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Juba II, rey de Mauritania

Figura clave de la romanización y las letras norteafricanas en los albores de la era 

El rey de Mauritania Juba II, destacado monarca de los territorios que actualmente ocupan Marruecos y Argelia, sobresalió por su hambre de conocimiento erigiéndose en una figura clave de su tiempo y en una pieza esencial a la hora de rescatar y reconstruir la huella que Canarias ha ido dejado en la Historia. Más de quince años de investigación avalan el trabajo de Alicia García García, quien retrató al monarca, a su tiempo y al complejo contexto en el que vivió y gobernó en su Tesis Doctoral y en el libro Juba II y las Islas Canarias. Adaptamos para CSB un texto publicado originalmente por la autora en el nº 147 de La Aventura de la Historia

Juba II de Mauritania nació el año 52 a.C. en la familia imperial númida, ya que era hijo de Juba I, rey de Numidia. Muy pronto su infancia se vio interrumpida a consecuencia de la intervención de su padre en la contienda militar entre César y Pompeyo, ya que tomó partido por éste último y, tras la derrota en Tapso el 46 a.C. se vio avocado al suicidio.

Poco se sabe de la suerte de los descendientes del númida después de estos acontecimientos, aunque parece que la familia pudo haber sido aniquilada por César. Desde este momento cambió la suerte del pequeño Juba de tan sólo cinco años de edad, pues fue llevado a Roma por César para hacerlo participar en su ceremonia triunfal como botín de guerra junto a cautivos de la talla de Vercigentórige y Arsinoé, la díscola hermana de Cleopatra VII.

Tras este suceso, el reino de la Numidia se convirtió, en su mayor parte, en provincia imperial, mientras que en Roma, César tomó al niño Juba bajo su protección y le proporcionó una elevada educación junto a los más escogidos jóvenes de la ciudad. Gracias a ello cultivó la amistad de un joven Octaviano, que lo continuó amparando después del asesinato de César y lo llevó a algunas de sus campañas militares. Para recompensarle por la ayuda prestada en la Guerra de los Cántabros y quizás en Accio le otorgó el 25 a.C., junto con las insignias de su reino, el gobierno de la Mauritania que él mismo había asegurado después de la muerte de Boco II el año 33 a.C.

El establecimiento de un reino cliente suponía para Octavio, ya con el título de Augusto, la reducción del número de sus armadas en África, requeridas de forma acuciante por los nuevos frentes que se habían abierto en Europa y Asia, además de que estas tierras eran un importante abastecedor de trigo para la Urbs y el resto de Italia. Así, el nuevo rey sería el encargado de velar por la paz de esta provincia que estaba destinada a funcionar como estado tapón frente a las fluctuaciones promovidas por los gétulos rebeldes.

Juba II, aliado de Roma

Juba se contentaba con el rol de político eficaz y de príncipe leal que colaboraba en todo momento con el procónsul en la defensa de los intereses romanos contra los indígenas norteafricanos, por lo que Augusto consideró que era suficiente la instalación de un rey aliado y “cliente” para defender esta provincia, una tierra poblada de gentes en continua rebelión, mientras que las colonias serían mantenidas independientes del mauritano y algunas de ellas ligadas administrativamente a una provincia de la Hispania romana, la Baetica, por lo que el poder del nuevo soberano consistiría en garantizar la seguridad y promover el desarrollo económico, circunstancia que dejaba entrever la posibilidad de que se estaba preparando el escalafón previo a una anexión futura, fácilmente conseguible gracias a la tranquilidad que irradiaba la presencia de un príncipe fiel.

Además de estos dones territoriales, Augusto concertó su matrimonio con Cleopatra Selene, única hija superviviente del triunviro Marco Antonio y la célebre reina de Egipto, Cleopatra VII. Curiosamente, Selene también había sido educada en Roma por la hermana de Octavio y viuda de Marco Antonio, Octavia, y llegó a ser una reina muy interesada por el buen funcionamiento de los estados gobernados por su esposo. Falleció pronto, cuando Ptolomeo, el único hijo del matrimonio, era todavía muy joven.

