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PECES EN EL CIELO

Cuando los dioses se vuelven locos

Durante milenios la Humanidad ha interpretado que los fenómenos meteorológicos se regían por la voluntad de sus dioses, divinidades capaces de bendecir o castigar a sus devotos a través de lluvias, vendavales o prolongadas sequías. Por ello no era extraño que se buscara garantizar su benefactora influencia a través de rituales y ceremonias diversas. Sin embargo, de cuando en cuando, ésta singular mecánica y equilibrio se alteraban y los dioses enloquecían haciendo llover las cosas más extrañas…peces, ranas, arañas, caimanes serpientes, pájaros y hasta sangre.

Ocurrió para asombro y regocijo de los aldeanos el día 5 de mayo de 2014, cuando en la pequeña localidad de Chilaw al oeste de Sri Lanka una pequeña avalancha de peces se les vino directamente encima en medio de una tormenta. Junto al agua se precipitaban ejemplares de peces de río de hasta 8 cm de longitud, muchos de los cuales fueron recogidos con vida y conservados en cubos de agua para su consumo posterior. El país asistía así a su más reciente y peculiar cosecha, una lluvia forteana que venía a sumarse al no menos extravagante chubasco de gambas con el que fueron bendecidos en 2012 otros aldeanos del sur del país. No obstante las lluvias no siempre resultan ser tan sibaritas. En abril de 2007 llovieron pequeñas arañas de colores en la Montaña de San Bernardo, en Salta, Argentina, y un año más tarde, el 30 de julio de 2008, llovería para asombro de propios y extraños nada menos que sangre en el poblado de La Sierra Bagadó, en el departamento colombiano de Chocó. No menos extraña fue la lluvia de gusanos que cayó en marzo de 2011 en la Galashiels Academy, en Reino Unido, cuando una clase de educación física se vio sorprendida por la inesperada caída de gusanos en su campo de fútbol.

Aunque a lo largo de la historia y del planeta este tipo de hechos se han constatado de forma reiterada, desarrollándose modelos explicativos bastante viables dentro de la ciencia que han contribuido a desmitificarlos, no es menos cierto que con cada nuevo caso que se produce, el asombro y la perplejidad suelen primar en su tratamiento informativo. Un excelente ejemplo lo encontramos en la ciudad de Yoro, en el norte de Honduras, donde cada año desde hace al menos un siglo se produce una lluvia de peces entre los meses de mayo y julio. La de este 2014 se produjo en la noche del 15 de mayo, y al igual que en las anteriores, la mayoría de los peces recogidos eran de agua dulce y caían vivos tras unas horas de fuerte lluvia acompañada de un intenso aparato eléctrico y un característico viento con rachas huracanadas. Dentro de lo extraño del hecho, los lugareños están tan familiarizados con el mismo que han generado leyendas encaminadas a interpretar de forma sobrenatural el acontecimiento, creando incluso desde 1998 una fiesta popular alegórica para celebrar la providencial tormenta, el Festival de la Lluvia de Peces. Dentro de la cultura local la lluvia de peces de Yoro es la manifestación de un milagro que perdura en el tiempo desde mediados del siglo XIX, y que tendría en el sacerdote español Manuel de Jesús Subirana a su responsable. Subirana, cuyo cuerpo descansa en la iglesia de Santiago de Yoro, recorrió Honduras en labores misioneras entre los años 1856 y 1864, conociendo de cerca el hambre y las necesidades que afectaban a muchas regiones del país. Cuenta la leyenda que conmovido ante tanta penuria rezó de forma ininterrumpida durante tres días y tres noches, implorando a Dios por una solución que aplacara el hambre de la población, recibiendo como respuesta divina la asombrosa cargada de lluvia de peces. Es así como los campos quedan regados por el agua y las despensas, al menos por unas jornadas, abastecidas del pescado más fresco que cabría imaginar. No es nada habitual, más bien al contrario, que un fenómeno forteano se manifieste con la suficiente regularidad como para poder se anticipado y estudiado. A pesar de que con la lluvia de peces anual de Yoro –en algunos años se ha llegado a producir hasta tres veces- se da esta circunstancia, los científicos no tienen nada claro la explicación a la anomalía, ya que aunque habitualmente se acepta que puede deberse a tornados que providencialmente aspiran los peces en el mar, lagos o ríos relativamente cercanos descargándolos en tierra firme, para el caso hondureño se ha propuesto incluso que esta peculiar lonja de peces proceda de un río subterráneo. Esa es la hipótesis que sostienen algunos yoreños y que defendieron en los años setenta del siglo pasado un grupo de científicos del National Geographic. Providencialmente el equipo pudo ser testigo directo del fenómeno, proponiendo  al observar que los peces eran ciegos que bajo el subsuelo de Yoro podía existir un río subterráneo que al aumentar su caudal podía empujar hacia la superficie a los pequeños peces, que saldrían por rendijas y oquedades reblandecidas por la propia lluvia.

