Los antiguos canarios adquirieron un profundo conocimiento del cielo y sus momentos clave. Necesitaban hacerlo, estar conectados con el cósmos y la mecánica de los astros, por una cuestión, en primera instancia funcional, pura supervivencia. Saber cuándo sembrar y recolectar, o la época más adecuada para estimular el apareamiento entre su ganado, eran esenciales para el sustento de la comunidad. Y en el Sol y en el cielo nocturno estaban las claves. Además de lo funcional, e ineludiblemente interconectado con ello, estaba lo cosmogónico, lo divino, el mito, la creencia. A través de ceremonias realizadas en lugares concretos, en fechas precisas y por oficiantes insustituibles, esa mecánica celeste fría, adquiría alma, profundidad.
La investigación arqueoastronómica en Canarias, aquella que ha demostrado que muchos yacimientos arqueológicos funcionan como marcadores astronómicos, nos ha brindado innumerables ejemplos de cómo los antiguos conocían esa mecánica. Solsticios y equinoccios, eclipses, así como el movimiento de ciertas estrellas relevantes, fueron manejados con soltura por los pobladores pre-europeos de nuestras islas. Esa es la mécanica, reconocida de manera incuestionable tras infinidad de estudios. Otra cosa es lo que ocurre con el sentido, el alma, la creencia…esa faceta ha sido obviada académicamente, en gran medida por los prejuicios propios de quienes huyen de conceptos como “espiritualidad” o “trascendencia”. Es cierto que existen pocas referencias, que nos exponemos a especular en exceso, pero hay que perder el miedo, plantear escenarios, probar sin miedo a equivocarnos. En la denostada tradición oral, y en el revelador ejercicio de comparar y correlacionar, podemos encontrar algo de luz. El profesor Miguel Ángel Martín, alma de Iruene La Palma, lleva años asomándose a ese abismo. Con respecto al equinoccio de otoño, un fenómeno difícil de precisar con exactitud, se arriesgó hace años planteando que en Canarias “lo fijaba la estrella Capella (la más resplandeciente de la constelación de Auriga y la sexta más brillante del cielo) durante su aparición en el horizonte justo después de la puesta del sol los días 26 ó 27 de septiembre”
Desde hace unos años sabemos que en la necrópolis de Arteara ocurre algo sensacional durante los equinocciones. El primer rayo de luz que asoma por el Risco de Amurga se proyecta directamente sobre el llamado ‘túmulo del rey’, la que por tradición se considera la tumba del antiguo canario más destacado de Arteara. El sol se posa en ese túmulo y no en ningún otro de los más de 800 que componen la necrópolis, algo que sólo ocurre en los equinoccios.
Algo igualmente espectacular ocurre desde el almogaren del Roque Bentaiga en los equinoccios de primavera y otoño. Situados dentro del recinto, junto a la cazoleta, y mirando al risco de cinco metros ubicado al Este, veremos como el sol aparece por la muesca en forma de “V” que tiene dicho promontorio, proyectando luces y sombras con esa forma sobre el almogaren. Es otro marcador preciso que utiliza el entorno, la piedra, como parte de su mecánica.
En otras islas el fenómeno también controlado por sus poblaciones. En Tenerife, lugares como Punta del Hidalgo, o La Rasca, ofrecen ejemplos de ello. Este 21 de septiembre, nuestra actividad TAJAROTE, ahondará en todo ello.