El reino de Mauritania tuvo como eje principal la ciudad de Iol-Cesarea, en la actual Argelia, aunque parece que compartió las funciones de capital real con Volubilis, en la Mauritania Occidental, hoy en día Marruecos. Cesarea fue un enclave de corte helenístico, pues Juba fue un ferviente adepto de la cultura helénica y gracias a su primer matrimonio se atrajo a un considerable número de sabios griegos de Alejandría. Pero en el año 40, con el asesinato del sucesor de Juba II, su hijo Ptolomeo, por orden del emperador Calígula, finalizó el período de existencia del reino mauritano como estado independiente ligado política y administrativamente a Roma y a partir de ese momento se inició un período denominado “interregno”, en el que se preparaba la anexión de este territorio al conjunto de las provincias romanas.

Juba II, un erudito que describió su mundo

Juba trasciende la figura de un historiador tradicional, pues en realidad fue un auténtico anticuario, cuyos métodos de investigación muestran cómo funcionaba la ciencia y erudición en la Roma de la época. Sus estudios se veían enriquecidos por sus viajes y lecturas personales y su línea de pensamiento evidenciaba, además, una gran pasión por la etimología, con la clara conciencia de que la historia cultural y la lingüística eran inseparables.

Durante su largo reinado, de casi cincuenta años, y su larga vida, de casi setenta y cinco, escribió varias obras voluminosas de historia y geografía, fruto de una específica cultura compiladora que bebía de la fuente de autores griegos y romanos, aunque también había recurrido a autores púnicos y a los célebres Libros Púnicos. Parece probado que dominó a la perfección tres lenguas, el púnico, su lengua materna, aprendida en su infancia; el latín, adquirido en sus años de formación romana y la lengua vehículo de sus relaciones político-administrativas, y el griego, la lengua de cultura por excelencia y por él usada como vehículo de transmisión de sus indagaciones y en cuyo conocimiento probablemente se inició de forma temprana en la corte real de Cirta (Numidia).

Conocemos sus obras sólo por el título, aunque probablemente escribió algunas más de las que suelen citarse. Su producción está totalmente mutilada y fragmentada y no se conservara nada “de su puño y letra”, por lo que resulta imprescindible recurrir a las fuentes grecorromanas. La obra de Juba se perdió en los primeros siglos posteriores a su muerte, ya que en la Antigüedad se trabajaba con resúmenes y ésta empezó a circular fraccionada de manera que se perdió con rapidez y sólo quedaron como testimonio los pasajes citados por autores antiguos.

Para apreciar la gran aportación de Juba II a la ciencia y a las letras en el mundo antiguo, basta con una breve mirada a su obra y a algunos de sus rasgos más llamativos, a partir de su agrupamiento en áreas del saber tan diversas como la Historia, Geografía, Botánica, Zoología, Mineralogía, Historia de las Civilizaciones, Historia del Arte y del Teatro. Esta última parcela que podría catalogarse como “humanística” se ve enriquecida por estudios filológicos como el de Sobre la corrupción del léxico.

Así, queremos destacar, en primer lugar las Sobre Libia, que, junto a las Arabiká, constituye el pilar básico de su quehacer científico-literario y que contribuyó a incluir la figura del mauritano en el corpus de autores de la Antigüedad grecolatina y a no ser olvidado en el transcurso de los siglos. Cuando Juba II llegó, junto con C. Selene, a tomar posesión de su trono en la ciudad real de Iol, el 25 a.C., ya llevaba más de una década de investigación y labor erudita a sus espaldas, lo cual facilitó el proyecto de escribir una monografía definitiva sobre su reino.

Su ambiciosa empresa perseguía fijar la realidad geográfica y natural de este territorio, además de una clara finalidad administrativa y militar. Para ello contó con el inestimable apoyo de su voluminosa biblioteca real y con los datos obtenidos de primera mano por las expediciones por él proyectadas a los más remotos extremos de su reino, como es el caso de las Islas Afortunadas y las montañas del Atlas, enclaves geográficos bastante mal conocidos en su época.

