Las epidemias son uno de los fenómenos que crean más alarma y temor en la sociedad. Solo tenemos que ver como en pleno siglo XXI, con los avances en medicina y biología, seguimos teniendo ese miedo atávico a las enfermedades infecciosas; mezcla del desconocimiento y creencias equivocadas de la población en general. En Canarias desde el siglo XVI hasta los primeros descubrimientos científicos en relación a las enfermedades infecciosas en el siglo XX, el padecimiento de las mismas se ve en muchos casos como un castigo divino producto de los pecados de la sociedad, donde los individuos debían arrepentirse de las culpas y hacer rogativas con la intercesión de toda una corte de vírgenes y santos, muchos de ellos especializados en distintas dolencias.
INTERCESORES CELESTIALES
El desconocimiento de los mecanismos de propagación de las epidemias, propiciaban que la población buscara amparo, por recomendaciones de los sacerdotes, a ciertos santos y vírgenes de la liturgia cristiana. Por medio de estas rogativas, el hombre suplica clemencia a Dios. Dos de estos santos más venerados en canarias con relación a enfermedades como la peste, sean San Roque o San Sebastián, bajo cuya advocación se construyeron ermitas y conventos por todo el archipiélago, dándose el caso de dirigirle procesiones como a San Roque desde la epidemia de peste bubónica de 1601, celebradas anualmente hasta su ermita el 16 de agosto y las celebradas a San Sebastián los 20 de enero, para las enfermedades pulmonares. O el caso de los santos que protegían la localidad, por haberse recurridos a ellos en el pasado y se había probado su eficacia, como era el caso de San Vicente en el Realejo de Abajo, San Juan Evangelista en La Laguna. La Virgen -en cualquiera de sus advocaciones- es otro de los más preciados baluartes en todas las islas para interceder ante Dios, siendo las más demandadas la Virgen de Candelaria y la Virgen del Pino. Sus procesiones y rogativas se creían infalibles para aplacar cólera divina manifestada a través de la infección.
Pero no siempre las promesas del pueblo, hechas en tiempos de calamidades se cumplían, dando lugar a que nuevos brotes epidémicos se manifestaran interpretados como castigo por no mantener el compromiso de los actos religiosos ofrecidos a los santos y vírgenes. El caso del año 1752 es un buen ejemplo de cómo el pueblo lagunero atemorizado ante brotes epidémicos, volvió a hacer la novena cada año a San Juan Evangelista y devolverle los 70 ducados para actos litúrgicos del santo, que le había quitado el alcalde de La Laguna, como parte de las reformas administrativas del Ayuntamiento. Volviendo de esta manera, una etapa de prosperidad y sosiego a la ciudad de La Laguna reflejada en las crónicas de la época como un hecho milagroso del santo.
Paradójicamente la experiencia que los ciudadanos y las autoridades eclesiásticas no era que estas imágenes sagradas frenaran la propagación de las enfermedades por la acción divina. La lección era mucho más pragmática que sagrada, pues se supeditaba a qué santo o virgen se debía recurrir en el futuro para determinada enfermedad.
REMEDIOS MILAGROSOS
Los milagros en las sanaciones colectivas o individuales son percibidos como satisfacción divina de que las acciones religiosas llevadas a cabo por los ciudadanos son del agrado divino, recompensándolo con este tipo de prodigios. La circunstancia del cese de las enfermedades y curaciones, conduce a que se vincule a ese hecho con los santos o vírgenes objeto de los ruegos. Esa relación de curaciones colectivas por medio de santos o vírgenes queda manifiesto a través de dos fenómenos muy comunes en el pasado, como son el aceite de las lámparas o la exudación de imágenes y cuadros religiosos.
Uno de los episodios de exudación más famosos, dados a conocer por investigador y periodista José G González Gutiérrez, fue el que aconteció en la ciudad de La Laguna en el siglo XVII. En el año 1648, toda Europa se vio azotada por una gran epidemia de peste que llego en brotes al archipiélago. La mañana del 5 de mayo de ese año, en un cuadro de San Juan Evangelista en la Iglesia de La Concepción de La Laguna, apareció unas gotas en el rostro del santo por espacio de cuarenta días. En las jornadas sucesivas, estas gotas no dejaron de manar por mucho que se secaban y fue motivo de que la gente fuera a buscar protección divina en los algodones empapados de esta exudación contra la temida peste.
Este fenómeno también se manifestó en Tacoronte. Un cuadro de la Inmaculada Concepción durante varios días estuvo exudando un líquido, que aunque se trato de secar volvía aparecer o el que en 1705 protagonizo la escultura de Nuestra Señora de Gracia en el convento agustino de La Orotava donde las crónicas recogen que la imagen tenía muchas gotas de sudor grande y pequeñas junto a su rostro, además tener las facciones diferentes a las habituales en la talla.
En el caso de las aceites utilizados para la sanación, hay un episodio acaecido en las playas de Abona en 1741, que da una idea de la fe que el pueblo ponía en estos óleos tenidos por sagrados. El 12 de mayo de ese año, el pueblo de Arico sufría los estragos de una epidemia. Esto motivó que los vecinos de aquellos pagos hicieran rogativas y procesiones en los aledaños de la ermita de Nuestra Señora de las Mercedes en la playa de Abona.
Los participantes en las rogativas encontraron un bulto que contenía tres bolsas con óleo. Este hecho fue interpretado por los vecinos como una manifestación milagrosa y fueron colocadas en la lámpara de la Virgen. En el trascurso de los días, muchos de los congregados a las rogativas empezaron a ungirse con el aceite de las lámparas sanando, según los informes eclesiásticos de la época todo el pueblo, con lo que empezó a ser demandado en el resto de las isla desatándose un furor por hacerse con este preciado liquido, que fue repartido en pequeños algodones para evitar que nadie se hiciera con más cantidad de la debida. Incluso las bolsas de cuero donde se encontraron el aceite fue troceado y repartido como resguardo de la enfermedad.
Quizás con el devenir del tiempo, no seamos en el fondo tan distintos a nuestros antepasados. Todavía en muchos casos seguimos queriendo tener el amparo de una entidad superior para nuestras afecciones. Tal vez por ello se sigan invocando a santos como San Blas para las afecciones de garganta o Santa Lucia para las de la vista, pues toda ayuda en tiempos difíciles para nuestra salud, es buena.
Fernando Hernández González
Fotos: Inmaculada Concepción, ermita de Ntra. Sra. de Las Mercedes en El Porís y San Juan Evangelista de La Laguna.