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Publicado originalmente en Diario de Avisos el jueves 1 de abril de 2021, con ilustraciones de Daniel Puerta cedidas por Gárgola Cultura.

Hace tiempo que los papeles públicos no se ocupan de los cuentos de brujas, transmitiendo con ello un mensaje de supuesto desinterés social que se nos antoja engañoso. Y es que aunque estos relatos, con tantas otras cosas, tienden a perderse en esa trinchera que desde hace un tiempo parece abocarnos a una sociedad sin diálogo ni lazos intergeneracionales, el feliz y motivante contrapunto es que todo cuento de brujas sigue despertando, de manera infalible, la curiosidad de quien se topa con ellos. A la mayoría de estos relatos no podemos contemplarlos como crónicas fidedignas de hechos que hayan acontecido realmente, aunque en otros casos, quienes los narran juran y perjuran haberlos vivido en carne propia. Cuando es así, el informante adereza su pormenorizado y envolvente relato con una potente carga emocional difícil de falsear, una intensidad que añade credibilidad al menos a la percepción de realidad que tiene quién protagoniza la experiencia descrita.

En esta breve crónica compartimos algunos de estos cuentos de brujas, a veces de aparecidos y en otras ocasiones de manifestaciones del mismísimo averno, relatos que por fortuna han sido recogidos aquí y allá por diferentes autores y a cuya preservación pretendemos también contribuir. Presten atención. Desde el sentido común y la curiosidad, den una oportunidad al asombro.

PERROS DE COLORES, COSA DEL DIABLO

El primer relato que compartimos fue felizmente rescatado por la Obra Social de Cajacanarias en el libro “Nos cuentan sus historias”, un recopilatorio de recuerdos y vivencias compilado en los centros y club de mayores de toda la isla. María González García, del Club de la Tercera Edad de Fasnia, es la informante que narra como en su juventud, con ocasión de colaborar en un parto, salió a por leña con varias amigas más, entre ellas María Lola. La distraída conversación entre ambas versó sobre el inocente deseo que compartían de ser brujas, para así poder distinguir lo que otras personas, especialmente los jovenzuelos, pensaban realmente frente a lo que decían con palabras. Hoy, nuestros jóvenes desearían ser superhéroe so telépatas con un objetivo similar. La cuestión es que ambas convenían en su animada charla, en sintonía con el saber popular sobre el tema, que el precio a pagar para ello pasaba nada menos que por besarle el culo al diablo, posibilidad ante la que, al menos Lola medio en broma, no parecía cerrarse del todo. El caso es que en un punto del camino, cercano a una montaña, el grupo de chicas se dispersó y las dos amigas continuaron juntas recogiendo ramas de leña aquí y allá, incluyendo dos pequeños leñitos que estaban en una tanquilla entullada de tierra, que tenía apenas un cuarto de hondo. Cuando llegamos al lomo donde íbamos a hacer la carga, oímos un escándalo muy grande, miramos para allá y de la tanquilla salieron diez o doce perros de todos los colores, a comerse el mundo, corriendo para abajo. ¿De dónde salieron aquellos perros?, nos preguntamos, pero al mismo tiempo oíamos cadenas y camellos. Entonces Lola se atacó. Yo la agarré para que no se cayera de la pared al suelo. Lola me mordió, me sacó pelos con la boca y entonces empezaron las demás a llorar, porque ya pensamos lo que era. Todas a llorar y a rezar, hicimos las cargas, subimos por ahí para arriba las cuatro como tontas, llorando y rezando. Allí no he vuelto nunca, ni le he hecho el cuento a nadie. Yo creo que el culpable fue el diablo que apareció en mala hora”

