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LA TUMBA DE JESUS

Asunto de Estado

 

“El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.” (Lucas 24, 1-2)

CON FÉ O SIN ELLA, PARA CUALQUIER PERSONA PUEDE RESULTAR COMPRENSIBLE QUE ESTUDIAR CIENTÍFICAMENTE Y DE MANERA DIRECTA LA TUMBA EN LA QUE SUPUESTAMENTE HABRÍA REPOSADO EL CUERPO DE JESUS SEA UN FASCINANTE Y ANHELADO RETO. UN EQUIPO DE LA UNIVERSIDAD TÉCNICA DE ATENAS LO PUDO HACER A FINALES DEL PASADO MES DE OCTUBRE, REABRIENDO CON ELLO UN VIEJO E IRRESOLUTO DEBATE DE PROFUNDAS IMPLICACIONES, CON EL POTENCIAL DE HACER TAMBALEAR LAS CREENCIAS DE MILES DE MILLONES DE PERSONAS EN TODO EL MUNDO. UN CUERPO, UNA TUMBA, ¿UNA RESURECCIÓN?

Es inevitable que cualquier aproximación científica que se haga a la figura de Jesús de Nazaret generé una incontrolable expectación, en la medida en la que los resultados pueden contribuir a reforzar la verosimilitud histórica del personaje y de los acontecimientos que se le atribuyen en los Evangelios, o por el contrario decantar la balanza hacia la postura de quienes sostienen que Jesús, tal y como lo percibe el Cristianismo, jamás existió y no es más que una ficción toscamente construida, aunque hábilmente fortalecida, durante los primeros siglos de nuestra era. Ello explica que la arqueología bíblica, en especial cuando se ocupa de los llamados Santos Lugares vinculados a Jesucristo, tenga un seguimiento mediático muy por encima del que pueden recibir las investigaciones realizadas en sobresalientes enclaves del Antiguo Egipto o en las siempre fascinantes ciudadelas americanas de mayas, incas o aztecas. Ese fenómeno lo hemos vuelto a vivir por mediación del sempiterno National Geographic a finales de octubre pasado, cuando aliados con la Universidad Técnica de Atenas tuvieron el privilegio de contemplar la roca primigenia en la que la tradición hace reposar el cuerpo sin vida de Jesús tras la crucifixión, y por ende, el sepulcro que según la fe abrazada por decenas de millones de personas en todo el mundo contempló el más controvertido e influyente milagro de todos los tiempos: la resurrección del Hijo de Dios.

LA TUMBA SANTA, LA TUMBA VACÍA

El camino para que los arqueólogos pudiesen acceder al lecho rocoso original del Santo Sepulcro no fue, como es fácil deducir… nada fácil. Los diferentes poderes religiosos que desde hace siglos conviven en el lugar rivalizando por su custodia tienen que ponerse de acuerdo para cualquier cosa que afecte al santo lugar, debe existir pleno consenso en un constante juego de equilibrios que no es sencillo mantener. De ahí también la notoriedad de ésta investigación, que logró contar con dicho consenso levantando desde un primer momento un más que esperado revuelo. Un revuelo que como cabía esperar incluyó teorías conspirativas relativas a las verdaderas motivaciones de ésta excavación, la censura por la que pasarían indefectiblemente las informaciones relativas a los hallazgos que se dieran, e incluso, por imposible que pueda parecerle al lector tal posibilidad, la oportunidad que ofrecía a los investigadores de localizar material genético residual del cuerpo que teóricamente reposó allí hace dos mil años…ahí es nada.

