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Escribir sobre chamanismo e intentar descubrirlo y sacar a la luz sus aspectos más significativos no es nada difícil, si uno se atiene a la literatura que sobre ello se ha publicado desde principios del siglo XX  y que ha desmenuzado, con esa eficacia que caracteriza a la mente occidental, todo entramado cosmogónico que conocemos bajo el termino de “chamanismo”.

Una lectura del ya clásico “El Chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis”, del filosofo e historiador  Mircea Eliade editado en 1951, puede satisfacer, entre todas las literaturas, la curiosidad acerca del chamanismo y a su vez aquietar, no solo si se busca los aspectos más trascendentales y místicos sino también el anhelo del rigor académico y la exposición científica. Si nuestra curiosidad es mayor y Eliade no ha colmado nuestras expectativas podemos, dentro del ámbito de las traducciones al español, enfrascarse en los estudios sobre chamanes y enteógenos  de la mano del antropólogo norteamericano Michel J. Harner.

Y así,  se puede ir recorriendo el espectro del chamanismo, introduciéndonos en una visión del mundo que en un determinado tiempo de la historia del hombre fue universal, y de que las formas actuales de religiosidad son su reflejo y herencia, un tanto distorsionado.

Plantear, discutir y reflexionar sobre estas cuestiones  sin que medie un contacto real con alguna comunidad donde se practique y forme parte del entramado sociológico, es además de un atrevimiento, una nota de mal gusto y esnobismo intelectual. En este contexto, sin entrar a dilucidar que es chamanismo, y tendente a considerar si el chamanismo forma parte de un estadio de la humanidad que ya es inevitable para la dinámica social occidental y que solo resulta atractiva para el especialista en sus estudios o para el público, ávido de modas y novedades.

En una actitud crítica, observamos  con cierto asombro, como el chamanismo es utilizado como bandera, como eslogan de ciertos movimientos ideológicos y de acción social que se presenta como alternativa a nuestras sociedades tecnológicas e industriales y a su salvajismo económico contra todos los ecosistemas naturales, y que se ofrece como una de las vías de solución de lo que ahora se conoce como el retorno a una tierra inteligente o Gaia, se trata de una manifestación religiosa arquetípica de la que este contacto con la naturaleza es uno de su elementos, pero no el más significativo.

Todo esto no es nada nuevo. Esta vínculos entre lo chamánico y la ecológico, recuerdan el afán y el interés de los europeos decimonónicos por las comunidades indígenas que los aventureros comenzaron a poner ante sus ojos cansados de tanta corrupción,  guerras, hambrunas, represiones y oscuridades… Y anhelantes de unos paraísos y edades prístinas que,  prometidos por la tradición clásica y cristianas, ya se les caía como arcaicas, resultándoles  muy difícil de creer.

Ahora, el mismo hombre más cansado y destructor que aquellos hombres del siglo XIX, encuentran en el chamán, el hombre medicina de las comunidades ancestrales, ese alivio, esa esperanza que le permite escapar de ese odioso y gigantesco cepo que representa la sociedad del siglo XXI.

La ecología da acceso a la exaltación por lo primitivo, por lo simple. De ahí el inesperado éxito de obras como las de Castaneda y sus aventuras y desventuras con el chamán yaqui Don Juan. Una especie de chamanismo best-sellers que convertiría en guía y solución, para aquellos que emprendían la búsqueda de esos conocimientos atávicos

Así entendido, el chamanismo es desvirtuado y sacado fuera de contexto, desnaturalizado  bajo el tamiz de la mentalidad etnocéntrica, satisfaciendo anhelos, nacidos de frustraciones,  de impotencias, y que descubren, en la medida que demandan un remedio, la personalidad hipocondríaca de nuestro tiempo. De ahí que el chamán triunfe como sanador en sus comunidades,  como sustituto de psicólogos y médicos,  que herederos de su tiempo y de su ciencia, son incapaces de curar lo que se les escapa de su comprensión.

