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UNA CALAMITOSA PROCESIÓN LAGUNERA

El paso del tiempo nos hace contemplar nuestra siguiente historia como algo realmente risible y pintoresco, un improvisado sketch digno de una gran comedia. Remito, a quienes busquen ampliar detalles o hacer un uso horrado de la anécdota que compartimos, al trabajo recopilatorio Historias de Conventos de Enma González Yanes, publicado por el Instituto de Estudio Canarios. En su colección de episodios dispares incluyó algunos que irremediablemente han llamado nuestra atención, como el relativo a una calamitosa procesión llevada a cabo por los frailes dominicos con motivo de la festividad del Corpus del año 1783. La investigadora incluye la anécdota como un ejemplo de las formas en la que lo humano, con sus ambiciones y rivalidades, puede dejar momentáneamente sin cobertura nuestra respetuosa conexión con lo divino, generando episodios tan hilarantes como el descrito. La tradición lagunera marcaba que el día del Corpus una gran procesión saliera de la Iglesia de Los Remedios, mientras que el domingo inmediato o infraoctava procesionaban por la mañana los dominicos y por la tarde los franciscanos. Todos tenían su espacio para alimentar devociones y mostrar al pueblo los “galones” de sus respectivos conventos. Sin embargo, al llover el día grande la procesión magna parroquial se trasladó al domingo por la mañana, y tras ciertas reflexiones, se canceló la de los dominicos por no haber margen, dejando a los franciscanos en su turno tradicional. Al parecen eran muchas procesiones para un solo día, con los turnos de mañana y tarde cubiertos. Los dominicos, lógicamente, se sintieron perjudicados pero ajenos al derrotismo tuvieron una ocurrencia. Tal y como recoge Yanes, “Podían hacer salir la procesión a destiempo, a una hora que no fuese la de la mañana ni la de la tarde. Lo decidieron de pronto, cuando casi no había lugar para preparativos, y después de suprimir el canto de oraciones que seguía a la colación de mediodía y de limitarse a recitadas solamente -cosa ésta que se les criticó duramente, pues las preces debían cantarse en día solemne-, sacaron la procesión a toda prisa, a las dos y media de la tarde. Pero como una procesión es o debe ser, según hemos dicho, el resultado de una preparación concienzuda y una organización minuciosa, los resultados fueron catastróficos”

Lo que siguió a continuación fue narrado por diversidad de testigos presenciales, entre ellos el presbítero Agustín Castilla y Campos, y no tengo duda de que disponiendo de una máquina del tiempo de uso libre, quién les escribe viajaría para contemplarlo con sus propios ojos. A las 2 de la tarde se activó el operativo dentro de la iglesia, que transformó su ambiente en el de un muelle de carga. Frailes corriendo de un lado para otro, con visibles aspavientos y alboroto, empeñados en sacar a todos los santos de la iglesia, sin gente para cargarlos tanto por lo improvisado de la iniciativa como por la inhabitual hora procesional. ¿Cómo se las arreglaron? Pues trincando y metiendo por el brazo en el templo a cuantos laguneros pasaban por delante del convento. “Les tiraban de la ropa y les quitaban el sombrero, instándoles con voces destempladas -«impropias de la santidad del lugar», puntualiza D. Agustín- a que cargasen las andas”, explica Yanes.

Dentro de la iglesia, y ante la falta de portadores, los frailes competían entre ellos por anteponer una imagen a otra, sumando confusión a una escena en la que San José terminó contra el suelo al echársela encima a un jovencito que no pudo con él, recibiendo el fallido portador su preceptiva bofetada por parte del maestro de ceremonias, Maestro Rían. A puñetazos un fraile reconstruyó las andas y con unas cuerdas se las apañaron para que la imagen procesionara. Las fueron sacando poco a poco, iniciando una procesión sin casi gente, parada en la calle a la espera de cazar a vecinos que portaran a los santos que esperaban su turno en el templo. “D. Agustín comentó que tan grande era el desorden, tales los gritos de quienes cargaban y de los religiosos que pretendían poner orden, que todo aquello tenía «más de maniobra de un navío de guerra que de procesión de Su Majestad Sacramentada»”

Las anécdotas descritas son variopintas, como la de unos muchachos que con alborozo y una nada disimulada diversión, cargaban a toda pastilla a San Antonio para, adelantando por los estrechos laterales a otras imágenes, situarse a la cabeza de la comitiva. Concluida con éxito esta maniobra intentaron repetirla con bastante peor suerte con la imagen de San Pío V, que milagrosamente no hirió a nadie en su estrepitosa caída. “El desorden llegó a su punto extremo en este momento de la caída de S. Pío, que provocó las irreverencias de muchos al levantarse y volver la cabeza atrás, que ocasionó también que la muchachada aumentara sus desacatos y algazara correteando por en medio de la misma procesión. Pareció como si de pronto la multitud, roto el freno y veleidosa como es, colaborase con gusto en la carnavalada en que se había convertido la salida de los santos a la calle, en la diversión grande e imprevista que la ocasión les deparaba. Aquello «más parecía Carnestolendas que otra cosa».”, resume nuestra autora referenciada. Con unos apaños aquí y otros allá, en ese descalabrado ambiente nutrido de diversidad de vivencias, la procesión terminó y durante días no se habló de otra cosa. La simpatía por los frailes, que en parte reivindicaban un derecho, rivalizaba en los debates con su clara desobediencia al Vicario y el daño a la fe que podía alentar el esperpéntico espectáculo ofrecido. Visto con perspectiva, un sketch en toda regla.

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