Los habitantes nativos de Gran Canaria emplearon una suerte de lenguaje escrito basado en símbolos cuyos significados es mucho más profundo que la de meros objetos de decoración, en las llamadas “pintaderas”.
Fabricadas en barro cocido con aparente forma de sellos y presentes en yacimientos de toda la isla, con antigüedades que van desde el siglo I hasta el XVII, las pintaderas presentan un número limitado de dibujos que se repiten en varias latitudes, lo cual contradice la idea tradicional de que eran escudos de familia, conforme a recientes investigaciones.
La tesis aceptada durante décadas de que esas piezas estaban destinadas a marcar graneros u otras instalaciones para dejar claro que eran propiedad de quien les ponía su sello, son el producto de querer interpretar nuestro pasado nativo fijándose en investigaciones de otras comunidades humanas del mundo; una tendencia que siempre viene dada por el escaso conocimiento de nuestra cultura ancestral.
Con frecuencia se decía que cada pintadera era única, pero con los análisis técnicos se ha visto que esto no es así, que se están repitiendo continuamente los mismos dibujos.
Estas piezas forman parte de una estrategia de comunicación visible, un lenguaje, basado en códigos que se reiteran a lo largo del tiempo y del espacio.
Pintaderas con los mismos símbolos se han hallado en asentamientos nativos ubicados en las cercanías del litoral, como el de Caserones del municipio de La Aldea; en las medianías, como El Tejar de Santa Brígida; y hasta en la cumbre, como Solana del Pinillo, en Tejeda.
Las mismas imágenes se reproducían, en otros soportes, desde pequeños bolsos de cuero u otros materiales a paredes en las que se han localizado pinturas rupestres.
Todo ello apunta a que las pintaderas debieron ser elementos que formaron parte de la cotidianeidad de las sociedades nativas, generación tras generación a lo largo de muchos siglos y que podrían cambiar la visión de su uso, más que como adorno o sellos, como un lenguaje matemático que tendría que ver con elementos de conocimiento y donde la mujer tendría un papel preponderante en la trasmisión de esta enseñanza, como depositarias del conocimiento espiritual, aplicadas a la vida cotidiana de las poblaciones nativas.
A este respecto, el investigador José Espinel Cejas nos da su hipótesis basada en el trabajo realizado durante 25 años, que refuerzan a las pintaderas con un código de cultura social :
“En mi opinión sus motivos decorativos son registros aritméticos y geométricos que representan cifras, cálculos astronómicos e, incluso operaciones complejas y señas y formulaciones para recordar…
El problema es que las pintaderas no se han abordado en profundidad, contando sus elementos, comparándolos entre sí e intentando desentrañar sus coincidencias, sus motivos, sus conjuntos, ritmos, frecuencias, cifras, progresiones, etc…
Y es más que probable que estas respondan a necesidades de supervivencia como son la de gestionar la economía agropecuaria a partir del control del tiempo (calendario) para poder planificar la producción de manera inteligente, eficaz y sostenible, tal y como ocurre en los registros aritmogeométricos de algunos vasos cerámicos y en los dameros de juego que encontramos en Canarias”.
Otro dato interesante es el que se desprenden de los últimos análisis, efectuados a las piezas disponibles, constatan que éstas eran elaboradas en unas y otras épocas por artesanos especializados en su producción y no por particulares que se fabricaban cada uno las suyas, como se pensaba en tiempos pasados.
A día de hoy las pintaderas, junto a los motivos con las que están confeccionados, siguen proyectando de manera sutil el conocimiento para las que fueron hechas por nuestros antiguos.
Fernando Hernández