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EXPLORADORES DEL ASTRAL

¿Puede nuestra conciencia abandonar y existir fuera del cuerpo?

 

OFICIALMENTE LA CIENCIA NO SE PLANTEA LA POSIBILIDAD DE QUE PUEDA EXISTIR VIDA MÁS ALLÁ DE LA MUERTE. TAMPOCO ENTRA DENTRO DEL MODELO CIENTÍFICO DOMINANTE QUE NUESTRA CONCIENCIA, SEA LO QUE SEA, PUEDA EXISTIR FUERA DE NUESTRO CEREBRO. DICHA CONCIENCIA SERÍA EL PRODUCTO DE SU FUNCIONAMIENTO, MIENTRAS QUE LAS IDEAS Y PERCEPCIONES DE TRASCENDENCIA QUE HAN ACOMPAÑADO AL HOMBRE, RESPONDERÍAN A ERRADAS Y SUBJETIVAS ELUCUBRACIONES SIN FUNDAMENTO…TAN ROTUNDO COMO EQUIVOCADO.

Podríamos comenzar esta crónica dando cuenta de la ingente cantidad de científicos e investigaciones realizadas en el último siglo que contradicen sin paliativos las contundentes afirmaciones que preceden estas líneas. Estudios que sugieren con fuerza que algo nos sobrevive a la muerte, que nuestra conciencia puede actuar fuera y con independencia de nuestro cuerpo físico, o que las experiencias trascendentales son algo más que errores en nuestra percepción, fallos neuroquímicos o producto de algún trastorno. Sin embargo no lo vamos a hacer, no nos entretendremos en esa relación de investigaciones ni en otras vanguardistas y arriesgadas propuestas científicas que describen la viabilidad de fenómenos que violan las normas con las que tenemos que contemplar el mundo. Nuestra idea esta semana es echar una ojeada a las experiencias subjetivas de diversas personas que experimentaron, o creyeron hacerlo, la naturaleza trascendente del ser humano. Protagonistas de lo insólito que aseguraban ser capaces de abandonar su cuerpo físico y explorar el mundo, así como otras esferas de existencia, mediante lo que conceptualizaban como un “doble” o cuerpo astral. A este tipo de casuística hemos tenido la oportunidad de dedicarle uno de nuestros libros más recientes, “Cómo realizar un viaje astral”, (Luciérnaga en España, Diana en México) un repaso actualizado por las certezas e interrogante de un fenómeno que parece acompañar al hombre desde la más remota antigüedad. No obstante, antes de conocer algunos de estos casos, conviene que nos pongamos al día con uno de los más recientes estudios científicos llevados a cabo sobre este tema.

Los secretos de una resonancia magnética

Andra M. Smith y Claude Messier, profesores de la Escuela de Psicología de la Universidad de Ottawa, publicaron en febrero de 2014 un interesante estudio en la revista Frontiers of Human Neurosciencie en el que describen la lectura cerebral que hicieron de una “viajera del astral” completamente sana a través de Resonancia Magnética Funcional. Lo que observaron en ésta joven de 24 años que voluntariamente afirmaba poder salir de su cuerpo sin duda les desconcertó, dando pie a un enrevesado y por el momento transitorio argumentario encaminado a encajarlo dentro de lo académicamente aceptable. La sujeto, estudiante de psicología, declaró en 2012 ante los responsables del estudio haber descubierto su habilidad para visualizarse y sentirse fuera de su cuerpo desde temprana edad, cuando en su etapa de preescolar se distraía en los aburridos periodos de la siesta jugando a flotar por encima de su cuerpo. En consonancia con otras personas que parecen tener la misma facilidad innata para proyectarse, la joven creció pensando que “todo el mundo podía hacerlo”, usándolo en su caso con frecuencia como una forma de conciliar el sueño. Aunque aseguraba no vivir los “desdoblamientos” de forma espontánea, por el contrario sí era capaz de desencadenarlos a voluntad, manteniendo en todo momento una extrema sensibilidad corporal y experimentando sensaciones como el mareo sí con su doble giraba demasiado tiempo.

