Lo sagrado. La visión del mundo desde los grabados rupestres de La Fajana (El Paso, isla de La Palma).
Miguel A. Martín González. Historiador, profesor y director de la Revista Iruene
“El avance del conocimiento es una progresión infinita hacia una meta que siempre retrocede” (Frazer)
Nuestra concepción racional del mundo nos impide comprender la memoria de nuestros ancestros. Ahora bien ¿podemos recuperar, al menos, una parte de esa evocación perdida? ¿Cómo redescubrir y reconstruir el pensamiento indígena? Desde la más remota antigüedad, la curiosidad por el cielo estimuló la memoria científica que, si lo unimos a la naturaleza de las creencias, configuró una concepción y transformación del mundo que sobrepasaba lo cotidiano, sumergiéndonos irremediablemente en el espectro del simbolismo. El pasado se nos revela como real y es capaz de atrapar a todo aquel que no solo se conforma con la apariencia sino con encontrar respuestas solventes.
Los símbolos no solo son objetos reales sino un producto de prácticas alegóricas de referencia entre el signo y la realidad dimensional representados por medio de las imágenes mentales que las definen y proyectan de alguna manera, al ser repetitivas, articuladas en una clara relación de representación. Los símbolos exploran nuevas formas de aprendizaje, llegando a incrementar la capacidad conceptual de sus creadores. Enuncian, expresan, articulan, emiten, representan, significan contenidos difíciles de comprender y explicar con el juicio originario.
Es notable, desde el punto de vista plástico o gráfico, la nitidez con que los expertos awara, a través de una geometrización de las formas, formularon un lenguaje visual de inusitada belleza y cohesión. Fueron capaces de transformar los símbolos en una conducta mediante experiencias fundamentadas, aceptadas como una liturgia. En la actualidad, sólo en la isla de La Palma existen unas 500 estaciones rupestres, distribuidas en unos 1.000 paneles y más de 15.000 motivos.
Los grabados rupestres de La Fajana, realizados para perdurar en el tiempo, son muy estéticos y sus autores, de seguro, observaban y apreciaban la belleza de lo llamativo de la simetría de las formas curvas. Ahora bien, esto es tan solo el envoltorio. Desde lo simple a lo complejo, lo más importante era su trascendencia. Realizar un inventario rupestre sin significación es insuficiente, si nos detenemos tan sólo en mostrar sus propiedades técnicas y perderse en descripciones monótonas y repetitivas sin acepciones, razones, ni interpretaciones, nos parece una postura cómoda y ociosa. Es necesario hacerlo, pero debemos ir más lejos y reconstruir el paisaje terrenal y cósmico. Los análisis descriptivos y estéticos, clasificaciones, tipologías, soportes, técnicas de ejecución, siguen recibiendo el grueso del protagonismo que se le da a los petroglifos. Investigar no es solo describir un lugar o un objeto, es averiguar que hay allí. Describir no es conocimiento, interpretar si.
El argumentario empleado por los investigadores en la historiografía canaria para dar sentido -significado- a los grabados rupestres de La Palma se ha basado en preceptos y suposiciones desde una lógica occidental moderna. La primera propuesta que realizó Viera y Clavijo (s. XVIII) concebía que los grabados rupestres de Belmaco eran “puros garabatos, juegos de la casualidad o la fantasía de los antiguos bárbaros”. Los resultados prácticos, ya en pleno siglo XX, apelan a una destreza mágico-religiosa de culto a la fecundidad del agua en representación de “charcos con ondas y pequeñas corrientes de agua” en un contexto del Bronce Atlántico (J. Martínez Santa Olalla, décadas de 1940-1950). En los años de 1960-1980, Diego Cuscoy, Antonio Beltrán y Mauro Hernández, aun influenciados por esta corriente atlantista, amplían los conceptos de cultos al Sol, la lluvia… Posteriormente, Juan Francisco Navarro y Ernesto Martín (1980-1990), a los que se unen, más tarde, Jorge Pais, Francisco Herrera, entre otros, ya en un ámbito norteafricano, supeditan su significación a una batería de propuestas asociadas a actividades pastoriles y a prácticas propiciatorias mágico-religiosas para indicar rutas, propiedades privadas, señalización de campos de pastoreo, fuentes, petición de lluvia… En la actualidad, el investigador F. Jorge Pais retoma, como propuesta para dar sentido a los grabados rupestres, el culto a las aguas, a la lluvia, a la fertilidad ¿Qué hemos avanzado en 40 años?
