COMPARTE:

 

 

INTRODUCCIÓN AL LIBRO “INSÓLITO”, DE FRANCISCO PÉREZ CABALLERO  

En busca de la certeza imposible

 

         Bienvenido y gracias por dudar. Porque si tiene este libro en las manos es porque se hace preguntas. La primera, supongo, es por qué un periodista de sucesos está interesado en el misterio. Creo que en el fondo todos nos sentimos atraídos por lo que no conocemos. Desconfío de las personas que utilizan el término “misterio” como algo peyorativo. Todo es un misterio. El primero, la vida, que es un hecho absolutamente insólito. Nos encontramos en un pequeño planeta, de un pequeño sistema solar, en una pequeña galaxia perdida en una inmensidad. No sabemos muy bien por qué.

         Estamos vivos. A pesar de que cientos de cosas intentan matarnos cada día: bacterias, virus, hongos, la contaminación, los productos químicos, el tráfico, el estrés… y, de forma casi milagrosa, se mantiene un extraño equilibrio dentro de nuestro propio cuerpo entre hormonas, enzimas, glóbulos, plaquetas y flora bacteriana, siguiendo todo un ritmo maravilloso que, si se truncara, daría con nosotros en el camposanto (de hecho, tarde o temprano algo fallará).

Por increíble que parezca, estamos aquí por encima de millones de adversarios que no supieron ganar la carrera hacia el óvulo. Nuestros padres se juntaron y procrearon, ¿qué probabilidades había? Y eso después de que ellos y todos sus ancestros ganaran a su vez la misma batalla que nosotros libramos para llegar hasta aquí. ¿Es todo una casualidad? ¿La vida surgió y ya está? No puedo decir que no. Soy solo un periodista. Pero elijo creer que esta complejidad tiene algún sentido. Que lo de este planeta es tan soberbio, tan extraordinario, que escapa a lo que podemos llegar a comprender. Es verdad que, gracias a la ciencia, cada vez sabemos más. Pero nunca lo sabremos todo.

Vivimos. Interactuamos. Y nos pasan cosas. Somos seres mucho más emocionales que racionales. Es absurdo intentar mirar el mundo a través de una lente fría, aséptica, que no se implique y que lo someta todo al ensayo-error. No debemos equivocarnos porque, aunque el método científico nos ha permitido alcanzar logros insospechables, no puede alcanzar todas las respuestas. Sentimos. Percibimos. Y, por desgracia, no siempre podemos encontrar saber qué es lo que ocurre.

Provengo, como ya sabe, de la crónica negra. Mi padre, Francisco Pérez Abellán, el gran periodista de sucesos de este país, me enseñó todo lo que sé de esta profesión. Y por eso me apasiona la criminología y la criminalística. Creo que a través del crimen podemos aprender mucho del ser humano. Pero en este campo he aprendido que no hay un camino fácil. Es imposible entrar en una escena del crimen, reunir algunas evidencias y, acto seguido, reproducir lo que ha sucedido. No es tan sencillo. Nada lo es. Para empezar, las pruebas no están ahí, limpias y puras, esperando a ser recogidas e interpretadas. Están mezcladas en un desorden que hay que desentrañar. Y aunque tenemos muy buenos especialistas, sólo aspiran a acercarse lo máximo posible a la verdad. A veces, es suficiente para detener al culpable.

Eso es lo que ocurre en todos los campos del saber. A lo máximo que podemos aspirar es a acercarnos al límite de la comprensión. En el mejor de los casos se puede decir que estamos razonablemente convencidos de algo. Pero es casi imposible saber algo con total seguridad. Cualquier científico le confirmará que esto es así.

Partiendo de esta premisa, todo puede, y debe, ponerse en duda. Y a mí, como periodista, siempre me ha gustado escuchar historias y contarlas. Hay sucesos que no ocurrieron como nos contaron. Hay personas que viven situaciones difíciles de explicar; que se encuentran con aparecidos en la carretera; que reciben la visita de un ser querido; que llegan a un lugar y son capaces de leer, de una manera que no comprendemos, lo que allí ha sucedido. Hay entornos que nos llenan de paz y otros que nos atemorizan sin que sepamos bien por qué. Hay lugares sagrados que emanan una fuerza invisible. Hay cosas que no pueden ocurrir y sin embargo suceden; personas que se recuperan de enfermedades letales cuando ya están desahuciadas. Hay, en definitiva, decenas de enigmas apasionantes. Y para muchos de ellos es posible que usted tenga sus propias respuestas, claro que sí. Aunque nunca podrá estar completamente seguro. Lo siento.

Yo también me agarro a mis propias convicciones, no crea. Pero soy consciente de que todo en la vida se puede mirar desde diferentes ópticas. Y eso es lo que intentamos hacer en Cuarto Milenio, escuchar a todo el mundo, poner todas las cartas sobre la mesa. Y nos detenemos especialmente ante esos que parecen estar seguros de todo. Porque sería fantástico alcanzar alguna certeza. De verdad que sí.