Coleccionando lluvias

Por regla general las lluvias forteanas de peces y de otros animales suelen descargar una sola especie, llegando a sobrevivir muchos de los ejemplares a al menos tres factores de importancia: la fuerza de la succión, el tiempo de traslado desde el punto de origen al de la precipitación, y el propio impacto de la caída. Como consecuencia podemos deducir que los tiempos de formación y las distancias que recorren estas nubes zoológicas no son muy amplios, por lo que en principio sería factible analizar las condiciones climatológicas dominantes en las zonas en las que se producen las lluvias, y elaborar a partir de ellas un patrón que explique las condiciones idóneas para que el milagro se produzca. Dada su singular naturaleza es comprensible que este tipo de lluvias hayan quedado reseñadas en las más diversas crónicas desde antiguo. En este sentido es recurrente citar las plagas bíblicas que azotaron Egipto o algunas de las noticias que sobre el particular reflejó Plinio el Viejo en el Libro II de su Historia. Enumera el célebre historiador romano en el libro Relativo al Mundo y sus Elementos varias de estas lluvias, como la de leche y sangre bajo el consulado de Manius Acilius y Caius Porcius, de carne incorruptible con P. Volumnius y Servio Sulpicius en sus respectivos consulados y varias lluvias más de lana, ladrillos y hasta hierro esponjoso. Sin embargo ninguna lluvia forteana del pasado es capaz de competir con la evocadora fuerza visual que transmitió, en el año 1555, el arzobispo de Upsala Olaus Magnus en el grabado que incluyó en el capítulo XXX de su particular historia de Suecia Historia de las gentes septentrionales. Someramente mencionó como se registran cada pocos años lluvias otoñales en territorio sueco de peces, ratones, gusanos, trigo y piedras, objetos y criaturas que según el erudito eran transportadas por las nubes o bien crecían ellas.

Las referencias a este tipo de lluvias reseñadas en los contextos más diversos son cuando menos significativas. En 1862 el naturalista François de Castelnau informó a la Academia de Ciencias de París de la tormenta de peces de varias especies que se abatió sobre Singapur en la mañana del 22 de febrero del año anterior. Eran tantos que los lugareños los recogían en cestos de los charcos de agua. “Tres días después, –informaba- cuando los charcos se secaron, encontramos muchos peces muertos” El 26 de diciembre de 1877 The New York Times informaba del singular hallazgo ocurrido en Carolina del Sur y protagonizado por el Dr. J.L.Smith en una plantación de trementina en Silverton Township. En un momento determinado escuchó que algo caía cerca de donde estaba y se arrastraba hacia su posición. “Al examinar aquello, vio que era un caimán. Al cabo de unos momentos, apareció otro. Esto despertó la curiosidad del doctor, que miró a su alrededor por si podía descubrir alguno más, y vio otros seis en el espacio de doscientos metros. Todos los animales estaban vivos y tenían unos treinta centímetros de largo” Cuarenta años más tarde, el 24 de agosto de 1918, en la población inglesa de Hendon, en Sunderland, caerían durante un contundente chubasco de diez minutos de duración nada menos que anguilas¡

En cualquier caso tendríamos que esperar al siglo XX para que el mundo conociera al mayor coleccionista de lluvias extrañas que haya existido jamás: Charles Hoy Fort. Este neoyorquino, que aunque nacido en Albany en 1874 maduró en el Bronx, destacó por su voraz curiosidad y su rechazo a los dogmas, cautivando entre otros motivos por el toque por momentos hilarante con el que gestionaba la información que le catapultaría a una fama que sigue creciendo 80 años después de su muerte. El Libro de los Condenados, su obra más conocida publicada en 1919, es hasta la fecha uno de los catálogos más variados, interesantes y completos de noticias relativas a hechos aparentemente inexplicables, un libro capaz de prestigiar a otros autores cuando lo incluyen como referencia en sus propios trabajos, pero que paradójicamente continúa siendo un gran desconocido para la mayoría del público sensible a estas temáticas. Aquel libro, al igual que otros, salieron de los recortes de prensa acumulados durante años por Fort en las cajas de zapatos que le hicieron las veces de archivador, motivando que se acuñase el término que hemos venido utilizando de “forteano” para referirse a episodios tan diversos como la observación de un OVNI, una lluvia de peces o ranas, la aparición de centellas, una imagen sangrante, el hallazgo de un OOPArts o casos de combustiones espontáneas o encuentros con criaturas imposibles. A esos y a infinidad de otros fenómenos era a los que Fort se refería como “los condenados”, en referencia a su condición de excluidos por la ciencia por revelarnos otras realidades. Entre sus modelos teóricos para explicar los fenómenos que compilaba de publicaciones científicas y populares de todo el mundo, el autor proponía para las lluvias anómalas la existencia de un “Super Mar de los Sargazos” ubicado en algún punto de la atmósfera terrestre o fuera de ella, al que iban a parar todo tipo de animales, materiales y objetos gracias a la “teleportación”. Gracias a ese fenómeno, se distribuían por todo el mundo y el Universo, haciendo factible las lluvias coloreadas, de ranas, peces, de carne, etc…