JUGANDO CON PIEDRAS GIGANTES

Las brujas canarias, señaladas como artífices de dañinas prácticas en algunos momentos del pasado recogidos en los papeles inquisitoriales, son sin embargo descritas con bastante frecuencia como bromistas y traviesas en el cuento popular. No obstante, algo de ruindad y resabida burla hay también en alguna de sus hilarantes anécdotas. Gracias a la inquietud investigadora de Valentín Fernández Arrocha hoy se conserva el relato de Luis Pérez Déniz, vecino de La Vegueta, en Tinajo. Allá por 1989 contaba con 75 años, narrando la historia del poderoso juego que las brujas se traían en la Montaña de Timbaiba. El citado volcán que abre su amplio cráter hacia el norte atesorado en su interior un yacimiento paleontológico de enorme valor, presenta en su cima dos elementos distintivos conectados con las creencias populares. Por un lado, una cruz que como en tantos otros lugares sagrados, mágicos y brujeriles, cristianiza, bendice y exorciza el enclave, significando a nuestro juicio la relevancia que antaño debió tener. El segundo elemento es un afloramiento o saliente rocoso realmente singular desde el punto de vista geológico, que contrasta con el suave contorno de toda la lomada. Las tres rocas basálticas visibles desde la lejanía son algo distintivo del paisaje de esta montaña, dando pie a su propia mitología y evidenciando que su presencia en la cima no deja de ser un acertijo, tal vez provocado por una violenta explosión de material en el sentido contrario al que en apariencia nos dicta la lógica. La tradición cuenta que los antiguos majos jugaban a la pelota con ellas y contaba D. Luis que las brujas se ponían a jugar con las citadas piedras “en montaña en montaña (…) las brujas, serían brujos también, pero por lo menos las brujas decían, jugaban, jugaban a la pelota de montaña en montaña (…) de Timbaiba, de la montaña esta de Timbaiba, a la montaña Tamia, y de ahí a la montaña de Tinache

A veces reclutaban contra su voluntad a hombres para tales juegos, gente trabajadora y madrugadora que tras esas noches de trasiego, amanecían amnésicos y completamente cansados y molidos, ajenos a que gracias al poder de las brujas habían estado lanzado rocas de varias toneladas de montaña en montaña.

ISABEL GONZÁLEZ, UN PACTO DEMONÍACO Y UN BRAZO

El 25 de mayo de 1584 fray Sebastián Zanbrana, predicador y morador del convento lagunero de San Francisco, delata a una costurera lagunera de apenas 40 años, viuda y de nombre Isabel González, por herejía, superstición y pacto con los demonios. Su proceso está vinculado al de una amiga suya, Agustina de Vargas, investigada por la Santa Inquisición poco antes por similares delitos. Los viejos papeles nos cuenta cómo testificaron en contra de nuestra Isabel de manera rotunda varias personas, algunas de las cuales habían recurrido a sus mañas, lo que junto a las amenazas de tormento y quién sabe si algún correctivo no descrito, terminaron por arrancarle la confesión bajo la más que presumible sugerencia de su abogado. La severidad de su castigo a pesar de su confesión y efusivo arrepentimiento, -tres años de prisión, 200 azotes por toda la ciudad, vergüenza pública semidesnuda y montada en burro, confiscación de bienes junto a otras prohibiciones- hacen intuir que pese a todo, confesar fue la mejor salida. Pero, ¿qué mereció tal ensañamiento? Isabel practicaba básicamente hechizos o magia amorosa. Mediante brebajes, oraciones y alguna invocación demoniaca, aseguraba doblegar la voluntad de los hombres, atrayéndolos para ser amadas carnalmente y asegurarse así un sustento. Obviamente estos casos no resisten hoy en día la menor defensa, especialmente desde la perspectiva de género, pero en aquel tiempo esa influencia mágica era considerada factible ya fuese por convicción general o como útil coartada para los hombres, que podían declararse hechizados cuando eran cuestionados por mantener relaciones fuera del matrimonio. La especialidad de la viuda lagunera era utilizar la sal y el tradicional poder que se le atribuía para invocar a las fuerzas oscuras, arrojando granos al fuego y recitando oraciones y conjuros. Es interesante leer en su expediente como las fronteras entre lo pagano y lo católico se fundían en este tipo de magia popular, de manera que lo mismo utilizaba para su fin la oración de la ambigua Santa Marta que otra dirigida a las estrellas del cielo, e incluso una que denominaba del “ánima sola” con la que, paradójicamente, pretendía que un ánima le ayudara desde el más allá incluso en “contra de las cosas de Dios”, a cambio de rezos que la ¡sacaran del Purgatorio y llevasen al cielo!