Otras obras son Sobre Arabia, compuesta en los primeros años de la era y concebida para ilustrar a Cayo César, nieto de Augusto, antes de su expedición a Arabia el año 2 d.C. El tratado representa la culminación de su erudición y la perfección de su conocimiento geográfico e histórico-natural y abarca un área geográfica que va desde el Nilo a la India.

En la misma línea se encuentra Sobre los Asirios, obra en la que estudió la historia del antiguo reino asirio y donde pudo interesarse, además, no sólo por aspectos relativos a la historia de la astronomía y la astrología, sino también por anécdotas como los amores anormales entre Semíramis, la legendaria reina de Asiria, y un caballo.

Otra obrita fue Sobre el euforbio escrita en el contexto de sus investigaciones para la redacción de Sobre Libia y donde estudia la planta euphorbea descubierta en las faldas del monte Atlas por Euforbos, su médico.

Pasando a tratados de índole más cultural, tenemos la Historia de Roma, una importante fuente de consulta para los historiadores y biógrafos de la época y donde debió organizar su estudio cronológicamente, partiendo de los orígenes míticos y luego históricos de Roma. Además, están dos tratados de naturaleza lingüística: Sobre la corrupción del  léxico y las  Semejanzas.

La obra Sobre la pintura presenta un conjunto de biografías de artistas de renombre y en la misma línea se encuentra la Historia del Teatro, una amplia obra donde estudia los orígenes e historia del teatro grecolatino, así como su funcionamiento.

Mucho más limitadas son las noticias relativas a los tratados Fisiologías y Sobre animales venenosos, sólo son conocidas a través de algunas citas aisladas. Asimismo, se habla de un posible tratado Sobre la apicultura y de un hipotético librito Sobre los Viajes de Hanón. En ausencia de mayores referencias para sustentar la existencia o autenticidad de estas obras, no nos queda más que expresar nuestra reserva.

Juba II y nuestras Fortunatae Insulae

Canarias se hallaba en el confín occidental del reino de Mauritania y Juba envió una expedición para fijar sus coordenadas geográficas y también para recabar información sobre su flora, fauna y etnografía.

Probablemente en época romana debían circular ya algunas noticias sobre estas islas, pero tras el relato de Juba II, recogido por Plinio el Viejo, HN, VI, 202-205, y que es la información más precisa y fidedigna hasta ese momento, éstas quedaron otra vez en la oscuridad hasta las expediciones anteriores a la Conquista.

Con Juba II Canarias pasan del mito a la realidad de unas islas geográficas concretas y él fue el primero en darles nombre en la lengua en la que escribió toda su producción, el griego, y que Plinio transmite, en griego, para una de ellas (Ombrios) y en latín, para el resto, Capraria, Iuniona Maior y Minor, Ninguaria (la isla de nieves perpetuas) y Canaria, por la multitud de perros de grandes dimensiones, de los que llevaron dos al rey (dato controvertido por la falsa etimología con el término latino can, canis, con el que, sin duda, no guarda relación alguna).

También se habla en el relato, en relación a la isla Canaria, de edificaciones, abundancia de frutos, aves, palmas, miel e incluso papiro, y además se indica que las islas estaban infestadas de monstruos en estado de putrefacción que cada día el mar arroja a tierra, probablemente una referencia al varamiento de cetáceos.

Por otra parte, a pesar de que sepamos muy poco del conocimiento que Juba pudo tener en relación a estas islas, no debemos olvidar que sólo conservamos, y de forma muy fragmentaria y mutilada, el texto transmitido por Plinio. Juba, sin duda, conocía bien la costa oeste norteafricana como refleja el dato de que allí, en la actual Mogador, ubicase las islas llamadas “Purpurarias” para elaborar la famosa “púrpura getúlica”.

