Hace mucho que vivimos instalados en la posverdad, alguna vez lo he comentado, un escenario en el que no importa que ES la verdad ni los hechos objetivos que la apuntalan, sino aquello que la gente CREE que es la verdad, y que por regla general es una distorsión o falsedad difundida a sabiendas de ello. Hace bastante que sólo filosofo para mis adentros o con contados amigos cuando se me desborda el aguante. Hoy toca, pero apenas sobrevolaré el asunto ya que, realmente, creo que es una guerra que no se gana batallando, sino que se pierde o se gana dejando que el tiempo y el curso de los acontecimientos reparta a su antojo, ajeno, a mi entender, a cuestiones éticas o morales. Las cosas siguen su curso, y ya está.
Acostumbraban los cruzados del negacionismo misterioso, los cultos, no los de nuevo cuño que han hecho del tosco corta y pega en internet su mejor destreza, a acusar a quienes hacíamos divulgación y/o investigación de estos temas fronterizos a tacharnos de mercadear con el misterio, de vendedores de crecepelos y cosas por el estilo. Estuve y sigo estando en la diana de alguno de ellos, que con obsesiva y fanática tenacidad, diseccionan enrabietados cuanto hago y digo. Es extraño que alguien te dedique tanto tiempo y esfuerzo, algo que muchos anhelan y tomarían hasta por un elogio amparados en el reiterado “que hable, aunque sea mal” Yo, varías décadas después de estimular la destilación de hiel en alguno, sigo sin saber qué pensar sobre las motivaciones y sombras que alimentan ese fuego, y aunque en su tiempo, en un alarde de ignorancia lo atribuí a trastornos, complejos, frustraciones y envidias, a día de hoy francamente no estoy ni seguro ni me importa demasiado el saberlo. Soy consciente de mis limitaciones y motivaciones, y duermo realmente tranquilo sabiendo que mis equivocaciones, que tenerlas las he tenido y espero seguir contando con ellas, han sido el resultado de mis limitaciones y no de mi intencionalidad.
La cosa es que, motivaciones al margen y sin entrar en las malas formas que siempre restan peso, al cruzado culto hay que darle la razón cuando abandera la lucha contra la trola, contra la mentira. Hoy el mentiroso campa a sus anchas y no hay medida, límite ni frontera. Lo importante no es la verdad, sino lo que la gente puede creer que es la verdad. No es necesario vertebrar una mentira argumentada ante la posibilidad de que alguien pueda rebatirla, pues somos de consumo rápido y buenas tragaderas. Sueltas la trola con cierta convicción -y más si tienes la desgracia de vivir en la ceguera del narcisismo- y a otra cosa. La mentira toma cuerpo a fuerza de repetirla. El titubeo o las vacilaciones de las primeras veces desaparece a la tercera o a la cuarta, cuando el consumidor no te cuestiona, lo comparte, te suma un “like” y haces caja sin mayor problema.
Aunque yo hable de misterio, lo grave es que esto es algo extensible a, e instalado en, todos los ámbitos, en áreas de verdadera y enorme influencia en nuestro bienestar personal y social, en nuestra libertades y derechos. Toca dudar de todo, incluso de la duda.