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El Manuscrito Voynich destila misterio por sus cuatro costados, y por derecho propio se ha convertido en uno de los enigmas criptográficos más sugerentes gracias al sugerente contenido de sus ilustraciones y al que se le presupone a su grafía indescifrada. Nadie descarta que detrás de sus aparentes misterios sólo se esconda una broma pesada, plasmada sobre piel de animales curtidas a comienzos del siglo XV. El documento irrumpe en la historia casi un siglo después, hacia 1580 en la corte de Rodolfo II, aunque es en el siglo XX cuando alcanza fama internacional, tras ser adquirido en 1912 por el anticuario Wilfrid Voynich. Su viuda se lo vendería en 1931 a Hans Peter Kraus, anticuario de Nueva York, quién terminaría regalándoselo a la Universidad de Yale en 1969.  En la actualidad, descodificarlo sigue siendo inviable, a pesar incluso de los intentos realizados con la socorrida IA, que entre sus resultados ha planteado que su “lenguaje” esté inspirado en el hebreo. Durante siglos lo han intentado muchos expertos en criptografía y lenguas muertas, aunque casi todos terminaron como el legendario jesuita Athanasius Kircher, sin resultado alguno. Por cierto, Kircher sí que opinó con rotundidad sobre la identidad y significado de nuestra Nuestra Señora de Candelaria en Tenerife, que tuvo presencia entre los guanches al menos un siglo antes de la conquista de la isla, aunque esa es otra historia.

Sobre el códice que nos ocupa, las investigaciones más fructíferas siempre han intentado entenderlo en los contextos que ofrecian las dataciones del material, de manera que se ha buscado al autor o autores entre aquellos personajes capaces de codificar, dibujar o tener conocimientos de botánica, alquimia, astronomía o medicina, que encajaban en las fechas planteadas para su creación. De esa manera, han habido tantos candidatos como investigadores, incluyendo a John Dee o al propio Leonardo da Vinci, como defendía la historiadora Edith Sherwood 

Hace unos años Arthur Tucker y Rexford Talbert, de la Universidad de Delaware, lo relacionaron con el mundo azteca al encontrar un claro parentesco entre una treintena de plantas ilustradas y la flora mexicana descrita en viejos códices. Y mientras la discusión sobre este asunto se caldeaba otro investigador, en esta ocasión el Profesor de Lingüística Aplicada de la Universidad de Bedfordhire, Stephen Bax, sugería otra procedencia muy distinta. Especializado en el estudio de manuscritos medievales y en lenguas semíticas, Bax trabajó de forma especial sobre las secciones del manuscrito dedicadas a estrellas y plantas, siendo capaz “de identificar algunas de ellas, con sus nombres, al observar los manuscritos medievales de hierbas en árabe y en otros idiomas; a continuación inicié una decodificación obteniendo algunos resultados interesantes” En su opinión el documento es un tratado sobre la naturaleza y en apoyo de esa interpretación aseguraba en su momento haber descodificado al menos una decena de palabras y catorce ilustraciones, entre los que se encontrarían términos como “Taurus” junto a grupos de estrellas que identifica como Las Pléyades, así como palabras como “kantarion”, asociada a una imagen de la planta medieval Centaurea. Otras imágenes mostrarían plantas como el helleborus, el enebro de la nieve y cilantro. Stephen Bax aseguraba que esos hallazgos son la llave o clave para la completa descodificación del manuscrito, objetivo que es sólo cuestión de tiempo.

Una de las interpretaciones más recientes brinda al sexo un protagonismo determinante a la hora de descodificar el códice y proponer un autor, planteando que estamos ante un tratado de sexología y ginecología. No cabe duda que el sexo está presente, con cientos de ilustraciones de mujeres, algunas de ellas representadas en contextos en lo que parecen estar en procesos de higiene íntima, embarazo y parto. Ese es uno de los pilares de la propuesta de Michelle L. Lewis y Keagan Brewer, ambos de la Universidad de Oxford,  planteada en un reciente artículo publicado en la revista Social History of Medicine. Ellos sugieren que el autor pudo ser el médico Johannes Hartlieb (1410-1468), quién mostró un activo y público interés por la sexualidad femenina y los procesos de concepción y aborto.

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