El 22 de mayo se cumplirán 33 años de una singular epopeya, una experiencia a medio camino entre la investigación científica y el deporte de aventura. Emulando las pioneras travesías transatlánticas del mítico Thor Heyedahl, cinco argentinos se lanzaron al océano en 1984 con el objetivo de demostrar que un contacto entre África y América era técnicamente factible hace 3.500 años. Ese fue el objetivo de la Expedición Atlantis, que unió las costas de Canarias y de Venezuela por medio de una rudimentaria balsa de troncos. La pregunta que dejaron en el aire fue sí los Olmecas, o alguna cultura relacionada con ellos, lo pudieron haber hecho antes…
<Que el hombre sepa que el hombre puede>. Esa fue la rotunda y cristalina expresión que salió de labios de Alfredo Barragán al lograr su objetivo de cruzar el Atlántico de la forma más rudimentaria posible: con una balsa de troncos, sin motor ni timón. Aquella epopeya que pasaría a la historia como la Expedición Atlantis fue, además de una demostración de la capacidad de superación del ser humano, un experimento científico que buscaba demostrar que este tipo de viajes se pudieron dar hace miles de años posibilitando el contacto transoceánico. Barragán, abogado de profesión, logró contagiar su entusiasmo a otros cuatro compatriotas argentinos, su colega de profesión Jorge Manuel Iriberri, el cámara Félix Arrieta, el ingeniero agrónomo Daniel Sánchez y el comerciante Oscar Horacio Giaccaglia. Tras unos preparativos no exentos de dificultades que se prolongaron por espacio de cuatro años, se lanzaron al océano el 22 de mayo de 1984 desde el puerto de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, alcanzando la costa venezolana de La Guaira el 12 de julio. Tenerife no sólo fue el punto de partida, sino que al final se convertiría en una pieza clave a través de la figura de Melchor Alonso, por entonces vicepresidente del Centro de Iniciativas Turísticas de Tenerife y hoy miembro de honor del citado organismo. Su papel cómo “facilitador” y solventador de problemas fue tan importante, que Barragan y su equipo no dudaban en referirse a él como el “sexto tripulante” de la balsa. Tal y como el propio Alonso nos ha comentado en varias ocasiones, “la determinación de aquellos hombres era absoluta. Tenía una hipótesis científica sobre contactos marítimos en el pasado y se lanzaron a la mar para demostrarla” El “sexto tripulante” es además el autor de una escultura homenaje ubicada frente al barrio de María Jiménez.
La Expedición Atlantis dejó atrás 52 días de dura travesía en una balsa de 13,6 metros de largo por 5,8 metros de ancho, que según lo previsto se deslizó de uno a otro extremo oceánico gracias a las corrientes marinas y al eventual impulso hacia el oeste de los vientos alisios. Un viento que hacia ondear y visualizar desde la distancia la vela cuadrada decorada en Canarias con un explícito motivo solar y una cruz de los vientos. La Expedición Atlantis, que se hizo a la mar por iniciativa del Centro de Actividades Deportivas, Exploración e Investigación de la ciudad argentina de Dolores, lo hizo sin patrocinios y prácticamente sin apoyo logístico, logrando salvar más de 5.000 kilómetros de océano con una embarcación que estaba al alcance de las culturas africanas de hace 35 siglos.
La gesta de Barragan y su equipo aspiraba a demostrar, y así lo hizo, que se podía viajar desde África hasta America en un barco rudimentario transportado por la corriente marina norecuatorial. Su hipótesis era que ese viaje se había producido casi con toda seguridad de forma accidental miles de años atrás, posibilitando la arribada de poblaciones africanas al Nuevo Mundo cuya impronta se podía rastrear en diferentes manifestaciones y vestigios arqueológicos. Tiempo atrás el promotor de la expedición se había sentido fascinado por las grandes cabezas olmecas y sus rasgos negroides. Lejos de pensar que aquello podía ser casual se prometió demostrar que el contacto pudo existir, lo que le llevó a estudiar las culturas precolombinas y las norteafricanas analizando sus métodos de navegación. La embarcación construida con nueve troncos de madera balsa localizados en Ecuador y unidos mediante cuerdas vegetales, reproducía modelos viables hace 3.500 años en la costa atlántica africana, de uso para el transporte de ganado y alimentos en países como Guinea y Senegal. ¿Pudo, en un remoto pasado, una o varias embarcaciones africanas desviarse de su itinerario costero y accidentalmente colarse en las corrientes marinas alcanzando con ayuda del viento el Golfo de México? ¿Es posible que las “fotografías” de los protagonistas de ese accidente sean la quincena de colosales cabezas olmecas de más de 25 toneladas de peso de media conservadas en los estados de Veracruz y Tabasco? Para Alfredo Barragan la hipótesis era plausible, aunque impensable para los historiadores y especialistas del Museo Nacional de Antropología e Historia de Méjico. El éxito de la travesía vino acompañado también de reflexiones en el ámbito académico sobre la viabilidad de esos viajes y la luz que aportaban sobre ciertos paralelismos culturales, algo a lo que contribuyó sin duda la película que se rodó de la travesía, “Expedición Atlantis”, la producción argentina más vista de 1988.