En el laboratorio los investigadores elaboraron diferentes test para poder estudiar las variaciones cerebrales que se producían cuando la sujeto movía realmente algunas partes de su cuerpo, cuando imaginaba moverlas y cuando aseguraba estar moviéndose extracorporalmente. Mientras estaba monitorizada por fMRI, y tras una hora de toma de imágenes funcionales destinadas a calibrar y mapear su actividad “normal”, se realizaron seis pruebas, tres de proyección extracorpórea y otras tres en las que la voluntaria se visualizaba moviéndose, flotando, saltando o moviendo los dedos. Curiosamente, en ninguna de estás situaciones imaginadas la sujeto se sintió en movimiento, circunstancia que sí se daba cuando se proyectaba. En las “salidas en astral” controladas en el laboratorio la sujeto describió como en uno de los casos comenzó a verse a sí misma por encima de su cuerpo, meciéndose con un movimiento ondulante de arriba a abajo desde la cabeza a los pies. En las dos pruebas restantes la voluntaria se vio por encima de su cuerpo girando en el eje horizontal. En esos periodos, la resonancia mostraba una desactivación de la corteza visual y una activación de varias áreas cerebrales relacionadas con la imaginería cinestésica, que son las que hacen posible que interactuemos con el mundo al permitirnos tener la experiencia de la conciencia de nuestro cuerpo, de su movimiento y posición en el espacio y con respecto a otros cuerpos y objetos. También se dieron cuenta que las áreas activadas eran diferentes a las que se activaban cuando la sujeto sólo imaginaba los movimientos.

A pesar de que los autores advierten de que su investigación no tiene valor estadístico y requiere de más ensayos al limitarse a una única sujeto, apuntan también a que estamos ante una habilidad que puede estar presente en la infancia para ir paulatinamente perdiéndose, y también que se puede desarrollar con entrenamiento. Su estudio ha sido recibido con desigual entusiasmo generando titulares engañosos que aluden a la proyección astral como un misterio resuelto provocado por alucinaciones. Por ello algunas voces se han alzado criticando que en todo momento el estudio se desarrolla desde la idea de que se está ante algo irreal y alucinatorio, lastrando la oportunidad de analizar de forma más objetiva lo descubierto en el monitoreo cerebral. Otros han apuntado acertadamente que el negar la posibilidad de la existencia objetiva del fenómeno impide que, disponiendo de una sujeto excepcional, no se hayan realizado sencillas pruebas destinadas a evaluar si es capaz de aportar información a la que sólo podría tener acceso en un estado de desdoblamiento real. Este sería el caso, por ejemplo, de invitarla a percibir una imagen, palabra o número observable sólo de una perspectiva elevada. Incluso no han faltado lo que han puesto en duda que las experiencias de la sujeto sean realmente desdoblamientos, alegando que parece tratarse realmente de intensas visualizaciones.

Sorprende también la candidez de una de sus conclusiones “La existencia de este caso y su presentación plantea la posibilidad de que este fenómeno puede tener una incidencia significativa, pero no se denuncian porque la gente no piensa que esto sea excepcional” Y es que la abrumadora casuística existente nos habla precisamente de lo significativa que resulta su incidencia, de manera que interpretar los silencios de quienes lo viven como consecuencia de que no se considere excepcional es de una ingenuidad apabullante. Más bien la respuesta de los silencios habría que buscarla en el temor al rechazo, a la burla y a la incomprensión que despliega una comunidad científica que ha vivido y vive de espaldas a estas experiencias, despreciándolas o etiquetándolas como fabulaciones o patologías.