Se estima que las lozas de mármol blanco que han recubierto el lecho mortuorio de Jesús, y con las que se pretendía proteger la tumba de expolios y profanaciones, no habían sido retiradas al menos desde el año 1.550. De aquí que, aun no tratándose ni mucho menos de un yacimiento intacto, el tiempo transcurrido y las nuevas herramientas en manos de la investigación arqueológica prometían no sólo datos reveladores sino también potenciales sorpresas. El sepulcro de Jesús, aquel que según las crónicas evangélicas fue desinteresadamente cedido por José de Arimatea -“Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca.” (Mateo 27,59)-, se encuentra en la llamada ciudad vieja de Jerusalén, protegido del mundo exterior por una pequeña edificación conocida como Edículo, perimetrala por una estructura en columnas llamada Rotonda o Anastasis, que a su vez está aislada del resto del mundo por la propia Basílica o Iglesia del Santo Sepulcro, también llamada Iglesia de la Resurrección. Esta suerte de matrioska sagrada custodiada por cristianos católicos, ortodoxos griegos y armenios, -con el apoyo simbólico y necesariamente conciliador de las iglesias coptas y ortodoxas etíopes y siriacas- ha venido siendo durante siglos no sólo el lugar más notable para el Cristianismo, sino paradójicamente el de aspecto más modesto entre los santos lugares. A la vista de los zunchos de acero y de los puntales que luce como recurso para evitar su deterioro desde el año 1947, el historiador y prolífico escritor alemán Hans Einsle se refería a ella como la iglesia “más pobre del mundo”, algo que el propio experto en arqueología bíblica atribuye a que la “Iglesia tiene muchos señores que no terminan por ponerse acuerdo (….) cada cual posee su altar, su propia capilla, sus velones, y cada cual alardea de sus propios derechos, sin participar en las obligaciones impuestas” La realidad es que el complejo religioso es un ejemplo de contrastes, en el que la recargada y estridente decoración que presenta algunas zonas del templo, consecuencia de la suntuosidad con la que cada corriente religiosa quiere atrapar la atención del visitante, termina ofreciendo el aspecto de un bazar. Cada altar, cada capilla de esta vetusta iglesia densifica hasta límites insospechados el ambiente, reclamando la atención de los fieles para los más dispares hitos vinculados con estos momentos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La propia iglesia presume de acunar no sólo la tumba de Jesús sino también el mítico Monte Calvario en el que se produjo la crucifixión…allí es posible ver y venerar por ejemplo la llamada Piedra de la Unción, la losa hoy también recubierta de mármol blanco protector en la que se colocó el cuerpo de Jesús tras descenderlo del madero y donde José de Arimatea y Nicodemo procedieron, en cumplimiento de las costumbres judías, a purificarlo y ungirlo en aceites aromáticas y protectoras. En la pequeña antecámara se conserva y venera, dentro de un visible relicario de mármol que se alza del suelo en un pequeño pedestal, un trozo de la loza de piedra que cerraba la tumba, destacando dentro de una estancia que es conocida como Capilla del Ángel, en recuerdo como el lector habrá deducido del episodio evangélico en el que un ángel, bajo la forma de un joven vestido con túnica blanca, esperó sentado en el sepulcro a las mujeres en la mañana de la resurrección para anunciarse el prodigio.

Como apunta no sin cierta sorna el historiador Juan Eslava Galán en su controvertido libro El fraude la Sábana Santa y las reliquias de Cristo, “Existe, además, una Capilla del Escarnio, donde se venera un trozo de columna a la que supuestamente ataron a Jesús mientras se preparaba la cruz. También se rinde culto a una hendidura en la roca, que se dice ocasionada por el terremoto que siguió a la muerte de Jesús. Finalmente puede adorarse el agujero de la cruz, convenientemente protegido con un rodete de bronce dorado.

Entre las numerosas reliquias menores que atesora el templo destaca, en la parte armenia, un fragmento de roca del subsuelo llamada Piedra de las Tres Marías, desde la que las mujeres evangélicas asistieron, hechas un mar de lágrimas, a la crucifixión de Jesús”

Finalmente, y junto a otros muchos hitos de una más que dudosa fiabilidad histórica, encontramos el sepulcro propiamente dicho, una cámara excavada en la roca caliza cuyo revestimiento y recargada decoración la haría irreconocible para quienes la concibieron dos mil años atrás. Unos dos metros de longitud por casi dos de altura dan cobijo al banco sepulcral labrado en una de las paredes, de la que sobresale algo menos de un metro. Esa es la más codiciada de las reliquias, el corazón sobre el que pivota el resto de elementos, reales o ficticios, que alientan y rentabilizan la fe en este personaje. Allí quedó reposando el cadáver de Jesús, y allí, de acuerdo con la fe cristiana, se produjo el milagro de la resurrección, un portento absolutamente esencial para vertebrar la teología de la confesión religiosa más longeva e influyente de la que hayamos tenido conocimiento hasta el momento. Es precisamente en este claustrofóbico lugar donde se recogería también la más controvertida prueba de esa resurrección, la afamada Síndone de Turín.

A la vista de todo ello es comprensible que Antonia Moropoulou, supervisora de los trabajos de restauración del recinto por parte del equipo de científicos griego, y Fredrik Hiebert, arqueólogo de la National Geographic Society, se mostrarsen asombrados ante lo que tenían entre manos. Durante siglos, se estima que al menos desde hace casi seis siglos, nadie había retirado las lozas de mármol. Y ellos lo hicieron en la noche del 26 de octubre de 2016. Por delante tuvieron sesenta horas para despejar con la precisión de un cirujano la capa de material compactado que reposaba justo debajo del mármol, topándose con un hallazgo que no esperaban. Ante sus ojos apareció otra losa de mármol decorada con una cruz cristiana, que a priori podría datar de tiempos de las Cruzadas y dar la razón a las vicisitudes cronologías oficiales que los historiadores barajan para este lugar. Bajo esta segunda e interesante loza emergió la cama sepulcral tallada en la roca caliza. Es fácil imaginar el escalofrió que debió recorrer a los privilegiados científicos presentes en ese momento, así como el torbellino mental al reflexionar sobre lo que tenían entre manos. Y todo ello a pesar de que es extremadamente difícil, por no decir del todo imposible, que la ciencia pueda demostrar que ese es, efectivamente, el sepulcro en el que fue depositado el cuerpo de un hombre al que se atribuye un origen divino, y cuya existencia, por sí misma, también es puesta en duda.

¿EL ESCENARIO DE LA RESURRECCIÓN?

La aceptación de la cronología y hechos que acabamos de resumir ha llevado a autores como el que ya citado Hans Einsle a confiar en que, efectivamente, estamos en los escenarios reales en los que se desarrollan los cruciales pasajes evangélicos que nos ocupan. “Se ha demostrado sin lugar a dudas –explica en las páginas de El Misterio Bíblico-  que la iglesia constantiniana del Santo Sepulcro se encontraba en el lugar ocupado en la actualidad por la iglesia del Santo Sepulcro; también se sabe con seguridad que fue construida exactamente en el mismo lugar que en el que anteriormente se encontró el templo pagano con el que Adriano pretendía extirpar el recuerdo del cristianismo. Y como éste sostuvo la opinión de que era mejor sustituir lo más pronto posible los testimonios del cristianismo por los de la propia religión, podemos estar absolutamente seguros del origen histórico de los Santos Lugares”

La seguridad y optimismo de este autor contrasta con el razonado escepticismo de otros, como es el caso del historiador Earl Doherty, quien en sintonía con el llamado Seminario de Jesús, círculo de estudiosos tendentes a humanizar la figura del hijo de dios,  reflexiona en su obra El Puzzle de Jesús de manera crítica al respecto de los santos lugares “En todos los escritores cristianos del siglo I, en toda la devoción que exhiben sobre Cristo y la nueva fe, ninguno de ellos expresa jamás el más ligero deseo de ver el lugar de nacimiento de Jesús, de visitar Nazaret, su ciudad de origen, los sitios donde predicó, el aposento donde celebro la Última Cena, la tumba: donde fue enterrado y resucitó de entre los muertos. ¡Estos lugares nunca se mencionan! Lo que es más, no hay una sola mención de un peregrinaje al Calvario, donde se consumó la salvación  de la humanidad. ¿Cómo podría no haberse convertido en un santuario dicho lugar? ¿Es posible que Pablo no hubiese querido correr al Monte Calvario para postrarse en la tierra sagrada donde cayó la sangre de su Señor herido? Seguramente habría compartido una experiencia emocional tan intensa con sus lectores! ¿No se habría arrastrado al huerto de Getsemaní, donde se dice que Jesús pasó por los horrores y las dudas que el propio Pablo había conocido? ¿No habría glorificado, al permanecer en la tumba vacía, la garantía de su propia resurrección?” En fin…

No obstante y como el lector comprenderá fácilmente, una cosa es aseverar que estos lugares y el sepulcro en cuestión es el que se tenían por originales al menos hacia el 132 d.C con Adriano, y otra bastante diferente es que lo fuesen realmente, y que en caso de serlos, que en ellos efectivamente se diera un hecho tan contrario a la razón, a las leyes naturales y tan indemostrable desde la ciencia que gobierna nuestro presente, como la resurrección de una persona.

La primera gran objeción a la que nos enfrentamos, sin necesidad de entrar en debates teológicos, es la de aceptar que efectivamente esos son los lugares originales. Pueden haber sido considerados como tales un siglo, o en el mejor de los casos, medio siglo después de la vida de Jesús, pero las brutales transformaciones que experimentó el territorio durante los primeros años del Cristianismo no nos permiten ser especialmente optimistas al respecto. La ciudad no sólo fue destruida sin contemplaciones por el emperador romano Tito el año 70 d.C, sino que la propia identificación en el paisaje de los escenarios descritos en los Evangelios ha resultado muchas veces frustrante para los investigadores que lo han intentado. No se han podido identificar colinas, precipicios o cuadrar las distancias y fronteras descritas en los evangelios con lo que la geología y la historia, por ejemplo, nos dicen a cerca de dichos lugares.

Sin embargo, dejando de lado ese obstáculo y dando por buena la ubicación del Santo Sepulcro en el lugar que nos ocupa, en nuestras manos queda uno de los más controvertidos e irresolutos problemas –es posible que el principal- de los últimos dos mil años. ¿Se depositó en esa tumba el cuerpo de un hombre crucificado conocido como Jesús de Nazaret? ¿Volvió a la vida ese cuerpo al cabo de tres días interactuando durante las semanas posteriores con testigos de diversa condición?

Está claro que en estas pocas páginas no resolveremos el debate de la resurrección de Jesús, ni somos tan pretenciosos de ni tan siquiera intentarlo. Pero está claro que la literalidad con la que en siglos pasados se interpretaban los pasajes bíblicos ha sido afortunadamente superada, y hoy se acepta con relativa normalidad que las Sagradas Escrituras, incluyendo la propia vida de Jesús, está sembrada de leyendas, alegorías, metáforas y símbolos que en buena parte se han tomado prestados del propio judaísmo o de religiones y cultos pretéritos. Se acepta con normalidad que los evangelistas no fueron notarios, de tal manera que cuando décadas después de morir Jesús se pone por escrito el recuerdo de sus enseñanzas, se hace de manera parcial, subjetiva, entrando en contradicciones o aportando datos confusos. Un síntoma de ello lo podemos detectar de manera muy contundente a golpe de click en el lugar más inesperado, la página web oficial del Santo Sepulcro que mantiene por parte del catolicismo la comunidad franciscana responsable de su custodia. En ella podemos asombrarnos al comprobar que algunos de los pasajes que reproducen, junto a los habituales, pertenecen a evangelios apócrifos como el de Gamaliel y Bartolomé, a los que acuden en auxilio de ciertos hitos venerados en el Santo Sepulcro que están especialmente cogidos con pinzas, como es la Capilla de Adán a través de cuyo suelo llegó la sangre de Cristo al cuerpo de Adán, o la ya referida Piedra de la Unción.

En cualquier caso las lagunas terminan llenándose con elementos claramente inventados o importados de otras deidades para fortalecer al personaje y realzar su condición divina. En la Natividad esos elementos son muy explícitos, pero también en los episodios de su muerte y resurrección, en la que tal y como sostienen autores como Dorothy Milne Murdock -escribiendo bajo el seudónimo de Acharya S. en La Conspiración de Cristo- Jesucristo imita el destino tanto en la forma de morir como de renacer de dioses como el griego Prometeo o el Attis de Frigia, crucificado en un árbol y resucitado al tercer día; el Horus egipcio y el Krishna hindú; el dios milagrero Mitra persa, cuyo culto incluía una eucaristía y al que, además de regresar de la muerte al tercer día, se le atribuyen frases tan cristianas como “quien no coma mi cuerpo ni beba de mi sangre, haciéndose uno conmigo y yo con él, no se salvará”; o como Baal o Bel de la cultura babilónica-fenicia, de la que parece un calco pues Bel es hecho prisionero, juzgado por un tribunal,  torturado y ridiculizado por la comunidad, desnudado, llevado a un monte donde es sacrificado y, entre otras cosas, depositado en una tumba de la que emerge resucitado.

Esta lectura en clave simbólica de la muerte y resurrección de Jesús, aun pareciendo blasfema, es contemplada con normalidad dentro del seno de la Iglesia tras un largo proceso de asimilación y normalización. Así cobrarían sentido muchos aspectos contradictorios en los relatos evangélicos relativos a fechas, expresiones, testigos, escenarios, etc. de la crucifixión, resurrección y posteriores apariciones. El obispo episcopaliano John Shelby Spong enumera en su obra La Resurrección ¿Mito o Realidad? una nutrida lista de reputados expertos católicos y protestantes del Nuevo Testamento que no literalizan los relatos de la Pascua de resurrección. Apoyándose en el breve aunque explícito pasaje del evangelio de Marcos en el que leemos “Entonces todos los suyos le abandonaron y huyeron” (14,50), este autor desde su incombustible fe en Cristo es capaz también de reflexionar crudamente sobre la realidad histórica de los hechos, escribiendo “La probabilidad más fuerte está en favor de la verdad sin componendas que expresa la frase <todos lo abandonaron y huyeron> Jesús murió solo. Tuvo la muerte de un criminal ejecutado públicamente y su cadáver probablemente recibió el tratamiento que suele reservarse a los infortunados que entran en esa categoría. Fue retirado del instrumento de su ejecución, el madero de la cruz, y depositado y cubierto en una fosa común. No se conservó ningún recuerdo, pues ningún valor se le concede a quienes han sido ejecutados. Los cadáveres no permanecían largo tiempo en la fosa. Mediante el enterramiento se eliminaba el olor de la carne putrefacta y en muy poco tiempo sólo quedaban unos huesos sin identificar. Incluso tales huesos se retiraban antes de que transcurriera mucho tiempo. La naturaleza recupera eficazmente sus recursos (…)Así nadie sabe cuánto vivió Jesús en la cruz, cómo murió, cuándo fue bajado de la cruz o donde fue sepultado, <porque todos ellos lo abandonaron y huyeron> Eso significa que no hubo una visita de las mujeres al sepulcro para ungir a Jesús el primer día de la semana, puesto que no hubo ninguna tumba ni conocimiento alguno de cuándo había muerto o dónde había sido sepultado”

Frente al crudo y realista diagnóstico de este obispo, compartido por reputados expertos y hombres de fe dentro de la Iglesia que interpretan la resurrección como una experiencia espiritual que mantiene vivo eternamente el mensaje de Jesús, encontramos también a quienes han intentando buscar una salida intermedia para no tener que aceptar algo tan contranatura como la resurrección de un cuerpo, dando para ello fiabilidad a ciertos aspectos y proponiendo escenarios alternativos para otros. De esta manera se ha sugerido que Jesús no murió en la cruz, y por tanto fue sacado del sepulcro y asistido de sus heridas, o que bien pudo morir y su cuerpo sustraído para alimentar la idea de su retorno a la vida antes de su definitiva ascensión a los Cielos.

Sea como fuere, las recientes investigaciones realizadas en la Tumba de Jesús contribuyen a reactivar el interés por los Santos Lugares y parecen revelar, al menos en apariencia, un proceso de mayor transparencia de la Iglesia, una institución en la que parece crecer la fe en la solidez de las convicciones de una feligresía que en pleno siglo XXI parece lo suficientemente madura como para distinguir entre el mito y el hecho histórico.

José Gregorio González

 

OTROS DATOS

UN TEMPLO A VENUS AFRODITA EN EL SANTO SEPULCRO

La cronología capaz de sustentarse en hechos meridianamente constatables no nos permite, forzando mucho las cosas, ir más allá del año 132 d.C, año en el que el emperador romano Plubio Adriano, tras ganar la Segunda Guerra Judeo-Romana producto de una enconada rebelión liderada por el Mesías Simón bar Kojba, ordenó destruir todos los templos judíos y cristianos para humillar y fortalecer definitivamente su control sobre el territorio hebreo. Fue así como Adriano fundó sobre las ruinas de Jerusalén su propia ciudad romana, Elia Capitolina, ubicando en el Monte Calvario, en el lugar donde al parecer se ubicaba el sepulcro de aquel otro Mesías conocido como Jesús, un templo dedicado a la diosa Venus Afrodita. Curiosamente es gracias a este gesto que los historiadores pueden defender la idea de que, al menos en esas fechas, se pensaba que los restos de Jesús habían reposado en una de las tumbas del lugar.

Esa tradición adquiriría tintes oficiales con Constantino, quien pediría al obispo Macario en el año 325 que además de acabar con los templos paganos, buscara los escenarios de la muerte y resurrección de Cristo. En su empresa jugó un papel fundamental la propia madre del emperador, Helena, debiéndose a la necesaria cooperación de los tres que el templo a Venus fuese demolido quedando al descubierto la Vera Cruz y el propio sepulcro. Eso, al menos, es lo que nos cuentan de manera un tanto piadosa las únicas fuentes disponibles. Para el año 335 y tras una compleja remodelación de toda la zona ya existía un primer templo cristiano pivotando alrededor de la gruta que nos ocupa.

UNA TUMBA A LOMOS DE UN AVE FENIX

El Santo Sepulcro fue destruido por los persas en el año 614 de la mano del emperador Corsoes II el Victorioso, contemporáneo de Mahoma, quien en su campaña contra Damasco y Jerusalén acabó con buena parte del templo llevándose la Vera Cruz y otras reliquias como trofeo a la ciudad mesopotámica de Ctesifonte, en el actual Irak. Unos años más tarde, tras las victorias contra los persas del emperador Heraclio, éste rehabilitó la zona de culto y devolvió a la misma en el 630 la Santa Cruz que él mismo había recuperado en Bagdad.

A pesar de las incesantes oscilaciones políticas del lugar, durante casi cuatro siglos la zona no experimentó alteraciones significativas, hasta que irrumpió en la historia el sexto califa fatimita de El Cairo al-Hakim bi-Amr Allah. Corría el año 1009 cuando ordenó la total destrucción de todas las iglesias de Egipto, Siria y Palestina. Tal y como recoge el médico e historiador Yahia ibn Sa’id en sus Anales “Se adueñaron de todos los objetos decorativos que había en la iglesia y la destruyeron completamente, dejando solamente lo que era muy difícil de destruir. También destruyeron el Calvario y la iglesia del santo Constantino y todo lo que se encontraba alrededor e intentaron eliminar los restos sagrados”

Aunque todo podía parecer acabado para este lugar, lo cierto es que al tratarse de un codiciado y sagrado símbolo, un espacio en el que cómo pocos se visibiliza la legitimización del poder terrenal desde lo espiritual, su devenir no podía ser otro que el de un genuino ave fenix. De sus ruinas emergió de nuevo en 1048 gracias al emperador Constantino IX Monómaco, quien ante la imposibilidad de recuperar la configuración original desarrolla un proyecto que sería culminado con diferentes remodelaciones por los cruzados a partir de 1099, un proceso que se prolonga al menos hasta el año 1149. Es en ese periodo, cuando comienzan los peregrinajes tutelados a los lugares santos, cuando se coloca el revestimiento de mármol.

LAS OTRAS TUMBAS DE JESUS

La del Santo Sepulcro no es, ni de lejos, la única tumba atribuida a Jesús. La más cercana, ubicada al norte de la Puerta de Damasco es la Tumba del Jardín, custodiada por los anglicanos. Está excavada en la roca caliza y fue descubierta en 1891 por Charles Gordon. La evidencia arqueológica descarta por completo su filiación con la época y Jesús.

Sin duda la tradición herética más conocida es la que sitúa los últimos días de Jesús en Cachemira, en la India, a donde llegó tras sobrevivir al suplicio o bien resucitar. Lo hizo buscando el legado de las tribus de Israel, conservándose su tumba en Srinagar.

También ha logrado mucha popularidad la teoría de un Jesús viviendo sus últimos días junto a María Magdalena y su descendencia en Francia, con Rennes le Château como epicentro de un territorio al que llegaría  gracias a José de Arimatea y que acunaría el verdadero Grial, que no seria otro que el linaje sagrado.

En el Norte de Japón, concretamente en Shingo, también encontramos un túmulo en el que se asegura que reposan sus restos, a donde llegó tras evadir la crucifixión, a la que se entregó ocupando su lugar un hermano gemelo.

Finalmente y al margen de otras localizaciones, a esta lista se ha venido a sumar la llamada Tumba de Talpiot o Tumba de los Diez Osarios, descubierta en 1980 a unos 5 km. de la Ciudad Vieja de Jerusalén. En uno de los osarios se podía leer la inscripción “Jesús, hijo de José” Estos fueron los osarios de Jesús y su familia en torno a los cuales giró el controvertido documental La Tumba Perdida de Jesús promovido en 2007 para el Discovery Channel por James Cameron y Simcha Jacobovici

Evangelio según San Mateo (Mateo 28, 1-7)

Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos. El Angel dijo a las mujeres: «No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba, y vayan en seguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán». Esto es lo que tenía que decirles».

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