En cualquier momento podemos dar un giro a la historia, por pequeño que sea, siempre que seamos capaces de encontrar respuestas a los desafíos presentados. Desde la década de 1990 entendimos que el simbolismo rupestre era fruto de una necesidad de expresión y comunicación. Nos exigía averiguar por el entorno sagrado y dónde se puede manifestar. Comprendimos que había algo a lo que se asociaba regido por un procedimiento estricto, una conducta estandarizada. Al encontrarse al aire libre y repetir incesantemente las mismas formas, así como las mismas disposiciones sobre el terreno, alzamos la mirada y descubrimos un sistema asociado a las posiciones en el horizonte de los principales elementos astrales, encargados de establecer el orden y la armonía sobre la tierra, un procedimiento establecido para regular la organización de los ámbitos socioeconómico y espiritual de las sociedades; esto es, dar sentido a la existencia.
Nuestra prioridad aquí no es hacer someras descripciones de los petroglifos, ya existe una amplia bibliografía1 y, además, cualquiera que se acerque al lugar lo puede advertir. Los grabados rupestres no son elementos decorativos ni siquiera los objetos materiales que nosotros queremos ver. Nuestro interés es conocer sus ocultas propiedades, lo que se esconde detrás de esa enigmática simbología rupestre.
Los petroglifos de La Fajana (El Paso) se localizan en el margen superior izquierdo de un pequeño barranco, a unos 620 m s n m. Se escudan detrás de una valla metálica, lo que no deja de ser una gestión dolorosa, pero muy necesaria ante un vandalismo que no tiene fin, que nunca descansa. Consta de varios grupos de grabados rupestres espiraliformes, círculos, círculos concéntricos y meandriformes, tallados en la verticalidad de la roca, destacando el gran panel principal con cuatro disposiciones u orientaciones geográficas. Las formas curvas y simétricas evidencia conceptos como el movimiento o la evolución; su simetría rememora la búsqueda de la perfección y ¿hacia dónde nos conduce? Con una visión indigenista, la perfección última se encuentra en el cosmos, el arquetipo o modelo a imitar en la tierra.
¿Cómo interpretar (significado) los símbolos dentro de su contexto referencial desde las proyecciones mentales de nuestros ancestros? Los objetos y vicisitudes del cielo jugaron un papel fundamental en la evolución cultural. Si la perfección última reside en el cosmos, en el movimiento cíclico de los astros, por qué no pensar, como mejor posibilidad, que los que elaboraron esta tematización simbólica estén reproduciendo lo más sagrado, una hierofanía. Todo parece indicar que nos conduce a la voluntad de fijar un espacio, reactualizar y re-crear constantemente el tiempo sagrado. Éste se manifiesta a través de un soporte material que adquiere naturaleza sobrenatural sin dejar de ser lo que es. Para los awara, lo sagrado es real y surge como necesidad de establecer un punto de apoyo cósmico, un centro del mundo. De esta forma se da sentido a la dimensión espacial.
