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EL “VILLETE DE AMORES” DE FRAY ANDRÉS
Quienes conocen la historia religiosa de Canarias, o aquellos que, llevados por su interés en los aspectos más insólitos y milagreros, han picoteado en aquellos libros que hemos escrito, como Canarias Misteriosa, donde nos hemos hecho eco de tales curiosidades, tendrán a fray Andrés de Abréu como alguien familiar. Este aclamado y culto franciscano nacido en La Orotava en noviembre de 1647, amante de las letras, fue biógrafo de personajes con vida prodigiosa como el frailecillo Juan de Jesús y la monja herética Sor María Justa, promotor de la causa de beatificación de Catalina de San Mateo, y defensor de la naturaleza divinamente inspirada de la obra Mística Ciudad de Dios, de la Venerable María de Jesús de Agreda. Fray Andrés fue un hombre recto, tal vez con poca cintura para gestionar las rivalidades y conflictos de su orden, por lo que como apunta su biógrafo Leopoldo de la Rosa, se pudo ganar a pulso numerosos enemigos, especialmente en La Orotava, villa que por su tiempo era campo de batalla y nido de conspiraciones palaciegas de todo signo. “Lector jubilado, guardián de San Miguel de las Victorias, examinador sinoidal, comisario del Santo Oficio, definidor, custodio, vicario, dos veces provincial de la Orden” es parte del curriculum que De la Rosa sintetiza para alguien que también fue definido como “Padre más digno de la Orden” y los expertos tienen como figura clave en la poesía barroca canaria.

La anécdota que nos ocupa ocurrió en 1708, 17 años antes de su fallecimiento en julio 1725, cuando fue delatado ante la Inquisición por haber solicitado a una mujer en la iglesia de su convento, María de Castro, siendo el principal declarante el alférez mayor y regidor perpetuo Francisco de Valcárcel Mesa y Lugo, uno de los hombres más poderosos de La Orotava. Valcárcel tenía hermanas monjas que habían padecido la severidad monacal impuesta por el fraile en el pueblo, de manera que no parecía muy neutral. Este presentó como prueba el denominado “Villete de amores”, un texto sin firma ni fecha que delataría las pretensiones amorosas del fraile y que reproducimos tomando de su biógrafo:

«Hija mía: quantos deseos tenía de verte se malograron ayer de darte una sola vista en la calle y en la prosessión, tan arrobada de ver un hombre negro con un bastón en la mano que no pusiste los ojos en otra cosa, ni en el Señor que tenías presente. Válgame Dios que encanto y que desengaño de lo que son criaturas. Grandes medios has de tener con la adoración de aquel bulto, Dios te tenga bien con él. Recive lo que lleva el nifio para que conbides primero a tu querida Nicolasa y su consorte y despues a tu hermana Osebia, que para lo primero es lo último. A Dios que te guarde como deseo.»

A la ambivalencia interpretativa de un texto que resuma cultura, se sumaba la buena reputación de la que, a pesar de su férreo carácter, gozaba el fraile, de manera que la Inquisición no le puso mayor asunto a acusación, pudiéndose referir el citado billete al matrimonio de la citada María de Castro con el alférez Diego Isidro. Dicha unión, en la que precisamente ejerció de testigo Valcarcel, fue vista con malos ojos por la propia familia de la novia, algo que de alguna manera parece haber secundado Fray Andrés. Vemos, por tanto, un clima de animadversión en los acusadores que en este caso no va a mayores, pero que bien pudo, ante tanto adversario manifiesto, acabar con la reputación del religioso.

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