No importa que el chamanismo sea un fenómeno que influya en su entorno social  y que incluya aspectos ofensivos para la moralidad convencional del ser humano occidental, y que su lenguaje en ciertos momentos sea extraño. Eso es lo de menos. El chamanismo es un producto exótico, con ciertas garantías de éxito para la solución de las sociedades que han perdido la conexión con lo sutil.  Si bien nadie sin una preparación adecuada y de varios años en algunos casos, soportaría las duras pruebas iniciáticas, por ejemplo, para convertirse en chamán, o resistiría los viajes con plantas sagradas, pero sin embargo, son capaces en su búsqueda de una ayuda para su espíritu o simplemente la “colección” de momentos con los que presumir con las amistades en redes sociales, de contactar con cualquiera que vista ropas y sombreros de alguna comunidad indígena y con la tarjeta de presentación de chamanes, que proclaman sus discursos aprendidos como loros, sus virtudes para sanar todo tipo de males de los “blanquitos”, junto a los más temerarios  que  ingieren pócimas sin ninguna preparación previa, con la promesa de un viaje iniciático, que les descubra su “propósito” existencial.

Todo ello -claro está-   recubierto de una ancestralidad que disfraza un fin meramente mercantil. En este sentido, en el fondo subyace la manía occidental de emponzoñar  todo y utilizarlo a su conveniencia y que desgraciadamente impide un acercamiento a las prácticas de la cosmovisión ancestral como debería hacerse y lo convierte en una atracción más de la feria de las vanidades que es la actual sociedad desarrollada y de consumo inmediato.

Una explotación descarada de estas prácticas hereditarias, de esa lucrativa fiesta, donde los seudochamanes dan promesas de curación instantánea,  viajes lúdicos con plantas y nos pueden hablar de todos nuestros males por una cantidad nada módica…

El camino hacia el chamanismo auténtico está determinado por las mismas conductas que han designado lo iniciático en todos los pueblos y en todas la épocas. De ahí que la gente que se acerca a conocer las cosmogonías ancestrales no las encuentre alejadas de sí mismo, aunque nazcan de un origen que les  es por completo ajeno a su cultura. Por tanto, lo chamánico es cosa de discreciones, de reflexionar, de ambigüedades simbólicas. Que los chamanes hayan hablado y luego un occidental haya corrido a tomar nota de ello en sus cuadernos  no tiene nada de especial.

¡Cuánto se ha escrito sobre el camino interior y sin embargo, nadie que lo haya realizado lo propaga a los cuatro vientos y da las claves al primero que se le ponga por delante, previo pago!

Eso no es chamanismo. Alguna vez puede uno acercarse intuitivamente, como hizo Jung en su visita a la comunidad de los indios Tao, y a veces esos destellos relucen en el marasmo de la literatura clásica como epifanías. Cuando el chamán explora el mundo y a sí mismo, cumple la misma función de cualquiera que va en busca de su yo interior.

Fuera de esto, solo encontramos, jarana, confusión y un interés económico  que convierten la figura del chamán en un pantomimo y al occidental en un crédulo e ignorante espectador.

Miles de años separan las prácticas chamanicas del individuo del siglo XXI. Sólo los une la intuición de que la geografía interior del ser humano es única y eterna. Desde fuera, sin que medie esta convicción, cualquier intento de acercar el chamanismo a nuestra visión del mundo resulta infructífero y hasta nocivo.

El verdadero chamanismo es un alivio en la vorágine del mundo occidental. Una garantía de que nuestras sociedades no tiene la única medida de todas las cosas y su existencia durante siglos en las comunidades ancestrales confirman su triunfo y su utilidad ante los avances de la sociedades etnocéntrica. Y seguirá, tranquilo e inmutable, siguiendo el curso de los astros y el pulso de los corazones humanos, como si no hubiera trascurrido el tiempo primigenio.

Sin profanarlos, sin convertirlo en panacea de los desequilibrios del humano moderno; el chamanismo legítimo es otro dialogo interior, de alma a alma, sin que se trasforme en un bálsamo para los males de la humanidad industrializada y tecnológica.

Si ese chamanismo no es el que te encuentras en tu búsqueda de la esencia y aplicación práctica de sus enseñanzas en tu día a día, ten cuidado entonces de los “chamanes y del chamanismo”, pues muy probablemente no sea lo que buscas…

Fernando Hernández González

Antropólogo

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