Por Miguel A. Martín González (historiador)
Hace unos días vuelve a ser noticia el posible uso del mirador de La Centinela, enclavado en el municipio de San Miguel de Abona, como Centro de Interpretación arqueológico, medioambiental y cultural de Jama, gracias a la participación ciudadana, diversas asociaciones y el interés mostrado por los diferentes partidos políticos para que el Cabildo de Tenerife lo gestione. Fantástica noticia que nos anima a escribir este artículo con la idea de aportar respuestas a tanta manifestación cultual.
El 30 de septiembre de 2014, el Cabildo Insular de Tenerife incoa expediente relativo a la declaración del Bien de Interés Cultural a favor del Roque de Jama-La Centinela. Nada más se movió desde entonces. Nuevamente, el Gobierno de Canarias acordó, el 27 de febrero de 2018, declarar Bien de Interés Cultural con categoría de Zona Arqueológica el Roque de Jama-La Centinela por la necesidad de protección y conservación que exige el amplio y brillante repertorio de recursos arqueológicos que tienen como soporte el Roque de Jama y los morros y eminencias orográficas que lo rodean: El Roquito, La Centinela, el Lomo de la Centinela, El Roquete, el Roque de las Mesas de Aldea y los más alejados roques de Imoque y Ahiyo.
La ubicación, el acceso y la edificación son excepcionales, con amplias vistas de los valles, volcanes y roques de esta franja territorial del Sur de Tenerife, donde convergen una de las mayores concentraciones de manifestaciones sagradas de los guanches (una treintena de lugares con más de 50 estaciones de canales, cazoletas y grabados rupestres), diseminas alrededor del antiguo Ahijadero o Valle de San Lorenzo y acotados entre los 170 y 600 m s n m aproximadamente.
Los estudios arqueológicos realizados hasta ahora son puramente descriptivos, enmarcando las manifestaciones sagradas en los roques del entorno del Valle de San Lorenzo. Según la tradición arqueológica, tienden a aparecer en posiciones elevadas, con un cierto dominio visual del territorio, aunque no siempre responden a estos patrones de ubicación. Otro rasgo habitual es su localización en planos con mayor o menor inclinación, como rasgo que contribuye a explicar su posible función.
Podemos asegurar que, la mayoría de las veces, estas manifestaciones no se localizan en las cimas de los afloramientos rocosos, lo que nos obliga a reflexionar sobre la intencionalidad de sus ubicaciones a media y/o baja ladera.
El estudio del marco histórico indígena canario debe afrontar el reto de ir más allá de lo estrictamente arqueológico, cuyos enfoques propios de la materia han dado unos resultados extraordinarios en los últimos tiempos; sin embargo, no podemos esperar mucho cuando accedemos al campo del pensamiento cultural y/o ideológico.
Para la lógica moderna de la arqueología canaria, la aparición de los grabados rupestres en rocas situadas en lugares que permiten un amplio dominio visual puede deberse a divisiones intertribales o para señalar las áreas de pastoreo, puntos de agua, áreas estratégicas para el control del ganado e incluso con el fin de limitar los recintos culturales. Todo muy genérico e implícito en nuestra manera actual de ver y percibir el mundo que no era igual en el período guanche.
Un grabado rupestre trasciende más allá de cualquier división tribal, pues no es necesario tallar una roca para delimitar un territorio. No son soportes verticales que se puedan ver desde lejos; tan solo los admiras cuando estás encima. Tampoco es necesario usarlos como señalética para rotular campos de pastoreo dado el conocimiento extremado que los guanches tenían de su territorio. Por último, es incoherente marcar puntos de agua en lugares que no coinciden con ninguna fuente.
Por otro lado, es importante estudiar las técnicas utilizadas por los guanches para la ejecución de los grabados. Existen incisiones de cierta profundidad y trazos más superficiales con una temática predominante de tipo geométrico, abundando las líneas paralelas y cruzadas, verticales y horizontales, aunque también se han localizado figuras cerradas (rectángulos, cuadrados, rombos y triángulos, sobre todo) con subdivisiones internas. En cuanto a las técnicas de ejecución destaca la incisión simple y retocada. Ahora, nuestra principal preocupación y recompensa es lo que pueden revelar: su significado. El esfuerzo descriptivo debe ir acompañado de un esmero en lo interpretativo.
Es obvio que no podemos alcanzar la comprensión total sobre el modelo de vida de los guanches y, especialmente, su ideario cultural con sus amplias manifestaciones de lo sagrado, tanto material como espiritual, pero sí ayudar a revelar algunos de sus secretos que permanecen, como marcas e indicios de su presencia, sobre el terreno.