Fort incluye numerosos ejemplos, muchos de ellos comentados de forma superficial aunque con los datos suficientes como para rastrear su pista en algunos casos en publicaciones como Nature o Scientific American. Y es que más que el hecho anómalo en sí, que sin duda llegaba a ser muchas veces extraordinario, Fort encontraba más importante lo que ese episodio inexplicable representaba dentro de una percepción diferente del mundo y del lugar que ocupaba en el Universo. No obstante habló de extrañas lluvias con profusión, comenzando por lluvias de filamentos, de sustancias parecidas a tejidos o bien gelatinosas y de apariencia orgánica. En Carolath, Silesia, cayeron en 1839 sesenta metros cuadrados de fieltro, mientras que en Pernambuco lo hizo un chubasco de seda en 1821. También cita numerosas lluvias densas y de colores, como la caída el 27 de febrero de 1877 en Penchloch, Alemania. En este caso, tal y como recoge en El Libro de los Condenados, la lluvia era amarilla-oro y las “gotas” presentaban forma de flecha, granos de café y disco. Otra lluvia amarilla llenó las calles de Génova el 14 de febrero de 1870, mientras que el 9 de noviembre de 1819 otro aguacero extraño, en esta ocasión de escoria negra de metal, se precipitó sobre Canadá. Dio cuenta, como es evidente, de chaparrones de todo tipo de criaturas, como el de una lluvia de ranas que cubrió grandes extensiones de terreno en Kansas City el 18 de julio de 1873. El 30 de junio de 1892 sería en las inmediaciones de Birmingham, en Inglaterra, donde se cosecharía pequeñas ranas de color blanco tras una tormenta.

En su frenética recopilación de fenómenos anómalos este inquieto investigador encadena unos casos con otros. “El 8 de julio de 1886, en plena tormenta, cayeron caracoles cerca de Redruth, Cornualles. Cayeron también en Bristol, donde se observó sobre ciento cincuenta áreas, <el curioso aspecto azul del sol en el momento de la caída>. El 9 de agosto de 1892, una nube amarilla apareció por encima de Paderborn, en Alemania, de la cual cayó una lluvia torrencial, conteniendo centenares de mejillones. Grandes cantidades de lagartos cayeron en las aceras de Montreal, Canadá, el 28 de diciembre de 1857”

Explicaciones y anomalías dentro de las anomalías

A lo largo de la historia las explicaciones manejadas para comprender estos chubascos han sido de lo más variopintas. Descartando la acción de dioses, demonios, brujas, seres elementales e incluso extraterrestres que estudian nuestra reacción ante lo absurdo de estas lluvias, y haciendo lo propio con la tesis de Charles Fort sobre la existencia de un planeta o un continente atmosférico al que se refirió con nombres como Genesistrine como lugar de origen de estos materiales, todavía persisten un puñado de posibilidades que al menos puntualmente, pueden explicar satisfactoriamente un puñado de estos acontecimientos. Es el caso, por ejemplo, de bromas puntuales o engaños en toda regla perpetrados con los fines más diversos, desde la simple diversión a la búsqueda de efectos de pánico o superstición en individuos o comunidades. Ocasionalmente, tras episodios específicos de lluvias de piedras, insectos o de masas pestilentes de apariencia biológica, centralizadas en un inmueble específico, puede esconderse la intención de abaratar una propiedad o de expulsar a sus inquilinos de la misma.

Erupciones volcánicas, incendios, actividades industriales o virulentas tormentas pueden arrastrar hasta las nubes y desde allí hasta lugares muy distantes, materiales capaces de colorear el agua, el granizo o la nieve, provocando algunos episodios de este tipo de lluvias, en las que pueden detectarse olores o texturas diversas provocadas por dichas sustancias o por reacciones químicas.

