o bailaderos- en zonas altas, separando las madres de las crías y comenzar a danzar, implorar y rogar alrededor de una lanza, piedra o amontonamientos de piedras, para que los balidos y quejidos lleguen hasta los dioses. En Gran Canaria se conserva un ritual que procesionaba hasta las cumbres de Tirma y Amagro para realizar rituales de petición de lluvia. A continuación, se bajaba con ramas hacia el mar para golpear el agua.
Llama mucho la atención la destacada presencia de un medianero con aspecto de cochino ¿Por qué tenía tanto protagonismo en El Hierro una divinidad inferior como esta? El fraile franciscano aclara precisando que era “amigo de Eraorazan”. Ir a la cueva donde moraba un genio era una posibilidad de abrir una puerta al cielo, una abertura a lo espiritual, otro mundo trascendente que simboliza la realidad absoluta y a las que se dirigen todas las miradas, todos los pensamientos y actitudes. Allí se cumple una función prototípica de un modo idealizada donde poder encontrar lo que necesitaban, el regalo cósmico en forma de lluvia.
“Se ha constatado arqueológicamente la existencia entre los antiguos libios de centros sagrados o de santuarios en emplazamientos como montañas, altos lugares, rocas, cuevas, abrigos, bosques, manantiales y fuentes termales… en ideas asociadas a la fertilidad, a la procreación y a la renovación de los ciclos naturales, teniendo en los elementos (astros, montañas, cuevas, rocas, etc.) y en fenómenos naturales (lluvia, viento, ciclos vegetales) su materialización” (Josué Ramos, 2014)*3.
Posiblemente, apunta Eduardo Pérez (2017)*4, está invocando a los espíritus de los antepasados. Estos se manifestarían, según el texto, en un “animal en forma de cochino” que saldría de la caverna. Es interesante constatar que el autor no dice que se manifestara como “un cochino”, sino como un “animal en forma de cochino” lo que demuestra el carácter mágico-simbólico de ese ser. Se trataría de la encarnación de un intermediario, como el propio texto indica, que intercedería ante las deidades responsables de las lluvias. La narración aclara que este ser, con forma de cochino, era el demonio, amigo de Eraoranzan. No parece que el concepto demonio se refiera en este contexto a la terminología cristiana, a pesar de la adscripción religiosa del autor, sino más bien a su etimología original griega; “daimon”, que significa genio o espíritu, pues, como se observa en el texto, su papel era positivo y propiciatorio.
Cueva del Agua (Isora) es la única estación rupestre de cumbre descubierta y divulgada hasta estos momentos, dada a conocer públicamente por R. Balbín y A. Tejera (1983)*5. Lo que sorprende al llegar a la gruta es el conjunto de grabados rupestres con formas circulares, herraduras y signos de escritura que se localizan sobre una superficie de capa fina, porosa y descascarillada básicamente en la pared meridional. Los motivos rupestres de la pared meridional terminan con una pequeña espiral, la única que existe en toda la cueva, mientras que el lateral septentrional tan sólo contiene dos círculos exentos, un motivo en forma de U y cuatro círculos unidos.
Los petroglifos que se exhiben en la isla de El Hierro constituyen un original proyecto social. Construir un espacio sagrado no es algo que se pueda improvisar, equivale a una cosmogonía; por ello, requiere elegir el rincón del territorio, el soporte pétreo y la cara de la roca, todo debe estar perfectamente calculado según la orientatio que les permita una comunicación permanente con los dioses. Toda la parafernalia simbólica que encontramos en la Isla es parte fundamental de la expresión de un discurso, producto de la experiencia sobre un imaginario, dispuesto más allá del espacio y el tiempo inmediatos. La manifestación alegórica es la clave de una experiencia religiosa que debemos abordar si queremos penetrar en el misterio de una realidad comunicada trascendente mediante la literatura labrada sobre la roca*6.
Es primordial poner en valor el papel que juega la luz solar en este espacio cavernícola, como con la sucesión de los días y los meses, va penetrando e iluminando los motivos rupestres hasta llegar a los límites de la única espiral existente, coincidiendo con el solsticio de invierno (máxima iluminación). Dicha espiral es el único motivo que permanece permanentemente en penumbra dando la sensación de revelar el inicio del tránsito al otro mundo, claramente vinculado al inframundo, la morada del espíritu del agua que mana por los poros de la pared de la cavidad.
Desde este instante los grabados rupestres se conectan con el cosmos, se reactualiza la creación, se origina un nuevo comienzo (el nuevo ciclo temporal). Es un caso muy particular, único en la Isla que opera según el modelo de la luz. Por otro lado, los tres motivos del extremo septentrional están orientados hacia el lugar del horizonte marino por donde surge la estrella Canopo, al amanecer, sobre el 15-20 de agosto dependiendo de los siglos y principios de febrero en su orto helíaco durante el crepúsculo. En este contexto ritual durante el solsticio de invierno al amanecer, cuando la luz solar penetra en la cavidad, era el momento idóneo para que el hombre que “tenían por santo” se introdujera en el interior de la cavidad para invocar y demandar el beneficio de la comunicación con el otro mundo.