Estos temas iconográficos se nos muestran como imágenes o motivos articulados en un sistema y en un contexto que debemos identificar. Los grabados rupestres geométricos muestran o exhiben una repetición de ritmos, de líneas curvas que van y vuelven o que se expanden en busca de una simetría. Muchos papiros antiguos y algunos grabados y pinturas rupestres egipcios muestran una sinfonía de formas que “tienen correspondencia en la armonía del movimiento estelar de la que nos hablan los Textos de las Pirámides” (Ferran Iniesta, 2012). “Los wiradjuri de Australia, durante los ritos de paso, los hombres cortan una pieza en espiral de la corteza de un árbol para simbolizar el camino entre el cielo y la tierra… El papel de la espiral de corteza en el festival iniciático resulta claro: como símbolo de ascensión, refuerza la conexión con el mundo celeste” (M. Eliade, 2001). “La manera en que el hombre crea y define su espacio vital, ha sido el resultado de la expresión de sus propias formas arquetípicas de organización, tanto mental como colectiva; manteniendo una correspondencia con los patrones naturales y universales… Es así como el hombre comienza a tener un dominio sobre el espacio, integrándose a él… El hombre podía vivir la experiencia de lo divino y relacionarse con el Universo a través de una geografía sagrada cuya finalidad era reproducir en el mundo, las formas de organización y los principios fundamentales del Cosmos”2.
El gran maestro Mircea Eliade3, insiste en que la simple contemplación de la bóveda celeste basta para desencadenar una experiencia religiosa, modifica la percepción del espacio y del tiempo. El Cosmos se concibe como una unidad viviente que nace, se desarrolla y se extingue el último día del Año, para renacer el Año Nuevo ab initio. La sacralización del lugar en que se instauran los templos y se realizan las ceremonias lo convierte en un «espacio sagrado», del mismo modo que la repetición periódica de los ritos convierte el tiempo lineal en un tiempo cíclico, transformando el tiempo profano en un tiempo sagrado, eterno.
Para Francisco Herrera y Jorge Pais (ver nota 1) los símbolos rupestres de La Fajana presentan una significación mágico-religiosa. Están relacionados con prácticas de origen propiciatorio centrados en la necesidad de garantizar la obtención de aquellos recursos considerados básicos por parte del pastor benahoarita: los pastos y el agua. También afirman que se llevarían a cabo rituales con tal finalidad en momentos precisos del año (los meandriformes y circuliformes). Con respecto a los llamativos circuliformes radiados o soliformes sugieren un culto solar. Y concluyen, “si nos atenemos a la orientación que presentan tales motivos, hemos de pensar que los mismos miran en la dirección por donde se pone el sol durante los equinoccios de otoño y primavera”. Una última interpretación sobre algunos de los motivos representados en La Fajana la realiza Bárbara Kupka (2018), determinando distintos elementos paisajísticos (Montaña de la Hiedra y Bejenao) a modo de mapa rupestre.
Lo que no presenta ninguna duda es que nos encontramos en un lugar originario, distinguido, de encuentro, en un punto de partida, un axis (un pilar) desde el cual la manifestación de lo sagrado se expande para ordenar el mundo (espacio), organizar el cosmos (tiempo). Descubrimos, de esta manera, la importancia de vivir en armonía con todo lo que les rodea. Dentro del paisaje, la visión del horizonte es lo que permite visualizar las posiciones solsticiales, lunares y estelares más significativas coincidentes con las disposiciones, en este caso, de los soportes donde se tallaron los petroglifos. Ahora empezamos a comprender muchas cosas que antes nos resultaban inexplicables.
Tenemos la ubicación exacta, la orientación de los soportes tallados; sólo nos faltaba conocer lo que sucedía astronómicamente en los lugares de proyección en el horizonte. Desde muy antiguo la orientatio (orientación) se caracterizó por ser un elemento distintivo que repite sus patrones como una verdadera seña de identidad. Los grabados rupestres de La Fajana contienen cuatro disposiciones u orientaciones geográficas y astronómicas (tres solares y una estelar). Precisamente, dos paneles, uno en la parte superior norte y el panel principal que contiene los “soliformes”, se orientan hacia el lugar dónde se oculta el sol, no en los equinoccios como apuntan Francisco Herrera y Jorge Pais (Idem nota 1), sino en el solsticio de verano, concretamente por la Veta de Aniceta en las laderas de El Time.