Juba estaba bien informado sobre estas latitudes, por textos como el de su predecesor el naturalista y marino Estacio Seboso y los informes y noticias de los marinos gaditanos que se adentraban en el Océano para pescar. Por ello, no cabe menos que cuestionarnos si sólo mandó una expedición a Canarias o fueron más; si los datos sólo fueron los transmitidos por Plinio o eran mucho más ricos, como sería más acorde al volumen de sus investigaciones; si sólo hablaba de seis Islas Afortunadas o de

más islas; por qué no nombra las islas más orientales del archipiélago y su noticia acaba con las islas Canaria y Ninguaria, actuales Gran Canaria y Tenerife; qué datos llegó a manejar sobre las islas y qué fue lo que vieron sus emisarios…

Cuando Juba II buscó las fuentes del Nilo.

Juba envió una expedición al río Nilo, cuyas fuentes trataba de ubicar en las montañas del interior de Mauritania, no lejos del Atlántico. La fascinación por este río debía tener un componente más que afectivo para su esposa egipcia, Cleopatra Selene, pues se trataba de un elemento misterioso, dotado de las mayores feracidades y que siempre rodeó el universo de los Ptolomeos. Si tenemos en cuenta las palabras de Plinio el Viejo, HN, V, 51 Juba lo visitó en persona y trajo de allí, en honor a la religión de su mujer, un cocodrilo, consagrado luego en el Iseo de Cesarea. Este episodio nos recuerda lo relatado en el Periplo de Hanón y el voto del general cartaginés de las pieles de las gorilas halladas en su viaje en el templo de Hera en Cartago, hecho que pudo haber arraigado la portentosa imaginación del mauritano.

Es evidente que las citas relativas a las fuentes del Nilo debieron aparecer en la monografía Sobre Libia, aunque en esos momentos las noticias sobre el tema se hallaban rodeadas de una gran incertidumbre. Pese a ello, nuestro rey tuvo acceso a las informaciones de los comerciantes mauritanos que viajaban hacia las latitudes meridionales y le facilitaron la noticia de que el Nilo debía surgir hacia el sur y llegar al actual Malí en Guinea. Así pues, la reconstrucción de Juba se basa en un error de fondo, ya que no posee una visión exacta de los hechos e imagina el continente africano mucho más corto y menos extenso, formando un gran trapecio.

La búsqueda de las fuentes del Nilo ha constituido una de las aventuras más apasionantes y complicadas que se conocen entre los retos que se han planteado el hombre. Ya en tiempos de los faraones egipcios circulaba toda una serie de noticias sobre el curso del Nilo y los historiadores y geógrafos griegos y romanos desde el siglo V a.C. dedicaron sus esfuerzos a investigar su nacimiento. Incluso en el 66 d.C. el emperador Nerón llegó a enviar una expedición exploratoria sin ningún avance hasta

que el año 150 d.C., el geógrafo Ptolomeo ubicó el nacimiento del Nilo en las Montañas de la Luna (Uganda).

Las investigaciones no se quedaron aquí y en pleno siglo XIX viajeros europeos como J.Hanning Speke y R.F. Burton se dedicaron a exploraciones y a controversias intelectuales de todo tipo, además de que los animaba el aliciente de evidentes intereses políticos y económicos.

No queremos concluir esta breve aproximación a Juba II sin dejar de reivindicar el reconocimiento que su figura merece como promotora de la urbanización del Norte de África bajo el mandato romano, pero también como un humanista de su tiempo, un auténtico intelectual que dominó magistralmente una amplia gama de campos del saber.

Alicia García García

 

BIBLIOGRAFÍA:

Coltelloni Trannoy, M.: Le royaume de Maurétanie sous Juba II et Ptolémée (25 av.J.-C.-40 ap.J.-C.), París, 1997.

García García, Alicia Mª: Juba II y las Islas Canarias, S/C de Tenerife, Ediciones Idea, 2010.

Roller, D. W.: The World of Juba II and Kleopatra Selene. Royal scholarship on Rome’s African frontier, New York-London, 2003.

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