Llegados a este punto, es preciso destacar la importante aportación que el historiador y lingüista Ignacio Reyes*7 realiza en tres asientos sobre fragmentos de texto líbico-bereber que se sitúan en la entrada de la cueva y que, por cuestión de espacio, abreviamos y extractamos lo siguiente: ZRHZYZH. (De *Izar ehez y əzha, prop. lit. ‘Vierte (o fluye) rápido para los verdaderos (o legítimos u originarios)’.). ŠRT (De *ŠR-t, adj. gent. col. lit. ‘los hijos de la tribu ŠR’ (¿la tribu del Viejo o la Garra?).) y ZRST. (De *Izar əs-tətit, prop. lit. ‘Fluye hacia el crecimiento (o provecho, ganancia)’.)
Casi al fondo del tubo volcánico se encuentran tres pilas o posas de piedra que forman parte del concepto ritual y simbolismo del agua que se filtra o se condensa y gotea en la parte superior de las piedras colocadas expresamente allí donde cae la gota de agua. En la parte superior presentan pequeñas concavidades donde se forman minúsculos depósitos de agua. Su función no es recoger líquido para beber, sino más bien adquiere un carácter simbólico de ritual empático o simpático.
Fuera de la cavidad, en la parte superior delimitando la caída del risco, se localizan dos excepcionales recintos a modo de círculos de piedra que nada tienen que ver con eras. El más cercano a la cavidad, localizado a unos 50 m de distancia, en la actualidad presenta la forma de un semicírculo de pequeñas dimensiones (5 m) con un conjunto de rocas que delimitan el abismo del acantilado. En el lado inverso se le ha añadido, con posterioridad, un muro vinculado a los corrales de cabras. El segundo recinto es de mayores dimensiones, se emplaza a unos 17 m al Sur, también en el límite del risco. Lo conforma un grupo de rocas dibujando un perímetro con un diámetro de unos 7 m, al que se le han alterado dos partes con un muro superpuesto. Las rocas de la base siguen en su sitio.
¿Todo lo expuesto hasta aquí es suficiente para ubicar la mítica Asteheyta en Cueva del Agua (Isora)? Vayamos por partes. Sin mostrar ningún tipo de argumentación, Älvarez Delgado (1946) estaba convencido en identificar la cueva de Asteheyta en una oquedad que se abre en El Mocanal, cerca de Valverde, que llamaban Teneseita. D. Darias Padrón (1980) dudaba en situarla en la anteriormente citada o en otra localizada en las inmediaciones de Valverde, en el Barranco de Tejeleita. Mª Cruz Jiménez (1993), debido a la abundancia de grabados rupestres a lo largo del cauce del Barranco de Tejeleita, se decanta por la hoy llamada “Cueva de La Pólvora” en Valverde8.
Nuestra razonada exposición difiere de las anteriores, pues resulta bastante atractivo asociar el sitio de Asteheyta con la estancia de Cueva del Agua, atendiendo a una propuesta producto de la acumulación de un conjunto de consistentes pruebas como son el escenario mítico de un lugar en altura al que aludía Abreu Galindo, la zona de los originarios (el territorio de Los Herreños), el tubo volcánico con un notable número de grabados rupestres en su interior (único caso en la Isla), el simbolismo de la luz cada solsticio de invierno que recorre el tramo de pared tallada con caracteres rupestres, la alegoría del agua con la presencia de pozas en lo más recóndito de la cavidad y los dos círculos de piedra para las plegarias, gestos y danzas rituales descritas, construidos a escasos 50 m de distancia de la cueva que bien podrían corresponder a los espacios masculinos y femeninos que registraba Abreu Galindo en otra parte del texto. Entendemos que son elementos y argumentos de gran consideración para ubicar a Asteheyta en la Cueva del Agua (Isora).
Imágenes de Inés Dieppa y Fernando García
*1 ABREU GALINDO, J. (1977): Historia de la conquista de las siete Islas de Canaria
*2 ELIADE, M. (1994): Mito y realidad
*3 RAMOS, J. (2014): Una religión invisible: la cosmovisión y creencias religiosas de los antiguos libios en su contexto historiográfico. Antesteria nº 3, pp105-123
*4 PÉREZ, E. (2017): Los espíritus del mar; el culto a los antepasados entre los indígenas de Canarias. Revista Iruene nº 9, pp 84-111
*5 BALBÍN, R. y TEJERA, A. (1983): Los grabados rupestres de la Cueva del Agua. El Hierro, Islas Canarias. Zephyrus XXXVI, pp 105-112
*6 MARTÍN, M.A. (2018): Los grabados rupestres de la isla de El Hierro. El simbolismo de la supervivencia. Revista Iruene nº 10, pp 38-69
*7 REYES, I. https://tasekenit.com/
*8 JIMÉNEZ, Mª C. (1993): El Hierro y los Bimbaches