Isabel confesó que era verdad, que había logrado atraer para sí y para otras a hombres con sus conjuros, y que además habían unos tres o cuadro demonios que le hablaban por el aire, a los que nunca vio, pero que le ofrecían a traer al hombre que quisiera. A cambio le pidieron una parte de su cuerpo, comprometiéndose Isabel a entregarles un brazo.

ZAPATAZO MÁGICO

Concluimos esta crónica con un apunte más agradable aunque igual de pintoresco. Tiene que ver con el efecto mágico que ciertas prácticas o gestos pueden tener a la hora de invocar o activar la magia. Es habitual que las mañas cotidianas adquieran una dimensión mágica, como coser, cocinar, barrer, de manera que se cosen dos prendas para unir a dos personas, o se barre para auyentar lo malo… Sugiero al lector que no insista en buscar otra lógica que la de la semejanza y la del poder de la intención que se manejaba en estos actos, ausente en otros. Pensemos por un momento en que en Canarias una forma de ahuyentar a las brujas era clavando un cuchillo en el suelo o colocando unas tijeras abiertas bajo la cama, un procedimiento que parece tener que ver más con el metal que con el tipo de objeto en sí mismo. Además, sí unas brujas te salían al paso en el campo y no te dejaban pasar, el antídoto era darle la vuelta a la pretina del pantalón. ¿Tiene lógica? Tal vez si mostramos la cremallera esté actuando el mismo principio ilógico del metal, pero era raro que pantalones de antaño contarán con este accesorio.

Personalmente me llama la atención que algunos sortilegios, vinculados a oraciones o proclamas verbalizadas por hechiceras y brujas, se activaban o ponían en funcionamiento con palmadas o zapatazos finales. María del Rosario alias “Brito” tuvo su propio expediente inquisitorial en Telde, Gran Canaria, en 1662. Una de las declarantes, que había buscado sus servicios para el amor, le dijo que para ver al hombre que pretendía cada vez que se le antojara debía colocarse los dedos sobre los ojos y decir: “Con dos te veo y con cinco te encanto, la sangre te bebo, el corazón te parto, que hagas lo que te mando, como mando la suela de mi zapato”, tras lo cual debía dar tres patadas al suelo. No funcionó y la pataleta la llevó a denunciar a la pobre Brito.

José Gregorio González

Recuadro.

CONJURO DE LA SAL

Descrito en el proceso contra Isabel González de finales del siglo XVI, el sortilegio para conseguir el deseo y el amor de un hombre debía seguir la siguiente pauta:

Sal, sal, que de la mar fuiste sacada y en mar fuiste consagrada, que consagró la bien aventurada Santa Helena con el clavo que fue enclavado el hijo de Dios. Sal, sal, sal, así como el sacerdote no puede bendecir el agua bendita sin ti ni bautizar sin ti, así como estas palabras son verdad cuantos saltos y restrallos das en el fuego, tantos den el corazón de fulano que me quiera y me ame” Y con la sal mezclada unos marrubios, y los despedazaba en una escudilla y los echaba juntamente en el fuego y decía: “Sal y yerba maldita, yo te conjuro con el poder de Satanás y Barrabas y Anas y Cayfas y otros nombres de diablos y de todos cuántos en el infierno estáis y los nueve órdenes de demonios que en el infierno estáis, todas nueve os juntéis y todas nueve os juntad, y cuántos saltos y restrallos dieres en este fuego, tantos saltos y restrallos y ansias y angustias tenga el corazón de fulano con fulana” Y decían que las primeras palabras de estos conjuros que son las buenas se habían de decir seis veces y las postreras se habían de decir tres veces”

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