SEXO Y RELIGIÓN….historias irreverentes I
Este sábado en nuestra sección periodística CLAVES DEL CAMINO, que publicamos desde hace la friolera de 27 años, reflexionamos sobre la iconografía sexual en el arte románico cristiano, es decir, en la presencia de todo tipo de prácticas sexuales explícitas plasmadas en la decoración de monasterios, ermitas, iglesias e incluso catedrales. Este tipo de motivos sexuales, con coitos en todas sus variables, felaciones, masturbación, zoofilía, exhibicionismo, etc., en lugares aparentemente ilógicos como los espacios sagrados, ha generado a los historiadores y expertos en arte y religión un problema que no por largamente discutido puede darse por resuelto. Sobre la irreverencia y algunas posibles explicaciones históricas encontrará el lector algunas entradas recientes en nuestra web de nuestro colaborador Juan José Sánchez Ortiz. En esencia el problema se reduce a dos posturas: la hipótesis clásica que sostiene que son representaciones del pecado, en sus formas más dantescas y abominables, patrocinadas por el clero con el objetivo de aleccionar a los incultos feligreses; y una segunda que reúne –aunque no siempre combina- otros múltiples escenarios: ecos de cultos paganos a la fecundidad y las fuerzas generadoras de vida sincretizados por el cristianismo; la contemplación del sexo como una herramienta y camino de trascendencia espiritual a semejanza del tantra sexual hindú; la celebración de la humanidad y la vida, etc…
Este asunto, sexo y religión, admite muchos enfoques, algunos ligeros y otros de profundas reflexiones. Ahora bien, lo que aquí nos interesa desgranar, y lo haremos en sucesivas entregas, es la infinidad de situaciones, hechos, conductas y posicionamientos que sobre el sexo han sido protagonizados a lo largo de los siglos por infinidad de hombres y mujeres de la Iglesia, desde monjes a pontífices, muchas veces contrarios a la doctrina que se imponía al pueblo. Al feligrés se le exigía moralidad y sexo a ser posible sin placer y solo dentro del matrimonio con fines reproductivos, mientras curas, monjas, obispos e incluso Papas se entregaban a la lujuria. Y es que ser parte de los hombres y mujeres de Dios, aunque hagas voto de castidad, no te vacuna contra la carnalidad, la libido y el dominio de los instintos y deseos. Avisamos a navegantes que ni ésta ni las futuras entregas tienen por objetivo atacar, cuestionar o ridiculizar a ninguna confesión religiosa, por las que les debemos absoluto respecto cuando se desarrollan en un contexto de igualdad y valores. Simplemente proponemos viajar por la historia en busca de situaciones que hoy se nos antojan imposibles, o al menos, inverosímiles.
Para muestra un par de….botones. Los de San Dámaso I
La historia de Damaso I, papa entre el año 366 y el 383 es tan buena como cualquier otra para comenzar a ilustrar el universo de contradicciones con las que han tenido que convivir los cristianos, especialmente los católicos. De entrada era hijo de un sacerdote español y llegó al Trono de Pedro por los métodos de la época: conspirando y matando. Los historiadores nos dicen que contrató a un puñado de delincuentes para que presentaran batalla en las calles contra los simpatizantes del diácono Ursino, nombrado sucesor del papa Liberio. Los disturbios se saldaron con centenares de muertos, la expulsión de Ursino y el entrenamiento de Dámaso, A todas éstas parece haber nacido en Galicia –teoría que rivaliza con la de un origen romano- contando con 62 años cuando llegó a lo más alto de la Iglesia. Está considerado un sucesor de Pedro esencial en la consolidación del cristianismo como religión dominante. A él le debemos el mítico “aleluya” vigente en los oficios y oraciones católicas, el encargo a San Jerónimo de la traducción de la Biblia al latín conocida como “vulgata” y el impulso de normas contra la herejía que, como es evidente, dieron pie a todo tipo de excesos. Su pontificado de fiestas, jolgorios, banquetes, abundantes regalos y excesos fue incluso condenado por San Jerónimo, –que fue su secretario personal e incluso amigo- quien advertía del insaciable apetito sexual de Dámaso y del libertinaje que en este ámbito consentía entre el clero, aconsejando a las mujeres alejarse del trono de Roma y evitar quedarse a solas con un sacerdote. Al parecer no dejaba escapar la oportunidad de acaparar regalos y menos aún de tener relaciones sexuales con cuantas nobles damas se ponían a su alcance. De hecho, se cuentan anécdotas sobre señores que en su afán de ascender puestos dentro de la jerarquía eclesiástica ofrecían a Dámaso a sus propias esposas, un bocado al que nuestro papa no parecía poder resistirse.
Fue hacia el año 378 cuando las cosas se le complicaron un poco al ser acusado de adulterio, bestialismo y tener relaciones sexuales con menores de catorce años. Lo acusaron sus viejos rivales, aquellos que se la tenían guardada desde el enfrentamiento con Ursino. Aunque le encontraron culpable –eran de conocimiento público sus desmanes- terminó siendo perdonado por los favores y servicios prestados al poder, llegando a ser canonizado por haber convertido al cristianismo al emperador Teodosio I
José Gregorio González