Sabemos que detrás de todas estas manifestaciones simbólicas (canales, cazoletas, grabados rupestres) está el mundo espiritual, parte de una expresión humana variable en características, en complejidad constructiva e ideológica, introduciéndonos en campos irreconocibles e incontrolables a los que se accede para relacionarse con el mundo que los rodea y encontrar respuestas en lo trascendente. Lo sagrado es el puente que une la naturaleza con la cultura, es la experiencia y el poder de esa fuerza sobrenatural que se manifiesta de diferentes maneras.
Es la cosmovisión o la manera de organizar la realidad compleja del mundo la que desplegamos en cada estación rupestre, en cada contexto, sin preconcebir ninguna idea fijada, ni ninguna única percepción del mundo. Por ello, el trabajo de campo con amplitud de miradas es fundamental para descubrir cómo y dónde se manifiesta esa realidad sagrada que nos conduce a la comprensión del hecho religioso; eso sí, tenemos que ir descubriéndolo poco a poco en cada paisaje y con cada vestigio.
La base de la religiosidad de los canarios parte de la observación, en la naturaleza, del movimiento de los astros para registrar el tiempo. Ordenan el espacio con elementos rituales (canales y cazoletas) y simbólicos (grabados rupestres) allí donde se sincronizan con posiciones astrales de horizonte sobre roques, montañas, vaguadas o cualquier elemento orográfico destacado es una premisa fundamental.
La observación del cielo figurado en sus cuerpos celestes fue una gran obsesión de los humanos de la antigüedad; los astros fueron el epicentro de sus creencias, la excelencia de sus prácticas rituales y simbólicas. Darse cuenta de su movimiento cíclico fue todo un aprendizaje vital, tanto para la esencia de las creencias como para la propia evolución cultural de los humanos. Fue la solución inmediata a la necesidad de estructurar el tiempo, especialmente para la agricultura, aunque extendido a todas sus actividades cotidianas y festivas. Las señales de cada cambio la daba la propia naturaleza.
No podemos abarcar en este escrito todos los yacimientos arqueológicos de la zona, pero vamos a sintetizar los más significativos como son los cientos de dameros de Araujo, ubicado en la ladera de Jama. ¿Por qué se localizan casi en el fondo del barranco y no en lo alto de la montaña? La respuesta es sencilla si nos situamos en la estación rupestre en los días del solsticio de verano, al atardecer, para observar como el sol penetra por el pico de La Centinela.
En el Lomo de La Centinela se descubren varios lugares con muestras de grabados rupestres básicamente lineales y dameros, destacando la estación de petroglifos y canales y cazoletas de El Cabuquero. El sitio no está elegido al azar, pues en las mismas fechas solsticiales del verano, al amanecer, el sol despunta por la destacada Montaña Gorda.
La orientación se ha convertido en todo un ritual para experimentar la necesidad de situarse en un mundo organizado cósmicamente. Cuando algo se orienta, el espacio cobra sentido, el cielo y la tierra se encuentran y se unen. Se sale de la linealidad y se entra en la eternidad cíclica, aquella que se repite constantemente todos los años. En este mismo contexto cósmico se encuentran las estaciones rupestres de Los Cambados. Los petroglifos no se localizan en la cima de la montaña sino en la misma base para poder religarse en el solsticio de verano con Montaña Gorda y durante los equinoccios indígena con la cima de la Montaña de Chimbesque.
Un nuevo lugar estratégico que ensambla la tierra con el cielo es el Roque de La Abejera. Igualmente, tanto los canales y cazoletas como los grabados rupestres, no se localizan en la cima sino en la base y a media ladera. Este es un sitio espectacular al presentar importantes orientaciones astronómicas relevantes para el pueblo guanche. El primer rayo de sol del solsticio de verano despunta por la Montaña del Puente y Montaña Gorda respectivamente. Durante los equinoccios indígena, por la base del soberbio Roque de Igara. Y, por último, cuando llega el solsticio de invierno, el sol se va deslizando por el vértice del propio Roque de La Abejera hasta ocultarse en la base cuando confluye paisajísticamente con la más lejana montaña de Guaza.
En la ladera occidental del Roque de Chijafe, se tallaron importantes conjuntos de grabados rupestres, destacando el situado a media-baja ladera sobre unos pequeños afloramientos rocosos que contienen unos 50 paneles y una gran variedad de motivos figurativo-geométricos y esquemático-geométricos, ejecutados a base de incisiones superficiales y profundas, siendo abundantes los trazos largos y anchos. Los lugares fueron elegidos espacialmente para observar y marcar los equinoccios indígenas en el momento en que el sol despunta por la misma cima de Chijafe en un día muy señalado del calendario ritual.
Todos estos fenómenos son muy visuales y manifiestan lo más sagrado, lo que Otto designó como lo santo y Eliade como hierofanía. Lo mejor de todo esto es que cualquiera lo puede comprobar, solo es estar en el sitio y en el tiempo adecuados.