La increíble historia de Ed Morrell

Es evidente que el estudio canadiense, aunque sumamente interesante, está muy lejos de explicar nada. Oficialmente el viaje astral respondería en algunos casos a trastornos como la epilepsia y en otros al síndrome o fenómeno de la parálisis del sueño. También se señala a patologías alucinatorias, intoxicaciones, estrés, falta de oxigeno y a la estimulación eléctrica cerebral como origen y explicación de las experiencias de desdoblamiento. En ningún caso y bajo ningún concepto, el viaje astral tiene para la ciencia dominante una existencia objetiva. Es un fenómeno totalmente irreal y subjetivo, aunque existen modelos científicos que se abren camino y que más pronto que tarde parece que darán cobijo a este y otros fenómenos. Básicamente un viaje astral consiste en la percepción certera de verse y sentirse fuera del cuerpo físico, flotando sobre el mismo, con libertad y autonomía para tomar decisiones y recordar lo percibido en ese estado sutil. Generalmente se da de forma espontanea aunque también se puede conseguir mediante la práctica disciplinada de diversas técnicas, estando registrada su presencia a lo largo de la historia y en los más diversos contextos socioculturales. En nuestro libro “Cómo realizar un viaje astral”, editado el pasado mes de febrero por Cúpula, incluimos las experiencias de desdoblamiento de un buen número de personas, vivencias que para quienes las experimentan son completamente reales y que en muchas ocasiones vienen reforzadas, en lo personal, por pruebas diversas. Los viajes astrales parecen ampliar nuestros sentidos y situar a nuestra conciencia en un estado especialmente despierto, lúcido. La conciencia parece plena, amplificada incluso, y se dan situaciones en las que el viajero en estado de desdoblamiento supera sus discapacidades físicas, ya sean permanentes o transitorias. Una persona ciega no tendría problemas para «ver», y alguien con problemas osteomusculares tampoco los presentaría a la hora de caminar, saltar, etc.

De todo pudo ello dar cuenta a comienzos del siglo XX Edward H. Morrell, un personaje al que la vida y sus malas decisiones llevaron a la prisión de San Quintín, en California, con una pena de cárcel. Nuestro protagonista viajó por el mundo y se metió en líos con frecuencia, aunque el que le llevó a la cárcel fue su complicidad en la fuga de un conocido y peligroso delincuente, Chris Evans. Hacia 189. Morrell fue condenado a cadena perpetua en la prisión californiana de Folsom, donde desde un primer momento, y por su presunta pertenencia a la Banda de Evans, fue el foco de duros castigos que en teoría debían servir como ejemplo para otros reclusos. Tiempo después, y a consecuencia de su participación en un intento de motín, sería trasladado a la prisión de San Quintín, el escenario de sus experiencias en astral. En este centro, Morrell se convertiría en un preso incómodo, tanto por su rebeldía como por su activismo a la hora de denunciar los abusos de los guardias y las carencias del sistema penitenciario. Se le acusó de otro intento de motín e incluso de tener armas escondidas. Ello le llevó a ser condenado, dentro de la propia cárcel, a pasar el resto de sus días en aislamiento, en una estrecha celda e incomunicado. Allí, al igual que a otros muchos presos problemáticos, a nuestro protagonista –conocido como “el Hombre 25”, en alusión a la banda- se le aplicaba una medida de control y tortura silenciosa y gradualmente dolorosa y asfixiante: la chaqueta. Se trata de dos camisas de fuerza superpuestas y fuertemente ajustadas, a las que los funcionarios de prisiones arrojaban agua que al secarse hacía que el tejido encogiera y de esta forma comprimiera el cuerpo atrapado en ellas. No era extraño que los reclusos embutidos en esas camisas de fuerza y encerrados en pequeñas celdas aisladas, terminaran perdiendo la cabeza o incluso la vida. Temiendo por su vida, pasó sus últimos años de prisión en condiciones normales; llegó a ser jefe de administradores y en 1909 recibió un indulto sobre su cadena perpetua de la mano del gobernador de California Warren Porter. A partir de ese momento, su activismo se incrementaría exponencialmente. Se dedicó a denunciar los abusos y brutalidad de todo el sistema policial y penitenciario y a luchar por una reforma del mismo. Morrell daría detalles de todo ello en su libro autobiográfico “El vigésimo quinto hombre” publicado en 1924, pero ya para entonces su vida y experiencias eran de sobra conocidas gracias al novelista Jack London, que había basado en ellas su novela “El vagabundo de las estrellas”, publicada en 1915. Todo apunta a que London había tenido noticias de Morrell cuando éste estaba aún en la cárcel, y que entonces habían comenzado una frecuente relación epistolar que daría paso a una buena amistad cuando Morrell salió de prisión. En esta novela y en homenaje a Morrell, London incluyó en la trama a un personaje con su mismo nombre, que además es quien descubre y enseña la técnica del viaje astral a su compañero de prisión y protagonista de la versión novelada, Darrell Stilling. En un momento dado, Morrell revela a Stilling su secreto para sobrevivir a la tortura de la chaqueta:

«El secreto está en morir en la camisa, en tratar tú mismo de morir. Sé que aún no me entiendes, pero espera. Ya has visto cómo te entumeces en la camisa, cómo tu brazo o tu pierna se quedan dormidos. Eso no lo puedes evitar, pero puedes llegar a controlarlo. No esperes a que se te duerma una pierna. Ponte boca arriba, tan cómodo como puedas, y comienza a usar tu voluntad.

