SAN DIEGO MÁGICO
Misterios y leyendas laguneros
LA CIUDAD DE SAN CRISTÓBAL DE LA LAGUNA NOS VIENE PROPORCIONANDO EN LOS ÚLTIMOS AÑOS SOBRADOS ARGUMENTOS PARA QUE PUEDA SER CONSIDERADA “CAPITAL DEL MISTERIO”, O AL MENOS, COMO UN TERRITORIO ESPECIALMENTE PRIVILEGIADO PARA QUE AFLORE EN SUS HISTÓRICAS CALLES LO INSÓLITO ASÍ COMO RICO ANECDOTARIO DE HECHOS POTENCIALMENTE ENIGMÁTICOS. SAN DIEGO DEL MONTE Y SUS ALREDEDORES NOS BRINDAN EL ENÉSIMO EJEMPLO DE LO QUE AFIRMAMOS.
Allá por el año 2003 publicábamos la primera edición de nuestro libro “Canarias Mágica”, revisado y actualizado a fecha de hoy bajo el título “Guía Mágica de Canarias”. Aquel libro dio origen a través del periódico EL DIA a un acontecimiento editorial único y, por los tiempos en los que vivimos, puede que irrepetible, el lanzamiento con el periódico de una colección de 16 libros en los que con carácter semanal fuimos desgranando una amplia variedad de asuntos misteriosos e insólitos de Canarias. Este mes de mayo se cumplirán 14 años de aquella mítica colección en la que se abordaron asuntos tan dispares como la arqueología y la historia insólita, la casuística de los OVNIs y las luces populares, temas clásicos como San Borondón y la Atlántida, asuntos inquietantes como la crónica negra de crímenes esotéricos y tragedias como las del barco Valbanera o el accidente aéreo de Los Rodeos. Libros en los tuvieron amplia cabida y tratamiento los animales asombrosos y la fauna fantástica de Canarias, los objetos y personajes prodigiosos de la historia religiosa de Canarias, las creencias y supersticiones que hemos heredado o varios volúmenes en los que ya en 2003 sugeríamos rutas que invitaban al lector a visitar todas las islas con la óptica del misterio, con paradas en busca de lo extraño en lugares tan dispares como el Barranco de Badajoz, Tindaya, la Caldera de Taburiente o los santuarios marianos de todas las islas. Aquello cristalizó en 2003 pero se venía gestando desde mucho antes. La idea de ese turismo mágico y alternativo la veníamos rumiando desde la década de los noventa y sobre ella hablábamos y discutimos ampliamente con viejos amigos como Paco Padrón. No era una cuestión de “visionarios”, sino de actuar con lógica y aplicar algo que ya estaba funcionando en otros países y que contaba con ejemplos puntuales en ciudades como Barcelona, a nuestro territorio canario, preñado por completo de misterios. Hoy, en 2017, ya empiezan a ser visibles las empresas del ocio y del sector turístico que incorporan rutas de misterio y leyendas en su menú de contenidos, y también celebramos la irrupción de editoriales que han encontrado en todo lo expuesto inspiración para lanzar sus propios libros. Lo más llamativo de todo y lo que pone ante todos los agentes del sector un estimulante horizonte de posibilidades, es que estamos ante un área temática en la que todos los municipios de Canarias tienen algo que ofrecer. Todos sin excepción, Sólo es necesario perimetrar, documentar y trazar itinerarios, aunque ello implique muchas veces que ese valioso y necesario trabajo termine siendo vampirizado y explotado por terceros. Es lo que tienen las avanzadillas que abren camino o las modas, que terminan generando veredas y tendencias que con mayor o menor acierto se nutren de ese nicho germinal. Lejos de temer algo así hay que celebrarlo, incentivarlo e incluso potenciar las iniciativas, -a las que cabría exigirles tan sólo que sean rigurosas y éticas- que lo reinterpretan o implementan con otros elementos importados del mundo artístico, gastronómico, medioambiental, etc…En todo este escenario que describimos, la ciudad de La Laguna sobresale con notoriedad.
