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Esta semana se presenta oficialmente el último trabajo literario del periodista tinerfeño Enrique Carrasco Molina, con quien mantenemos una fluida amistad desde que le conocimos hace algunos años, con motivo de la publicación de su primer libro. Lejos ya de aquel trabajo meticuloso en el que biografió a Pedro Gonsalvus, el “hombre salvaje guanche”, Carrasco nos regala en esta ocasión una apasionante trama en la que la intriga, las artes esotéricas y la ciencia se dan la mano en la Praga del Emperador Rodolfo II. El protagonista, un español con habilidades especiales colocado en un puesto clave de la corte…Entrevistamos al autor, a la espera de la presentación pública prevista para este viernes 1 de diciembre en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife.

-Podemos hablar de novela histórica con toques de ficción, o ficción pura y dura bien ambientada históricamente?

La verdad es que es una buena pregunta.  Si tuviera que contestar como autor, la calificaría como ficción con ambientación histórica, o ambas modalidades en cierto modo, ya que se trata de una historia de ficción que incorpora numerosas referencias históricas, desde fechas que coinciden en julio de 1593, como el cumpleaños del emperador o la muerte de Giuseppe Arcimboldo, hasta menciones e intervenciones de personajes que en verdad existieron y que en la novela tienen peso (no son solo leves menciones), como el propio emperador, el pintor milanés Giuseppe Arcimboldo, que trabajó para Rodolfo II y para su padre; el médico oftalmólogo Georg Bartisch, Tadeáš Hájek o el alquimista Edward Kelly. Todo ello sin desmerecer el telón de fondo ocupado por el túnel hidráulico que se termina de construir bajo los jardines imperiales por esas fechas y que en sí mismo se presenta como el escenario de un crimen (el crimen es ficción, pero el túnel no).

–Praga, en aquellos tiempos, sería sin duda uno de los lugares más interesantes en lo que a vivir se refiere para un inventor, ocultista o científico…

Rodolfo II concedió una extraordinaria protección a las artes herméticas, al arte y a la alquimia. Toda Praga era un experimento en aquel último tercio del siglo XVI. El Callejón del Oro o la Torre de la Pólvora son algunos de los silentes testigos de toda aquella urbe mágica. Para el emperador fue quizá una forma de evadirse de los aburridos asuntos de política, o de los turbulentos conflictos religiosos.

–El escenario descrito en Praga y en la corte de Rodolfo II, repleto de creencias mágicas, amuletos, sortilegios, etc…¿está exagerado o la cosa era realmente así?

Era así, y me quedo corto. Todo pasaba por el tamiz de lo probable, porque convivían en una armonía misteriosa los tímidos avances de la ciencia médica con las creencias en el más allá. Las rudimentarias operaciones quirúrgicas primero eran practicadas por barberos (porque para los médicos formados en las Universidades el contacto directo con la sangre, y la manipulación de los órganos, eran actividades primero mal vistas hasta que, muchos años después, medicina y cirugía no se podían concebir de forma separada). Pero el ambiente palaciego praguense, igual que otras cortes europeas renacentistas, estaba impregnado por una fuerte superstición. Las fuentes no engañan: cuadros de reyes y príncipes de la época, y sus hijos, llevaban, junto a sus ropas y atuendos, amuletos y objetos como piedras que podían actuar como antídotos, como el bezoar, piedra calcárea generada en el estómago de algunos mamíferos, que no solo se engarzaba para collares sino que se ponía cerca de las bandejas de comida para ahuyentar los venenos.

–España también muy presente, ¿reflejo también de la época?

Sí, España está muy presente en la novela. Creía que era una llamada natural: Román Gudiel, el joven maestresala, es extremeño. El emperador era sobrino del todopoderoso Felipe II. Y lo más interesante de todo: las anotaciones del croquis del túnel, una excavación realizada por mineros y técnicos checos, en tierras bohemias, estaban escritas en castellano, algo singular. Al parecer, Rodolfo II había ordenado que el castellano fuera una de las lenguas oficiales de la corte imperial.

-En tiempos dorados para los superhéroes, tu protagonista no parece normal, parece un aventajado en su tiempo…hipersensible, inmune a ciertas sustancias, sana con rapidez de sus heridas…

Muy buena sugerencia. Sí, efectivamente. Román está inspirado en varios personajes que me han marcado. Tiene algo de Jean-Baptiste Grenouille (el asesino de  El perfume, una de mis novelas/películas favoritas), pero le debe mucho a El inmortal, la serie de TV norteamericana de los años 60 protagonizada por Christopher George que me cautivó en la infancia.

-Dejando al margen esas cualidades, que imagino no posees en su totalidad, ¿hay un guiño autobiográfico al Enrique que conocemos, al evidenciar el protagonista un interés por las miniaturas y el maquetismo¡¡¡?

Sí, por supuesto; ¿Cómo no? La afición de las espadas toledanas en miniatura, el tema de lo observador que es Román, la detección de pequeños matices, eso lo toma de mí, sin duda.

-La óptica juega un papel interesante en la trama…

Creo que las gafas para ver en la oscuridad, aunque una pura invención, sirven como elemento catalizador de una época: la lucha entre lo científico y los fenómenos que aparentemente no tienen explicación, los escenarios nocturnos, en realidad todo es muy visual, muy cinematográfico; creo que esta novela podría tener una adaptación al cine muy atractiva.

-¿Y qué ocurre con ese túnel?

Hoy día este túnel, que permanece casi impracticable, no ha recibido fondos para ser rehabilitado. Pero en su época fue un símbolo de la técnica, un apéndice de la Cámara de Arte del emperador, y se rumorea incluso que con el túnel Rodolfo II quería impresionar a su tío.

-Tus personajes, ¿tendrán continuidad?

Sí, ya tengo esbozada una sinopsis para una segunda parte de la historia.

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