Existen otros dos paneles que se orientan hacia casi el final de la misma ladera de El Time. No es de extrañar porque allí se produce el ocaso solar durante los equiluxes (cuando disponemos de las mismas horas de luz y oscuridad. Se producen en días cercanos a los equinoccios astronómicos, dos días antes del equinoccio de primavera y tres días después del equinoccio de otoño)4.
La tercera orientación solar la percibimos en un panel de grabados rupestres que mira hacia el lugar por donde se oculta el sol durante el solsticio de invierno. Los movimientos del sol, la luna o las estrellas no se pueden manipular. Son sus desplazamientos los que se usan para construir el tiempo como algo absoluto -una verdad eterna- y, de esta manera, desplegar en el tiempo los órdenes litúrgicos (el rito, el mito…). Ahora la naturaleza está ordenada y orientada.
A mediados de junio de 2019, en un artículo de prensa, nos hacíamos la siguiente pregunta ¿se puede aplicar una cronología relativa a los grabados rupestres por los azimuts y la elevación de los astros a lo largo del tiempo? Los ortos y ocasos de determinadas estrellas y constelaciones por el horizonte, justo después de la puesta del sol o bien antes del amanecer, se utilizaron como conexión cósmica para medir el tiempo, establecer días festivos y días rituales; esto es, el uso de calendarios para regular los procesos sociales al tramitar las demandas de construcción temporal de corta y larga duración. La gran mayoría de estos luceros actuaban como complementos suplementarios de efemérides solares (solsticios y equiluxes), convergiendo armónicamente durante el “encuentro” entre los astros, la tierra y los espacios rituales erigidos por los humanos.
La cuarta y última disposición rupestre de La Fajana la establece un destacado panel que mira hacia el Bejenao. A pesar de su imponencia, la montaña, por sí sola, no es lo primordial, pero si está acompañada por algún acontecimiento estelar sobre su cúspide descubriremos parte de una hierofanía (una manifestación de lo sagrado). A partir del siglo VIII, la Osa Menor toca y entra por la cumbre del Bejenao, al amanecer, durante el equilux de otoño, uno de los días señalados en el calendario ritual de nuestros ancestros. A lo largo de los años, un aprendizaje que hemos experimentado es que lo periférico (estrellas y constelaciones) está subordinado al centro (Sol y Luna). No es, por tanto, una casualidad que exista esa disposición; al revés, es una causalidad. La tierra y el cielo se unen formando un cosmos, un equilibrio completo e infinito.
En definitiva, la coincidencia de los soportes de las paredes con la triada posicional solar fue lo que determinó la exacta ubicación de los grabados rupestres de La Fajana (El Paso). Todo un sistema de sincronías que permite poner orden en el espacio y estructurar el tiempo.
NOTAS:
1 Herrera, F.J. y Pais, F. J. (2014): Los petroglifos del Lomo de La Fajana (El Paso): Una estación rupestre única en la Prehistoria de La Palma. Revista de Estudios Generales de la Isla de La Palma, nº 6, pp: 267-293
2 Oscar Javier Bernal, O:J y De Hoyos, J.E. (2012): El mito fundacional de la ciudad. Una visión desde la Geometría Sagrada. Revista Nova Scientia, nº 8 vol. 4, pp: 90-109, México
3 Eliade, M. (2009): “Lo sagrado y lo profano”. Paidós
4 MARTÍN, M.A. (2018): Los equiluxes en el santuario costero de Puntalarga. Fuencaliente (isla de La Palma). Revista Iruene nº 10, pp 6-23
BIBLIOGRAFÍA:
* ELIADE, M. (2001): Nacimiento y renacimiento. El significado de la iniciación en la cultura humana. Kairós. Barcelona
* INIESTA, F. (2012): Thot. Pensamiento y poder en el Egipto Faraónico. Catarata, Casa África. Madrid
* KUPKA, B. (2018): La Palma fue también la isla de los cartógrafos. Cartas Diferentes Ediciones