         Mientras escribo estas líneas, estamos inmersos en la temporada número 14 del programa. Es todo un acontecimiento en la televisión. Creo que esta longevidad no es algo casual. Pienso que la audiencia agradece que se le planteen cuestiones que en otros lugares no se abordan, sin complejos. Que se respete lo que las personas sienten y padecen, porque todo el mundo, en la intimidad de su familia, guarda historias extrañas, experiencias que vivieron los abuelos, o los bisabuelos, y que son una materia excelente para las reuniones. Si todo el mundo habla de determinadas cosas, si a todo el mundo le interesa, ¿por qué no tomárselo en serio? ¿Porque algunas cosas, sencillamente, no pueden ser? Es poco saludable atender a aquellos que dicen: esto es así y punto. Yo, al menos, no lo recomiendo.

         Siempre digo que nunca intentaré convencer a nadie de nada. Sólo soy uno más. Me limito a transmitir lo que vivo, la información que extraigo en el lugar de los hechos. Porque éste es quizá el punto fuerte de este libro. Como en mis trabajos anteriores, se encuentra ante una serie de historias recogidas donde ocurrieron, contando con la ayuda de las personas que más saben de ellas. No es un libro sólo de documentación, usted me acompañará en la indagación. No hay tantos libros así. Cada vez se hacen menos trabajos periodísticos con entrevistas cara a cara, palpando el ambiente, buceando en las hemerotecas. Yo soy un afortunado. Y sólo soy el canal por el que estas historias llegan a usted.

         Mi trabajo, mis reportajes y este libro son posibles gracias a Iker Jiménez, que tuvo la idea de llevar el misterio, en su concepto más amplio, a la televisión. Y no sólo eso, encontró la forma de que todo cuajara en un programa único en el mundo. Y tuvo el valor y el talento para mantenerlo en antena año tras año.

         Desde mi punto de vista, una de las claves es que Iker no se acomoda. Es bravo. Sigue buscando, contra viento y marea. Podría limitarse a hacer lo mismo, a aquello en lo que ha alcanzado la excelencia. Pero no, lejos de eso, sigue poniéndose, y poniéndonos, a prueba. Se arriesga en la radio, en los podcast, en los videoblogs… ¡incluso en Youtube ha causado una revolución con Milenio Live! Apuesta a todo, sin arredrarse, y por eso gana. Me parece, y ésta es sólo mi opinión, que comprendió muy pronto que su trabajo tiene un único objeto: llevarnos a todos un poco más allá. Aunque sea un pasito. Cuenta para ello con sus dotes de comunicación. Tan incuestionables hoy que no han tenido más remedio que darle el premio Ondas, entre otros. Y tiene la ventaja de contar con una compañera insuperable y entregada, Carmen Porter, subdirectora del programa y soporte fundamental de todo el entramado milenario.

         Ambos contagian su ilusión y su entusiasmo en un mundo que lucha por arrebatárnoslos, utilizando como arma a aquellos que no quieren creer en nada y luchan porque tú tampoco creas en nada. Ni siquiera en ti mismo. Para que todo se convierta en una masa informe y gris, fácilmente maleable.

         En Cuarto Milenio no hay una opinión única. Cada reportero, cada miembro del equipo, decodifica cada uno de los temas que abordamos según su propia personalidad. Los hay más entregados a la causa y más escépticos. Pero la argamasa que nos une a todos es el respeto. Todos estamos dispuestos a dudar y nos movemos por una máxima: venga, inténtalo, convénceme. Siempre decimos que existe otro programa que no se emite: el que se desarrolla detrás de las cámaras. Algunas conversaciones, se lo aseguro, arrojarían buenas audiencias.

          Por fortuna, cada uno vivimos la vida de una manera diferente, percibimos las cosas de manera diferente. Y somos libres para elegir cómo queremos enfrentarnos al mundo. Sin duda, uno puede adscribirse a las afirmaciones de científicos tan relevantes como Stephen Hawking, ¿cómo llevarle la contraria a alguien tan excepcional?, que llegó a decir que “simplemente somos una raza avanzada de monos en un planeta menor de una estrella mediocre. Pero podemos entender el universo: esto nos convierte en algo especial”. Aunque no deberíamos olvidar que es sólo una opinión. Muy cualificada, pero sólo una opinión. Yo, por mi parte, no es lo que siento. Somos especiales por mucho más que por entender el universo… Y pongo en duda que seamos capaces de entenderlo en su totalidad, en toda su complejidad.

Si no hay certezas, porque no las hay, ¿qué prefiere creer? ¿Elige pensar que puede haber algo más o que somos como electrodomésticos que una vez desenchufados se apagan? ¿Le parece que los fantasmas son un fruto de nuestro cerebro o que son manifestaciones ajenas que nos conectan con nuestra parte espiritual y con el más allá? ¿Piensa que Dios creó al hombre o que fue el hombre el que creó a Dios para dotar su existencia de sentido? ¿Cree en los milagros? ¿Una persona que se cura tras visitar un lugar sagrado o una reliquia, lo hace porque el poder divino le recompone o porque su propia mente es tan poderosa que su fe cura su cuerpo? Todo es posible. Y cualquier respuesta me parece apasionante. Pero sumergirse en cada caso merece la pena. Remueve algo dentro de nosotros. Así que empecemos.

Puede adquirir el libro, desde el siguiente botón:

COMPARTE: