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Ni en mis mejores y más psicodélicos sueños habría imaginado, por muy optimista que me empeñara en ser, que el fascinante fenómeno de los OVNIs alcanzaría con tan buena salud sus 75 años de existencia moderna. Su estela de misterio está mas viva que nunca, gracias al oxígeno que le han insuflado desde organizaciones tan íntimamente vinculadas al mismo como el todopoderoso Pentágono, o al interés en ahondar en sus claves manifestado semanas atrás nada menos que por la NASA. Un oxígeno vigorizante que, por cierto, ha dejado sin aliento y con el culo al aire a quienes, desde el negacionismo más absurdo, han dedicado sus vidas a ridiculizar y criminalizar el interés y las legítimas dudas que otros hemos mantenido sobre la naturaleza última de este misterio. Los OVNIS son muchas cosas, es cierto, y muchas de ellas comprensibles, explicables a poco que honestamente nos esforcemos en comprenderlas. Pero también, eso que llamamos ufología y que se ocupa de inventariar este fenómeno, es un territorio donde acampa lo inexplicable, donde por mucho esfuerzo y retoricadas vueltas que el obsesivo negacionista de turno quiera darle, concurren hechos sin explicación: aparentes aeronaves con tamaños, velocidades, maniobrabilidad y un comportamiento metamórfico que evidencia una “tecnología” que no sabemos emular; una corte de tripulantes con un aspecto y comportamiento que se mueve entre la lógica humana y lo estrafalario;  y una rica diversidad fenomenológica que abarca efectos físicos sobre el terreno, objetos y testigos, invulnerabilidad ante nuestros sistemas de defensa y detección, así como un nutrido elenco de aparentes absurdeces que parecen más propias del mundo onírico que del que convencional. Su influencia en la cultura es incuestionable y la influencia de la cultura, con frecuencia anticipatoria, en las permanentes mutaciones que experimenta este misterio resultan cautivadoramente fascinantes.

La ufología conocida en profundidad en un cajón repleto de artilugios y hechos que, o te enamoran o terminas aborreciendo y combatiendo de por vida. Los términos medios son pura distracción y en mi vehemente opinión, un síntoma de que nunca conectaste con el misterio OVNI. Un cajón donde se acumulan las historias sobre secuestros de testigos, bases ensambladas bajo los océanos o en el interior de la tierra para sus aparentes naves, procedencias interestelares, contactados que dicen tener línea directa con la presunta inteligencia extraterrestre que controla sus aeronaves, implantes para monitorizarnos, mutilaciones de ganado, ingeniería genética para sembrar la vida terrestre e intervencionismo para propiciar saltos culturales, ocultación e intimidación gubernamental, fraudes por dinero, fama o distracción, excusa distractora para ocultar avanzada tecnología terrestre…

Salta a la vista la complejidad de este Universo OVNI en el que confluyen interrogantes de trascendental calado y antológicas tonterías, una galaxia ufológica que este verano cumple 75 años en su expresión más contemporánea. Un piloto llamado Kenneth Arnold vio desde su avioneta en las proximidades del Monte Rainier, el 24 de junio de 1947, una formación de nueve objetos con un aspecto cercano a un ala delta o bumerang, objetos que se movían como platos lanzados sobre el agua. Lo contó a la prensa y un periodista lo publicitó diciendo que eran platillos volantes. Lo fascinante es que esa confusión a la hora de describir la forma a través del movimiento vino acompañado de testimonios de todo EE.UU. hablando de platillos voladores observados en sus cielos. Unos días después, en la primera semana de julio, sería el turno del Incidente Roswell, la mítica caída de algo procedente del cielo en el desierto de Nuevo México que la propia Fuerza Aérea describió en un primer comunicado como un “platillo volante”. Unas décadas después el caso fue reabierto llegando a nuestros días como -tanto con alienígenas como sin ellos- una de las más singulares conspiraciones made in USA.

Con el ánimo de no hacer más largo el cuento para el lector, y evitar al mismo tiempo sumergirme en 75 años de historia imposible de resumir en estas líneas, diremos que las noticias sobre este misterio tienen desde entonces presencia y alcance planetario, interesando activamente a gobiernos, agencias, ejércitos y empresas tecnológicas de innumerables países, España incluida. En el mapa mundial de lo que sólo Dios sabe bien lo que es este fenómeno, Canarias ocupa un lugar destacado, algo a lo que contribuyó decididamente el recordado periodista Paco Padrón. Durante años sus crónicas en Diario de Avisos dieron cuenta de la incidencia en las islas de un enigma que él consideraba trascendente y de naturaleza no terrestre. Él mismo se confesaba públicamente parte de ese misterio a través de encuentros personales, entre ellos los que aseguró vivir en La Tejita. No me cuesta nada imaginar a mi añorado Paco, con su bondadosa mirada, sonreír socarronamente pensando en el solitario lamento de los “periquitos ilustrados” aquellos que, tanto en vida como después, no escatimaron ofensas ni hiel al referirse a su labor.

El enigma OVNI sigue vivo, como siempre ajeno a la voluntad de aquellos que lo ha negado y que, en su cruzada, con frecuencia, han obviado las más elementales normas de respeto a quién piensa distinto y a quienes se han presentado como testigos de su anómalo comportamiento. El Congreso de EE.UU. debate efusivamente sobre ellos, su Departamento de Defensa ha creado una oficina para ahondar en su investigación, algo que la NASA también emulará con un equipo propio, mientras el reputado astrofísico de Harvard, Avi Loeb, se empeña en defender que el extraño asteroide Oumuamua que visitó nuestro Sistema Solar en 2017 era una nave extraterrestre, impulsando un programa propio de investigación de anomalías conocido como Proyecto Galileo. El que se aburre es porque quiere.

José Gregorio González

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