A la balsa Atlantis se la dotó de una pequeña choza de bambú que sirvió de tímido refugio a los aventureros, especialmente durante dos duras tormentas. El contacto con el resto del mundo en esos 52 días se mantenía puntualmente a través de una emisora, mientras miles de radioaficionados se encargaban de amplificar y difundir las novedades que se iban produciendo. En unos días se cumplen 30 años de la salida de aquella singular aventura que una vez más, como gustaba decir Heyerdahl, demostraba que el mar, lejos de separar, une a las culturas.
Travesía Osa Menor en Canarias
Y seguimos hablando de osadas travesías marítimas a medio camino entre la aventura y la ciencia. La posibilidad de que las poblaciones nativas de Canarias navegasen es algo que continúa generando duros debates. Algunas fuentes escritas y la lógica apuntan a esa posibilidad, aunque no haya aparecido hasta la fecha ningún vestigio lo suficientemente sólido y rotundo como para hacer dudar a quienes combaten esa posibilidad. Oficialmente los “guanches” no conocían la navegación en el momento en el que entran en contacto con los europeos, y sí en algún momento anterior la dominaron, por desuso la terminaron olvidando. Esa “realidad” es compatible con el modelo dominante sobre el poblamiento de Canarias defendido de forma rotunda por prehistoriadotes como Juan José Jiménez Delgado, un poblamiento fruto del transporte masivo de grupos humanos desde el continente africano por parte de los romanos en el contexto de una estrategia a medio camino entre la colonización planificada y la deportación de tribus hostiles. A pesar de este escenario general es de suponer que no se descarta del todo la arribada puntual de algún grupo humano por sus propios medios a alguna de las islas, pero sería algo muy concreto y limitado. Sin embargo como hemos indicado no todo el mundo lo tiene tan claro, aunque desde los espacios académicos se guarde un prudencial silencio sobre el particular. Además de las fuentes escritas y de una “lógica” que puede estar errada, se acude a la tradición oral, a la toponimia y a cierto número de grabados rupestres como pruebas adicionales de que esa navegación nativa era una realidad. Incluso a lo largo de las últimas décadas no han faltado propuestas encaminadas a reproducir las supuestas embarcaciones de las que pudieron disponer los guanches y echarse a la mar para demostrar que eran viables para la navegación. Sin embargo, hasta donde nuestra ignorancia alcanza, sólo conocemos un proyecto que realmente se haya llevado a cabo, la llamada Travesía Osa Menor. Promovida por Sergio Navío Vasseur, la expedición utilizó una balsa de troncos de madera Samba y listones de pino, siendo dotada con una vela. Logró navegar desde Lanzarote a Tenerife a finales del pasado mes de noviembre, seis días de travesía que a juicio de su promotor demostraron que era posible navegar con métodos rudimentarios al alcance de los guanches entre islas. El mal tiempo que reinó en los últimos días y que terminó en un fuerte temporal impidió, a los seis hombres que formaban la tripulación de esta balsa de 12 metros de largo por 5,5 de ancho, alcanzar la costa de La Palma como inicialmente estaba previsto. Es evidente que utilizaron en su balsa materiales diferentes a los que podían estar al alcance de las poblaciones aborígenes de las islas, pero en su defensa los promotores de esta experiencia sostienen que existían equivalentes a los mismos en el archipiélago que hoy no pueden ser usados, como las maderas de drago o tabaiba. En cuanto a la vela, que en las fuentes escritas antiguas se describe como de palma, fue sustituida por desconocerse el arte de su confección por una de algodón, recibiendo su nombre del grupo de estrellas que en opinión de Sergio Navío pudo servir a los antiguos para orientarse en el mar. A nadie se le escapa que esta meritoria aventura no resuelve ni de lejos el debate, pero tampoco parece de recibo que nuestra comunidad científica se comporte, como ha ocurrido, como si esa embarcación de troncos no hubiese existido y navegado perfectamente entre las aguas interiores de las islas.
José Gregorio González