En otras ocasiones, algunas potenciales lluvias de larvas, gusanos e insectos, en las que no han existido testigos de las caídas, la causa puede estar en tierra y tratarse realmente de una pseudolluvia forteana, de tal manera que las criaturas afloran o llegan a la superficie durante o tras la lluvia, como consecuencia de la humedad pero no directamente con el aguacero. Puede darse con pequeños ratones o incluso con algunos animales acuáticos que viven en cursos subterráneos o en pequeñas charlas naturales. Incluso puede darse el caso de colonias de insectos o pequeños animalillos con un hábitat arborícola que caen al suelo de los árboles arrastrados por fuertes precipitaciones.

Finalmente, la hipótesis más viable es que las lluvias zoológicas sean el resultado de diferentes tipos de tornados o preferentemente de trombas marinas o mangas de agua, que succionan agua del mar, lagos, ríos, etc. con la suficiente fuerza como para arrastrar animales. Parece razonable, sin duda, pero a la vista de la caprichosa casuística que nos asecha, lamentablemente no es del todo concluyente. Y es que en ocasiones las lluvias forteanas parecen responder al patrón de las afamadas muñecas matrioskas: dentro de su singularidad se esconden otras peculiaridades que incrementa su extrañeza. Junto a la diversidad de materias que han caído del cielo, el hecho de que animales acuáticos aparezcan a muchos kilómetros de distancia de sus potenciales orígenes y que sigan estando vivos, complica un poco el escenario en el marco de lo que conocemos de la dinámica de dichos fenómenos meteorológicos. Que las lluvias sean selectivas en cuanto a especies podría explicarse por medio de la succión de algún banco o cardumen, sin embargo, parece más extraño el hecho de que las lluvias descarguen en zonas muy restringidas de terreno o que lo hagan ordenadamente, es decir, que los animales se depositen en una determinada posición o cada cierta distancia, siguiendo un patrón aparentemente inteligente. Al parecer se han dado puntualmente algunos de estos caprichosos episodios. En todo caso la explicación a estos fenómenos parece cosa de este mundo, de un mundo que auque creemos controlar y dominar, se nos rebela con hechos desafiantes que se encargan de recordarnos lo lejos que estamos de conocerlo en su totalidad.

José Gregorio González

 

 

LLUVIAS EXTRAÑAS

–En 1685 fue reportada por Robert Vans la profusa caída de una sustancia con aspecto de grasa gelificada o mantequilla en los condados irlandeses de Limerick y Tipperay. Fort menciona este caso junto a otro ocurrido en la primavera del mismo año en Munster y Leinster, del que da cuenta el obispo de Cloyne en una carta. El religioso comenta que aquel “rocío maloliente” sirvió de alimento a los animales, tratándose de una sustancia “blanda, viscosa y amarillo oscura”

–El 5 de mayo de 1848 la ciudad de Londres es el escenario de una intensa e interesante lluvia de peces. Según parece la tarde había sido muy apacible hasta que sobre las cinco se desató un inesperado y virulento temporal. Durante más de una hora cayeron “miles y miles de pequeños peces de una 15 cm de largo, de color plateado y grandes aletas. Examinados por los expertos no pudieron ser reconocidos”, cita Fort.

–Otro caso mencionado en El Libro de los Condenados ocurrió en enero de 1890 en Suiza, donde cayeron cantidades ingentes de larvas que a su vez atrajeron a bandadas de pájaros. “Unas eran negras, otras amarillas y tres veces más grandes, lo cual excluye la selección por gravedad específica, propia de todos los torbellinos”

–Charles Berlitz cita en su libro Un mundo de fenómenos extraños varios episodios. Uno de ellos lo sitúa en mayo de 1981 en la ciudad griega de Naphlion, donde miles de pequeñas ranas verdes cayeron del cielo tan vivas que hasta se adaptaron a vivir en el lugar.

–Un aluvión de percas lentejuelas cayeron en febrero de 2010 en dos días consecutivos sobre los habitantes Lajamanu, una pequeña localidad  ubicada entre las ciudades de Darwin y Alice Springs, en el norte de Australia. El fenómeno llegó a ser fotografiado y muchos de los ejemplares estaban vivos a caer y fueron recogidos por los lugareños en cántaros.

–El 26 de mayo de 2010 se contaron por miles las pequeñas ranas que cayeron sobre las carreteras de la ciudad griega de Langadas, a una decena de kilómetros de Tesalónica. Algunos testigos llegaron a hablar de “alfombras de ranas” y ante el riesgo de accidentes las autoridades cerraron la autopista de Egnatia.

–Jorge Yong, propietario de una hacienda particular en Chihuahua, Méjico, encontró en la mañana del 21 de julio de 2013 unos cuarenta peces que aparentaban ser de agua salada dispersos en un radio de apenas 150 metros. Su terreno está ubicado en un llano cercano a un cerro y tiene riachuelos ni masas de agua cercanas. Estaban frescos, sin olor ni signos de descomposición.

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