»Siempre debes pensar en esta idea y debes creer en ella ciegamente. Si no crees, no hay nada que hacer. Lo que debes pensar y creer es que tu cuerpo es una cosa y tu espíritu otra. Tú eres tú, y tu cuerpo es algo que no tiene importancia. Tu cuerpo no cuenta. Tú eres quien manda y no necesitas de tu cuerpo. Y una vez pienses y creas todo esto, has de ponerlo a prueba con toda tu voluntad. Has de conseguir que tu cuerpo muera. Comienzas con los dedos de los pies, uno a uno. Tratas de que tus dedos mueran. Deseas que mueran. Y si tienes fe y voluntad los dedos de tus pies morirán. Eso es lo más difícil, comenzar a morir.»

Hay que tener en cuenta que las experiencias astrales de este personaje, tanto en la novela como en la autobiografía, apenas son anécdotas en el marco de unas obras que buscaban trazar una radiografía crudamente real de lo que sucedía en las prisiones. Fue así como, en las situaciones en las que la tortura física le ponía al borde del desfallecimiento y la pérdida del sentido, la conciencia de Morrell abandonaba su cuerpo, su celda y la prisión.

La parapsicóloga estadounidense Thelma Moss escribía sobre el caso en los siguientes términos: «Cuando los carceleros vinieron a soltar la camisa de fuerza, Morrell no dio pruebas de haber pasado por el suplicio. Se comportó de manera totalmente distinta a lo que era habitual, por lo que sus torturadores volvieron a colocarle la camisa, con el fin de quebrar su voluntad. Al constatar que no lo conseguían, volvieron a hacerlo una y otra vez. En cierta ocasión le dejaron allí durante ciento veinticinco horas consecutivas. Ignoraban que para Morrell aquello era una exquisita liberación, pues mientras duraba podía viajar donde quisiese, observando hechos que él sólo, en ciertos casos, podía observar.»

Curiosamente, cuando acabaron estos castigos físicos, en sus últimos años en prisión antes de ser liberado, los viajes astrales no volvieron a repetirse, como si resultasen imprescindibles los castigos físicos y las situaciones de crisis vital para desencadenar sus desdoblamientos. A fin de cuentas, experimentar «la pequeña muerte» era una liberación de las enormes presiones que padecía, de manera que al desaparecer éstas, esa liberación astral que le mantenía cuerdo y vivo ya no era tan necesaria. ¿Se trataba de ilusiones generadas por su mente para sobrellevar tan angustiosas situaciones? Un psicólogo conservador no dudaría ni un instante en afirmarlo, pero también él acumuló sus propias certezas.

La primera vez que Morrell se liberó de su cárcel física fue tras media hora de asfixiante agonía, durante la que el corazón parecía ir a estallarle y de su garganta apenas escapaba, por la presión de las correas de la camisa de fuerza, un tímido aliento. De pronto, «mis ojos estaban emitiendo chispas de fuego y tuve una extraña sensación en los pies; mis dedos se estaban arrugando y enroscando». Sin tener mayor conciencia de lo que sucedía, se vio instantáneamente fuera de su cuerpo y fuera de la cárcel. Cierto o no, desdoblamiento o alucinación, para Morrell fue algo que cambiaría su vida. En sus experiencias, tras rebasar los muros de la prisión, se las arregló para ir mucho más allá, volar o pasear por las calles de San Francisco, elevarse a los cielos, etc. Precisamente, en la bahía de la histórica ciudad contempló un naufragio que después contaría a sus compañeros de prisión y a los guardas como prueba de lo que estaba experimentando. En su autobiografía llegó a contar incluso que pudo ver a la mujer que con los años se convertiría en su esposa y que sería clave para que, a pesar de su analfabetismo, sus memorias tomaran forma de libro. Además, en varios de sus viajes experimentó revelaciones que serían determinantes para las reivindicaciones sociales que emprendería.

José Gregorio González

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