SAN DIEGO MISTERIOSO
San Cristóbal de La Laguna se ha convertido en un ejemplo paradigmático de lo que hemos descrito. A los enigmas que ya han sido repetidamente apuntados dentro de su casco histórico y que hoy se han normalizado en muchas rutas –las andanzas de Amaro Pargo, los prodigios de Sor María de Jesús o la leyenda fantasmal de la Casa Lercaro- se vienen a sumar ahora los recién rescatados en el perímetro de la ciudad. La confluencia de muchos de ellos en las inmediaciones del antiguo monasterio de San Diego del Monte ha permitido vertebrar una ruta propia, un nuevo recorrido que hemos podido trazar a través del programa “Crónicas de San Borondón” que nos permite observar a La Laguna desde otra perspectiva física, desde el otro lado de la laguna real de agua que antaño delimitaba los límites de la ciudad. Se da el caso que esa acumulación de agua determinó el paisaje y la manera en la que se establecieron las primeras comunidades, sospechando que también influyó en la cristalización de ciertas leyendas y creencias de los viejos laguneros Una temprana referencia de Sir Edmund Scory del año 1600 apuntaba que “…aquellos hombres que se conducían como buenos y valientes iban al valle ameno donde ahora se levanta la gran ciudad de La Laguna”, lo que invita a pesar en la especial consideración mágica y espiritual de la que gozaban aquellos territorios desde tiempos de los guanches. Esa idea parece haber encontrado continuidad en San Diego del Monte, a donde los franciscanos deciden trasladarse construyendo desde cero un convento propio aprovechando una herencia de Juan de Ayala. Ese lugar, alejado de la gran ciudad, acunado por un frondoso bosque y separado del resto del mundo por una laguna de agua, reúne las características propias de un espacio para el retiro espiritual, la oración y la iluminación. Todo apunta a que San Diego era, frente a la riqueza, diversidad y suntuosidad de las iglesias y conventos que se acumulaban en la ciudad al cobijo del poder político, económico y militar, el verdadero refugio espiritual de La Laguna en la segunda mitad del Siglo XVII. Uno de sus más ilustres inquilinos durante décadas fue Fray Juan de Jesús, el frailecillo que gozó de fama de santidad y que incomodó a los pudientes con su predicación sobre la piedad y la caridad. Su camino de iluminación espiritual está ligado a este lugar, en cuya vieja iglesia reposan sus restos, centralizando siglos atrás su devoción una concurrida romería. De acuerdo con los relatos de la época, al bosque de San Diego se retiraban en oración no sólo los monjes y clérigos, sino personajes de toda índole que encontraban discreción y serenidad en las pequeñas cruces y oratorios localizados en el viejo bosque y de los aún quedan algunos vestigios. Es el caso, por ejemplo, de Juan Larcín, personaje inédito en la historia lagunera del que se llegó a escribir una biografía en la que se narraban sus virtudes, así como su costumbre de peregrinar a San Diego y disciplinarse ante sus muros. Algunos de sus árboles, como los álamos y encinas, tienen leyendas propias de milagros y tragedias que el tiempo ha ido condenando al olvido. Una de ellas, inmortalizada por escrito a mediados del siglo XIX, nos habla de un crimen cometido en la vieja finca lagunera y de cómo la justicia divina termina imponiéndose.
A todo ello se debe suma que la zona no parece elegida al azar. A la lejanía y cualidades físicas que ofrecía, debemos añadir hechos como las arraigadas tradiciones que sitúan en ese entorno el punto de reunión de las brujas, que contaban en San Diego con un bailadero todavía hoy fácilmente identificable, la existencia de leyendas como la del Muro del Diablo que los monjes levantaban por el día y el demonio lo derruía en la noche, así como la predilección de yerberos y curanderas por realizar sus prácticas también en esa misma zona, de cuyos actos daban pistas las cortezas de algunos viejos dragos. Todo ello fue detalladamente inventariado por el veterano periodista y compañero de El Día Domingo García Barbuzano, autor de libros tan pioneros y míticos como “Prácticas y creencias de una santiguadora canaria”, un verdadero best seller en Canarias. A ello cabría añadir, entre otras cuestiones, la estratégica localización en el perímetro de este “chackra” que es San Diego de diversos emplazamientos arqueológicos ceremoniales. Estamos, como decíamos al comienzo, ante el enésimo ejemplo de una Canarias que por derecho propio, de punta a punta, debe ser considerada un genuino territorio del misterio.
José Gregorio González